La entrevista que estás a punto de leer cuenta una historia poco común.
Va sobre un tipo que lo dejó todo durante ocho meses para viajar al pasado. En concreto, a los orígenes de su madre, quien nació en una humilde familia de pastores en la Siberia Extremeña, uno de los lugares más inhóspitos y fríos de España cuando se desata el invierno.
Las temperaturas de esa comarca del suroeste del país oscilan entre las bajo cero de los meses más fríos y los 40 grados en verano, y solo la habita una media de siete habitantes por kilómetro cuadrado.
Allí, en pleno invierno de 2017, llegó el periodista español Gabi Martínez (Barcelona, 1971), el protagonista de esta conversación.
Se convirtió en pastor de ovejas y vivió en un pequeño refugio sin electricidad ni agua caliente únicamente protegido por la perra Siria, una mastín.
De la Siberia Extremeña la gente suele irse, casi nunca llega.
Por eso, cuando Martínez llegó haciendo el viaje a la inversa que durante décadas realizan los españolesque emigran del campo hacia la ciudad, los lugareños le preguntaron qué hacía allí, en medio de la nada.
Pero para este escritor "la nada es un agujero por el que puede verse todo".
Martínez ha contado aventuras en todo el mundo, desde el Nilo hasta Australia, pero le faltaba hablar de sus raíces. Contar cómo se viven los efectos del cambio climático y el abandono del mundo rural lo más cerca posible.
El fruto de su experiencia en la Siberia está narrado en Un cambio de verdad, su último libro y sobre el cual conversó con BBC Mundo en el marco del Hay Festival de Arequipa, que se celebra en versión digital entre el 28 de octubre y el 8 de noviembre.
Dices en el libro que fuiste a la Siberia buscando un relato distinto sobre el cambio climático. ¿Qué buscabas exactamente?
Cuando hablamos de naturaleza, medioambiente o cambio climático lo comunicamos en términos tan grandes que resulta difícil articular un relato concreto.
Necesitamos cambiar nuestra percepción de la realidad, cambiar hábitos y relacionarnos con la naturaleza de otra manera. Hay que conseguir relatos que emocionen al lector, que le involucren a experimentar algo tan fuerte que le hagan actuar y reaccionar.
La mayoría de cosas que se dicen sobre el cambio climático son ideas abstractas. Hay que hacer que la gente vibre y confío en que la forma de lograrlo es a través del arte y la literatura.
Sé que es un planteamiento ambicioso, pero es que la intelectualidad y la queja sostenida no nos está llevando a ninguna parte.
¿Qué te impulsó a hacer un cambio tan radical?
Llevaba tiempo pensando en clave ambientalista y en eso tuvo mucho que ver el nacimiento de mi hijo.
Cuando tenía dos años fuimos al acuario de Barcelona, donde exponían una pequeña muestra de la Gran Barrera de Coral de Australia. Se decía que si la temperatura del planeta aumentaba dos grados, moriría más del 90% de la Gran Barrera.
Irme a la Siberia Extremeña fue la consecuencia de llevar 11 años pensando en cómo cambiar las cosas. Y para ello decidí irme al territorio sentimental más cercano.
¿Y allí qué te encontraste? ¿Cómo se notan los efectos del cambio climático?
Hay un problema de fondo muy importante, y es que las personas menosprecian el lugar que habitan.
Lo que para mí suponía un todo enorme y estupendo por descubrir, había gente allí que simplemente lo menospreciaba.
España, durante la Transición democrática, venía de sufrir un bloqueo económico en el que comenzó una gran migración del campo a la ciudad.
Las ciudades se convirtieron en símbolo de libertad y dinero y el campo quedó como un espacio de pobreza y abandono.
Este relato lo han comprado los propios habitantes del campo y se han sometido a la idea que les envía la ciudad de que viven en un lugar menospreciable.
Pero también existe otra cantidad de personas que resisten.
Hay todo una serie de refineros, agricultores y ganaderos que defienden su posición con creatividad y apostando por lo ecológico.
Si hablamos del aspecto físico, lo que más impacta sin duda a la Siberia son las sequías. El cambio climático está secando sus ríos.
Pero no toda la acción del hombre es mala. La dehesa española es un espacio artificial, intervenido por las personas, que sin embargo es un territorio diverso y fértil.
Necesitamos llevar a cabo "una gran conversación" entre el hombre y la naturaleza. Si se lleva adelante en los términos adecuados, se pueden conseguir frutos beneficiosos para el humano y su entorno.
En el libro cuentas la desilusión que vive la gente de la Siberia.
Lo que está deseando mucha gente que vive en ese espacio es marcharse de allí, no quedarse para construir y demostrar que se puede trabajar en ese lugar y llevar una vida plena y feliz.
Están con la cabeza puesta en lo que está ocurriendo en otro lugar.
Tú no puedes vivir en un sitio y pensar en estar en otro, porque tu vida se convierte en un sinvivir y un desasosiego constante.
Yo creo que, en este caso, las pantallas están creando realidades virtuales que hacen más emocionante cualquier lugar que no sea el que estamos viviendo nosotros.
Eso es mucho más flagrante en el campo. Creen que en un lugar más denso y contaminado como las ciudades estarían mejor que donde están ahora.
¿Cuán diferentes son las preocupaciones del pastor de ovejas a las del habitante de la ciudad?
Lo principal es que en la ciudad vives una vida especializada en tu trabajo o carrera. En el campo necesitas mantener con vida a otras cosas y todo lo que haces repercute en todo lo que te rodea.
Plantas una semilla y eso servirá para que crezca una planta que alimentará a una oveja. Esa oveja, a su vez, puede proveer de lana y producir alimentos.
En el campo estás en contacto diario y explícito con el ciclo de la vida.
En las ciudades estamos tan encajonados físicamente que no podemos admirar y entender la magnitud de la conexión total del ser humano con el resto de seres vivos.
Creo que ese es uno de los mayores problemas que tenemos.
¿En qué piensa un pastor viviendo con temperaturas bajo cero? ¿Fue muy duro el frío?
Llega un momento en que el frío deja de copar el pensamiento porque estás pendiente del rebaño, que las ovejas no se te pierdan, coman bien y ayudarlas cuando enferman.
Vivía en un refugio donde tenía que hervir el agua, salir fuera y echármela por encima a cazos en los momentos que tenía el cuerpo frío.
Viví como mis antepasados. Mi madre fue pastora y mi abuelo también.
Vives pendiente de recoger la leña, encender el fuego y lavar tu ropa a mano. Lo doméstico requiere tanto esfuerzo y concentración que eso te mantiene ocupado todo el tiempo.
Cuando estás así te sientes un ser vivo completo. Desarrollas todos tus sentidos e intuición.
Te lo explico con un ejemplo muy gráfico.
Allí hice amigos que me sacaban por las tardes a recoger espárragos. Al terminar la jornada ellos salían con mazos enormes y yo con tres esparraguitos. Era incapaz de distinguir al espárrago entre toda la maleza.
Conforme pasaron los meses, identificaba los espárragos de forma más natural y espontánea. Eduqué mi mirada.
En el campo se afila la intuición.
Por eso es que en el libro intento ofrecer un relato sin claroscuros y apuesto por resaltar la belleza. En la crueldad del día a día encontré una belleza poética.
¿Y no se pasa miedo cuando estás tan solo y aislado en medio de la noche?
El miedo se pasa al principio, cuando uno no sabe a lo que se enfrenta. Uno pasa miedo a estar tan solo y aislado, pero como únicamente te tienes a ti, debes espabilar.
El miedo se supera pronto, pero nunca dejas de estar consciente de la soledad.
Siria, la perra mastina que me acompañaba, tenía una rutina de ladrar durante un tiempo cada noche.
Al principio pensaba que algo iba mal y me asustaba. Luego comprendí que ladraba para marcar territorio y que cualquiera que estuviese cerca supiera que ahí estábamos nosotros.
Al comienzo me asustaba que ladrara, luego me preocupaba cuando no la escuchaba.
Hablas de dignificar la vida en el campo en un momento en el que las organizaciones animalistas, vegetarianas y veganas están tomando cada vez más fuerza, y lo que defienden atenta, en cierta forma, contra la forma en la que se ganan la vida muchas de los habitantes que conociste.
Hemos hecho muy mal las cosas. Hemos soñado con ideas y modelos tan perjudiciales para nosotros que la respuesta a eso, equilibrar la balanza, ha sido ponerse en el otro extremo.
La respuesta extrema a ese tipo de problemas han sido movimientos como el veganismo y el animalismo.
Si lo piensas, estos movimientos tienen una lógica casi aplastante. Pero no podemos ponernos en posiciones tan equidistantes, porque entonces el diálogo se vuelve imposible.
Unos te acusan por comer carne y otros por defender a los que no la comen. Yo creo en la colaboración. Es posible que alguien coma carne con conciencia y dosificación.
Eso implica producir mucho menos carne, pero también que se trate mejor al animal, de forma ecológica y a la larga ofreciendo un mejor producto.
Es complicado, pero necesitamos posturas más dialogantes.
¿Y cómo lograr esos acuerdos?
El tiempo pasa y ya estamos en el momento de reconocer las diferencias dentro de nosotros. Es la única forma de ponernos en lugar del otro y alcanzar acuerdos.
Lo que pasa es que vivimos en un mundo de monocultivos. No hay diversidad.
Eso no solo se traduce en las plantaciones y productos del campo, sino en parlamentos y lugares donde se debate el futuro de las personas.
Los partidos políticos solo quieren hablar con los que hablan como ellos.
Si perdemos la diversidad física en el territorio, perdemos también la biodiversidad de nuestras sociedades.
Si entendemos que debemos cuidar de algo tan elemental como la Tierra, conseguiremos trasladar ese tipo de biodiversidad a nuestros foros públicos.
Tras vivirlo tan de cerca, ¿cuál es el mayor temor que te despierta el futuro de la vida rural y el campo?
Ahora mismo me preocupa todo este discurso buenista que está trayendo la pandemia. Todo eso de que saldremos mejores y que cuidaremos más el medioambiente.
Pero lo que está pasando es que la gente que trabaja en el sector ecológico está vendiendo sus terrenos. También sus rebaños.
La gente que cuida del entorno está siendo absorbida definitivamente por volúmenes industriales. Necesitan recuperar cuanto antes todo el dinero que han perdido.
Todos los discursos buenistas son mentira. Las corporaciones acabarán enterrando todo lo bueno que se está haciendo en materia ecológica en muchos lugares.
Con la pandemia y el trabajo remoto, muchos hablan de volver al campo o de ir a vivir a zonas menos pobladas. ¿Qué les dirías a los indecisos?
A los indecisos los animaría absolutamente. Los que han hecho algo parecido han descubierto que ha valido la pena.
Uno decide cambiar cuando cree que el lugar en el que está no le está dando lo que espera de la vida.
Cuando te vas a un lugar tan apartado, funciona como una aventura inexplorada. Aprendes a vivir en el sentido más completo de la palabra.
Parece que el cambio es tomar la decisión, pero no, lo que de verdad te transforma son las cosas que te ocurren cuando estás allí.
Me desplacé con miedos, tonterías en la cabeza y otras historias, pero allí descubrí otro mundo e hice muchos amigos.
Hay que probar cosas alternativas, transformarse para encontrar un lugar mejor.
En nuestra cabeza asociamos pueblo con pobreza, pero si nos acercamos podemos ver que es mucho mejor de lo que están contando.
Deja de escuchar lo que te cuentan otros y búscate tus propias respuestas.
Por José Carlos Cueto
BBC MundoTemas
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