Un cigarrillo mal apagado y humo en la cabina: la tragedia del Boeing 707 que no llegó al aeropuerto
En 1973, el vuelo 820 de la compañía aérea brasileña Varig tuvo un aterrizaje forzoso antes de arribar a Orly; el cruel final del piloto
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El Boeing 707 de origen norteamericano era de lo más moderno que Brasil tenía estacionado en los hangares del país, allá por el 11 de julio de 1973. Fue ese día cuando una de estas naves se preparaba en el Aeropuerto Internacional de Galeão, ubicado en Río de Janeiro, para cruzar el Atlántico con destino final en Orly, la segunda terminal más grande de París, después de Charles De Gaulle.
El avión lucía por fuera el nombre de Varig, la compañía aérea brasileña más antigua del país cuyas siglas respondían a Viação Aérea Rio Grandense, y en sus boletos, los 117 pasajeros que se subían a bordo podían ver que su vuelo era el 820, un número que seguramente no se imaginaban aparecería luego en las portadas de los medios del mundo por una trágica razón.
Una tragedia evitable
El capitán de la aeronave era el piloto Gilberto Araujo Da Silva, quien consiguió despegar exitosamente y, mientras cruzaba el Océano Atlántico, le entregó el mando al profesional de relevo, dado que de Río a París había al menos 11 horas de viaje.
Cuando el Boeing 707 comenzó a sobrevolar el continente europeo, Da Silva volvió a dirigir el aparato y llegó hasta el espacio aéreo francés. Pero, mientras acomodaba la dirección del Varig y se ubicaba con el objetivo de iniciar el descenso, las alarmas de incendio se dispararon al tiempo que se acrecentó la preocupación de tripulantes y pasajeros.
El humo que corría por los recovecos del avión y que brotaba de uno de los baños estaba consumiendo el oxígeno de la cabina del vuelo. En un principio era imposible establecer de dónde salía el fuego, una tarea que Da Silva había encomendado a las azafatas del avión, mientras él se encargaba de avisar a Orly que la nave proveniente de Río de Janeiro iniciaría el proceso de aterrizaje.
Con la torre de control al tanto de la situación pero sin poder hacer mucho más que poner a disposición móviles de emergencia para cuando el avión tocara tierra, el foco del incendio seguía sin aparecer y la falta de oxígeno en el aire afectaba cada vez más a las personas a bordo del vuelo 820.
A su vez, era tal el humo que los propios pilotos tenían la visibilidad reducida y algunos pasajeros ya comenzaban a desmayarse por la dificultad para respirar. La situación era realmente desesperante. Da Silva y su equipo se vieron obligados a descender por completo, incluso cuando todavía no se ubicaban sobre la pista del aeropuerto de Orly, por lo que lo hicieron a cinco kilómetros de la zona.
El lugar no estaba preparado para el aterrizaje de un avión y las alas del Boeing terminaron chocando con una serie de árboles que había alrededor. Si la aeronave estaba en problemas por el incendio y el humo, ahora, con los golpes, se encontraba más comprometida aún.
Ya en tierra, los restos del Varig se encontraban desperdigados por Saulx-les-Chartreux, un pequeño pueblo de 5000 habitantes al que los servicios de emergencias acudieron de inmediato para asistir a las víctimas de la tragedia.
La mayoría había muerto por asfixia, pero la apertura de la puerta delantera derecha había servido como una vía de escape y salvación para los pocos sobrevivientes del vuelo. Los bomberos lucharon para apagar las llamas que consumían poco a poco al avión. De las 134 personas que viajaban en él, solo 11 sobrevivieron, entre ellas 10 tripulantes y un pasajero.
Pero, ¿cuál fue la causa del incendio que acabó con la vida de tanta gente? Por más insólito que parezca, en el año 1973 todavía estaba permitido fumar en los aviones.
En tanto, una de las hipótesis más fuertes que se barajó sobre la razón del fuego fue que un pasajero tiró una colilla mal apagada en el tacho de basura, lo que dio lugar a las llamas y al humo. Aunque se pensó además en una posible falla eléctrica, también en el baño.
Poco más de un año después, la Federal Aviation Administration (FAA) promulgó una directiva, la AD 74-08-09, que obligaba a “instalar avisos que prohíban fumar adentro de los baños y desechar cigarrillos en los cestos de basura; establecer un procedimiento para anunciar a los ocupantes del avión que el fumar dentro de los baños está prohibido; instalar ceniceros en ciertos lugares; e inspeccionar que las tapas de los depósitos de desechos de los baños operen correctamente”.
Ya por los ‘90 -dependiendo del país, más temprano o más tarde en la década- las asociaciones aeronáuticas del mundo comenzaron a prohibir que se fume en los vuelos, una normativa que se mantiene al día de hoy y que ya -casi- ni se discute.
El inesperado futuro del piloto
Gilberto Araujo Da Silva, el capitán del trágico vuelo 820, fue uno de los sobrevivientes del fatal accidente. El trauma de lo sucedido no le impidió seguir volando y, tras recuperarse de las heridas, el brasileño volvió al ruedo con la misma aerolínea, Varig, aunque esta vez con aviones de carga.
Pero tiempo después la suerte no fue la misma para el comandante de 55 años. Es que, mientras piloteaba otro Boeing 707 correspondiente al vuelo 967 con salida en el Aeropuerto Internacional de Narita, Japón, destino final en Río de Janeiro y una parada previa en Los Ángeles, la muerte volvió a tocar a su puerta.
En la noche del 30 de enero de 1979, a la hora del despegue, el avión, que llevaba 153 obras del pintor brasileño-japonés Manabu Mabe y seis tripulantes, desapareció de los radares.
La compañía, Varig, que dejó de operar en 2006, dio por desaparecido al aparato que parecía que había sido absorbido por el Océano Pacífico con las siete personas que viajaban en él. Nunca más se supo nada ni de la nave ni del piloto que seis años antes se había salvado milagrosamente de una fatal tragedia.
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