Un conflicto que logró alinear a las élites, pero que no oculta todas las diferencias
TÚNEZ.- La estrategia de "máxima presión" sobre Irán del presidente norteamericano, Donald Trump, que se inició con la ruptura del acuerdo nuclear y culminó con el asesinato del poderoso general Qassem Soleimani, representa a la vez una amenaza y una bendición para el régimen de los mullahs. A la vez que sus sanciones pusieron de rodillas a la economía del país, que se contrajo casi un 10% según el FMI, el intenso acoso del enemigo oficial del país durante las últimas cuatro décadas excita el nacionalismo persa y provoca un cierre de filas en torno del gobierno de las élites del país y de buena parte de la opinión pública.
Irán, heredero del antiguo y poderoso Imperio Persa, es una nación orgullosa de su pasado. Su atribulada historia del siglo XX fue el resultado de tres vectores ideológicos: "modernismo" -aunque quizás sea más apropiado hablar de "occidentalismo"-, islamismo y nacionalismo. De los tres, el único capaz de unir a la mayoría de la sociedad iraní es el nacionalismo, único punto en común entre el régimen pro-estadounidense del sha Reza Pahlevi y la República Islámica que fundó el imán Ruhollah Khomeini en 1979.
Esta ubicuidad del nacionalismo iraní, por encima de las profundas divisiones ideológicas que atraviesan la sociedad iraní, explica las multitudes que se congregaron durante los últimos días para rendir un homenaje a Soleimani, el más conspicuo líder militar del país, un hecho que contrasta con las amplias protestas antigubernamentales registradas recientemente.
En un país con decenas de presos políticos, y por tanto, sin encuestas fiables, es difícil tomar el pulso de la opinión pública. Probablemente, un importante sector de la población iraní se sintió humillada por el ataque norteamericano, sin que ello signifique que apoye sin fisuras al régimen.
De lo que no hay dudas es que el hostigamiento de Estados Unidos provocó que las élites políticas del país, con un historial reciente de disensiones, cerraron filas. Desde la muerte del carismático Khomeini en 1989, la política iraní se estructuró en torno a la división entre "reformistas" y "conservadores". Ya durante la presidencia de Mohammed Khatami a finales de los 90, su enfrentamiento alcanzó un alto grado de acritud, pero su punto álgido fue en 2009, tras la reelección de Mahmoud Ahmadinejad. Los reformistas denunciaron el amaño de los comicios, lo que dio pie a la llamada "Revolución Verde", sofocada a sangre y fuego por entre otros, la Guardia Revolucionaria, el cuerpo paramilitar que lideraba Soleimani.
"Sin duda, el asesinato de Soleimani unió las élites políticas de Irán, y suscitó la ira y simpatía de millones de iraníes. Pero incluso la idea repetida a menudo de que los iraníes de todo tipo están ahora unidos con el régimen, requiere escrutinio", escribió en su cuenta de Twitter Karim Sadjadpour, profesor iraní de la Universidad de Georgetown, que recordaba que Soleimani desempeñó un papel importante en la represión del movimiento kurdo después de la Revolución Islámica.
La renovada unidad de las élites políticas del país se fue gestando desde la ruptura del acuerdo nuclear, una apuesta del presidente iraní, Hassan Rohani, que provocó una oposición frontal de los sectores conservadores.
Las nuevas sanciones estadounidenses, que frustraron la promesa del "reformista" Rohani de relanzar la economía del país, forzaron al presidente a endurecer su política. Una prueba de ello fue su respuesta a las protestas que sacudieron el país hace unas semanas: una brutal represión que perfectamente podría haber ordenado un presidente "halcón".
En el actual contexto, parece difícil imaginar una nueva espantada del canciller iraní, Mohammad Javad Zarif, que en febrero pasado presentó su renuncia. Algunas fuentes apuntan que se habría enojado por haber sido excluido de las reuniones con el presidente sirio, Bashar al-Assad, en su visita a Teherán. Curiosamente, uno de los principales responsables de la política iraní en el conflicto sirio era Soleimani.
Finalmente, la renuncia de Zarif no fue aceptada y continúa al frente de la diplomacia iraní. Su lenguaje ha sido tan duro tras el ataque de Trump como el de Khamenei o Rohani. Ahora más que nunca, las diferencias entre reformistas y conservadores se difuminaron, al expulsar del sistema a un sector de la sociedad que apostaba por una reforma gradual del régimen y participaba en sus elecciones. Mientras las relaciones con Washington hacen correr ríos de tinta, la evolución interna de Irán es más incierta que nunca.
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