Un bidón de nafta al fuego de las tensiones raciales
Washington.- Anteayer, Trump se despertó, le echó una mirada al país que conduce, vio que había leña seca para encender el fuego de las tensiones raciales y decidió arrojarle un fósforo encendido. No es la primera vez y seguramente tampoco sea la última. Tiene una caja de fósforos llena y los bidones de nafta siempre a mano.
Sus arengas invitando a las congresistas demócratas a que "se vuelvan" al país del que vienen, aunque casi todas nacieron en Estados Unidos , dejaron pasmado a más de uno, pero no deberían sorprender a nadie que haya observado el modo en que Trump gobierna desde hace dos años y medio a un país multicultural y multirracial como Estados Unidos.
Cuando de raza se trata, Trump juega con fuego como no lo ha hecho ningún presidente en más de un siglo. Si bien otros ocupantes de la Casa Blanca en algún momento se pasaron de la raya, apelando al resentimiento de los estadounidenses blancos con declaraciones sutiles o no tan sutiles, ningún otro presidente de los tiempos modernos ha fogoneado las tensiones raciales de manera tan abierta, tan insistente y con tantas ganas como Trump.
Su ataque contra las congresistas cayó el mismo día en que su gobierno amenazaba con realizar redadas masivas de inmigrantes. Y apenas pocos días después de que Trump recibiera a algunas de las voces más incendiarias de la extrema derecha en internet, y de que prometiera encontrar otra manera de contar diferenciadamente a los ciudadanos y los no-ciudadanos, a pesar del fallo de la Suprema Corte que le prohibió agregar esa pregunta al censo.
Su suposición de que las demócratas de la Cámara de Representantes no nacieron en Estados Unidos encaja con la estrategia política de "nosotros vs. ellos" que constituye el núcleo de su presidencia desde un principio. Y ahora, camino a las elecciones del año próximo, Trump parece querer trazar una raya tajante entre los blancos nacidos en el Estados Unidos de sus recuerdos y el país étnicamente diverso y con cada vez más habitantes nacidos en el extranjero que gobierna actualmente, desafiando a los votantes a declarar de qué lado de esa raya se ubican en las elecciones de 2020.
Trump niega rutinariamente cualquier animadversión o sesgo racial. Según dice, su lucha es contra la inmigración ilegal, para proteger al país y sus fronteras. También suele jactarse de que el desempleo entre los latinos y los afroamericanos está en mínimos históricos. La semana pasada, le agradeció a Robert L. Johnson, fundador de Black Entertainment Television, por haber reconocido su buen manejo de la economía.
"Soy la persona menos racista que hayan conocido", ha dicho más de una vez.
Pero no se esfuerza demasiado en no parecerlo, y su catarata de tuits del domingo dejó a sus propios colaboradores sin armas o sin voluntad de defenderlo. Aunque por incómodos que se sientan muchos republicanos con la política de tintes raciales de Trump, tampoco quieren enemistarse con sus bases electorales.
Antecedentes
Ya otros presidentes han jugado la carta racial o caído en estereotipos, como lo demuestran las grabaciones secretas de Lyndon Johnson y Richard Nixon, que a puertas cerradas hacían comentarios virulentamente racistas todo el tiempo. Pero siempre hubo límites, y la mayoría de los presidentes modernos predicaron la unidad por encima de las divisiones. Lyndon Johnson, por supuesto, impulsó la reforma de los derechos civiles más importante de la historia norteamericana. George Bush padre promulgó una ley de derechos civiles y rechazó la candidatura del líder del Ku Klux Klan, David Duke, para la gobernación de Luisiana. Su hijo, George W. Bush, dejó su marca visitando una mezquita pocos días después del 11 de septiembre de 2001. Barack Obama, por su parte, invitó a una "cumbre de cerveza" al profesor afroamericano de Harvard y al policía que lo había arrestado por error.
Trump arrancó su carrera hacia la Casa Blanca fogoneando la falsa teoría conspirativa de que Obama había nacido en África. Abrió su campaña presidencial de 2015 con un ataque contra los "violadores" mexicanos que atravesaban la frontera y más tarde solicitó la prohibición de ingreso a Estados Unidos de todos los musulmanes. Ya como presidente, dijo en reuniones de trabajo que los inmigrantes haitianos "tienen todos sida", que los visitantes africanos nunca estarían dispuestos "a volver a sus chozas", y que en vez de inmigrantes haitianos y africanos, Estados Unidos debería aceptar más inmigrantes noruegos.
Trump insiste en que solo dice lo que otros piensan y no se atreven a decir. Y cada vez que lo hace, le hecha nafta al fuego de la tensión racial. El fuego quema, pero así le gusta a Trump.
Traducción de Jaime Arrambide
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