¿Un dictador vitalicio? Al-Assad gana fuerza a pesar de la guerra civil
En medio de una violencia desatada, el presidente se encamina a conseguir su reelección el martes; esa victoria le permitirá consolidar el avance sobre los rebeldes
Siria cuenta. Dibuja números atroces, brutales, irreparables. Suma más de 150.000 muertos, ocho millones de desplazados, cinco millones de niños afectados. Cuenta, como puede, cientos de miles de ejecutados, de torturados, de mutilados. Siria cuenta todo, salvo una cosa : los días que le quedan en el poder a Bashar al-Assad.
Cuando la "primavera árabe" finalmente floreció en Siria, en 2011, muchos creyeron que, a igual que ocurrió con el tunecino Zine el-Abidine Ben Ali, el egipcio Hosni Mubarak o el libio Muammar Khadafy, la caída del joven "león de Damasco" sería cuestión de tiempo.
"Al-Assad tiene los días contados", manifestó Barack Obama, en marzo de 2012. Se equivocó. Algunos déspotas tienen más suerte que otros.
Luego de más de tres años de una sangrienta guerra civil, el presidente sirio no sólo controla a un poderoso y leal ejército que avanza sobre el terreno, sino que se prepara para continuar la guerra por otros medios: el martes próximo habrá elecciones presidenciales en el país, y se descarta que Al-Assad las ganará caminando. Teniendo en cuenta que los comicios se celebrarán únicamente en las áreas controladas por el gobierno y que los otros dos candidatos son prácticamente desconocidos, los resultados prometen ser tan perfectamente absurdos como los que cosechó Al-Assad en el referéndum de 2000 (99,7%), tras la muerte de su padre, y los que obtuvo en su "reelección" de 2007 (97,6%).
"La victoria le permitirá al régimen elevar su voz de mando a nivel doméstico y maximizar su capacidad de negociación en el plano internacional", explica a LA NACION Fawaz Gerges, profesor de Medio Oriente en el London School of Economics.
Mientras el gobierno pasa a la ofensiva, la oposición hace agua. "Los rebeldes están fuertemente divididos y tienen objetivos, medios e ideologías dispares. Lo único que comparten es su deseo de derrocar a Al-Assad. Más allá de eso, su unidad es casi nula", sostiene Gerges.
Si bien en un principio el Ejército Libre Sirio (ELS) constituía la principal milicia rebelde, pronto demostró que no era capaz de desarrollar una estrategia de combate eficaz, lo que permitió la emergencia de varios grupos islamistas vinculados a Al-Qaeda. La aparición de esas facciones armadas extremistas, herederas de Osama ben Laden, asustó tanto a la población siria como a Occidente. Y esa confusa coexistencia de tropas insurgentes, frente a un régimen que dice ser la única fuerza capaz de restaurar al país, le jugó a favor a Al-Assad. La maquiavélica división le permitió reinar.
Siria es, de hecho, un mosaico de comunidades étnicas y religiosas que la familia Al-Assad (alauita, una rama del islam chiita), en el poder desde hace más de 40 años, mantuvo unido bajo una férrea dictadura. Poca libertad, pero estabilidad y seguridad. Eso es lo que garantizaba el régimen y lo que muchos sirios desesperanzados anhelan hoy.
"Dado el complejo tejido religioso y social sirio, los rebeldes no lograron consolidar una amplia base de apoyo, capaz de enfrentar al gobierno en nombre del pueblo sirio", dice a LA NACION Bruce Maddy-Weitzman, experto en el Centro Moshe Dayan de Tel Aviv para Medio Oriente.
Sin consenso
Fue también la falta de consenso sobre Siria a nivel internacional la que jugó a favor de Al-Assad, un hombre de pocos, pero poderosos aliados. A nivel diplomático, Rusia y China, socios comerciales del país árabe e interesados en preservar la postura antioccidental de Al-Assad en la región, frenaron varias resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU respecto de Siria.
A nivel militar, Irán y la milicia libanesa Hezbollah contribuyeron directamente al fortalecimiento de las tropas del régimen. Como si fuese una partida de TEG, el ejército sirio fue auxiliado por algunos de sus vecinos, que le hicieron llegar armas y plata para evitar su derrota. Ese apoyo en el terreno fue clave para recuperar ciudades y localidades en manos rebeldes, como Homs, la llamada "capital de la revolución", que cayó días atrás. La oposición, en cambio, recibió muchas menos fichas de parte de sus aliados, como Arabia Saudita y los países del Golfo, que nunca terminaron de confiar en la fragmentada y débil insurgencia.
Hubo, sí, un momento que pudo haber sido un punto de inflexión en el conflicto: el ataque con armas químicas contra la población civil, en agosto de 2013, que sacudió a la comunidad internacional como nunca. Pareció entonces que Al-Assad correría la misma suerte que Khadafy, que una intervención militar como la de Libia finalmente ocurriría en Siria. Pero Obama terminó firmando un acuerdo con Rusia para que se destruyera el arsenal químico sirio, y desde entonces se desentendió del tema. Al final, pesó más la condición de Siria como elemento clave del equilibrio regional que la supuesta voluntad de detener la violencia. Al-Assad no tiene armas químicas. Vano alivio.
Los sirios, en tanto, están cansados. Deploran a Al-Assad, un líder sin carisma que alguna vez quiso dar un perfil de hombre moderno y reformista, pero que se terminó convirtiendo en un dictador sin escrúpulos. Y deploran, también, a los rebeldes, cada vez más cercanos a grupos fundamentalistas.
Todo indica que deberán aprender a convivir con ambos. Al-Assad controla el 40% del territorio y "aunque consiga otro mandato por siete años, eso no significa que vaya a poder reunificar al país bajo su gobierno autoritario", advierte a LA NACION Barah Mikail, experto en Medio Oriente de la Fundación Fride.
"Los rebeldes ya no pueden derrocar al régimen. Pero pueden hacer una guerra de desgaste", dijo Hassan Nasrallah, líder de Hezbollah. Y eso vale para el gobierno. La tormenta pasó y Al-Assad quedó a flote. Seguirá gobernando los restos del naufragio. No sería preciso decir que ganó, pero sus días ya no están contados y por eso nadie los cuenta.
Un líder que gobierna con mano de hierro
Bashar Al-Assad - Presidente de Siria
Profesión: oftalmólogo
Edad: 48 años
Origen: Damasco, Siria
El heredero
Se valió del férreo sistema político construido por su padre, Hafez al-Assad, del que heredó el cargo tras su muerte el 10 de junio de 2000, para mantenerse en el poder; ahora intenta extender su mandato
Divisiones
Al-Assad despierta amores y odios entre los sirios, dependiendo de su simpatía o enemistad con el régimen, aunque existe una gran masa que simplemente aspira a vivir en paz
Firmeza
De talante moderado, cuando llegó al poder se pensó que iba a dar un giro democratizador, pero menos de un año después dio marcha atrás y fueron arrestados activistas y opositores "Terroristas" Reprimió con dureza las manifestaciones de marzo de 2011, cuando empezó la crisis en Siria; hoy sostiene que su país afronta una lucha "contra el terrorismo"
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En los medios aparece junto a su esposa, Asma, con la que tiene tres hijos, para dar una imagen de modernidad y moderación frente a la población y la comunidad internacional
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