Un delicado equilibrio entre la generación de riqueza y los débiles
El Papa retoma conceptos ya vertidos por sus predecesores sobre la promoción del bien común
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Cuando el mundo se mueve hacia un extremo en el plano económico y político, es frecuente que la Iglesia advierta sobre los riesgos de ese envión y proponga frenarlos, para evitar costos sociales. Así, el magisterio de la Iglesia encuentra encíclicas y mensajes que cuestionan tanto al socialismo como al capitalismo excesivo.
El mensaje de Francisco a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el que respalda la función de los sindicatos y reitera los límites al derecho de la propiedad privada, se encuadra en la preeminencia del bien común y del destino universal de los bienes. Ante la afirmación del Pontífice, lo que tal vez corresponda preguntarse es si debe interpretarse como una verdad revelada que el mundo se encamina hacia uno de los extremos del péndulo.
La cuestión cobra relevancia especialmente en una región donde varias expresiones políticas unificadas por la corriente del populismo intentan consolidarse en el poder aun a costa del sufrimiento de sus pueblos, como se puede observar en los regímenes de Venezuela y Nicaragua, que tienen el decidido respaldo del gobierno argentino en los foros internacionales.
Es indudable que de este lado del mundo –especialmente en la Argentina– varios gobiernos intentarán llevar agua para su molino y buscarán justificar la intervención de la política en la economía. Especialmente en momentos en que incluso en el conurbano bonaerense hay proyectos para incrementar los impuestos sobre los terrenos improductivos. Las palabras del Papa también encontrarán interpretaciones locales en Colombia, Chile y Bolivia, dominados últimamente por revueltas sociales.
Hay que reconocer también que los mensajes del Pontífice tienen dimensiones pastorales y religiosas que no coinciden con los tiempos políticos. Pero hay que tener en cuenta que, por ejemplo, cuando se habla del sindicalismo, la recepción no será la misma en Estados Unidos que en la Argentina.
La Iglesia tiene fundamentos y antecedentes para promover el fin social de la propiedad, como expresión del bien común. Lo han proclamado los pontífices, aunque de ello no se desprenda que desde el Vaticano se reclame la sanción de una determinada ley ni que se pida a los obispos inmiscuirse en las discusiones políticas partidarias.
El magisterio en materia social por excelencia es la encíclica Rerum novarum, con la que León XIII, en 1891, dio a luz lo que todos sus sucesores consideran la doctrina de la Iglesia en ese campo. En aquel documento, más allá de las especulaciones políticas, el bien común y el destino universal de los bienes aparecen como principios irrenunciables en la concepción de la Iglesia.
Al cumplirse 100 años de la Rerum novarum, Juan Pablo II resumió en Centesimus annus los rasgos característicos de la encíclica de León XIII. “El Papa es consciente de que la propiedad privada no es un valor absoluto, por lo cual no deja de proclamar los principios que necesariamente lo complementan, como el del destino universal de los bienes de la tierra”, observó el pontífice polaco, símbolo de la lucha por la libertad en el siglo XX, que sufrió en su tierra natal los totalitarismos del nazismo y del comunismo.
El propio Juan Pablo II recuerda que “la Rerum novarum critica los dos sistemas sociales y económicos: el socialismo y el liberalismo”. Al primero le dedica el capítulo inicial y al segundo “se le reservan críticas, a la hora de afrontar el tema de los deberes del Estado”. Sentencia que “en la tutela de estos derechos de los individuos, se debe tener especial consideración para con los débiles”.
En su intervención por videomensaje, Francisco llevó su cercanía y esperanza a los pobres y excluidos, y pidió “construir un nuevo futuro del trabajo fundado en condiciones laborales decentes y dignas, que provenga de una negociación colectiva y que promueva el bien común”.
Un obispo argentino que conoce con profundidad el pensamiento de Francisco advierte que, en Fratelli tutti, el Papa sostiene el derecho a la propiedad privada, por lo cual también defiende la actividad empresaria como una “noble vocación”. Agrega que su función primera no es distribuir, sino “fomentar las capacidades económicas y tecnológicas para hacer crecer los bienes y aumentar la riqueza” y afirma que “así lo dice textualmente, aunque algunos quieran hacerle decir otra cosa”.
Al compartir plenamente el pensamiento del Papa, señala que “la libertad de empresa no es algo absoluto, sino que tiene que orientarse a asegurar el bien de todos y que nadie se quede en el camino, porque todos los seres humanos tenemos la misma dignidad”.
Las palabras de Francisco en la reunión de la OIT se apoyan, también, en el Catecismo de la Iglesia. Allí se concluye que “el derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad” y se afirma que “el destino universal de los bienes continúa siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio”. Un magisterio que no renuncia al equilibrio.
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