Un año de pandemia y una certeza: nada más seguro que los espacios exteriores
Se procura que los eventos familiares, comerciales, gastronómicos y recreativos sean al aire libre; el riesgo no es inexistente, pero disminuye considerablemente
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WASHINGTON.- Las fotos de la primavera del año pasado en Playa Clearwater, Florida, se viralizaron por el mundo: personas apiñadas en la arena, aparentemente ajenas a la nueva y mortal infección que arrasaba el planeta como plaga del infierno. Los funcionarios locales, acusados de fomentar una crisis sanitaria, clausuraron de inmediato los casi 60 kilómetros de playas del condado y las mantuvo cerradas durante semanas.
¡Cuánto se aprende en un año! En la actual primavera en el hemisferio norte, las playas están todavía más atestadas que el año pasado, pero a nadie se le ocurriría pedir que las cerraran. De hecho, casi nadie se quejó.
Y justificadamente, según muchos científicos y sanitaristas que aseguran que los espacios exteriores deben ser considerados un verdadero refugio en esta lucha implacable contra un virus contumaz y contra la fatiga que causan las restricciones. Durante más de un año, quedó comprobado que la inmensa mayoría de las cadenas de contagios se produjeron en interiores o espacios semicubiertos: viviendas, frigoríficos, hogares de ancianos y restaurantes.
Pero casi no hubo ejemplos de contagio en las playas y otros lugares al aire libre, donde el flujo de aire dispersa las partículas contagiosas, el distanciamiento social es más fácil de cumplir, y la humedad y la luz del sol conspiran contra la supervivencia del virus.
Playas y parques “son de los lugares más seguros que pueda haber”, dice Linsey Marr, experto en virus de transmisión por aire del Instituto Tecnológico de Virginia. “Además, los lugares al aire libre ahora son más seguros que el año pasado, porque hay mucha gente vacunada o con inmunización natural por haber cursado la enfermedad.”
Las evidencias de que al aire libre el coronavirus tenía menos posibilidad de transmisión aparecieron ya al principio de la pandemia. Y ahora que el mundo ingresa en su segundo año de convivencia con el virus, esa certeza es cada vez más decisiva a la hora de definir restricciones y otras políticas públicas. Los estadios abren las puertas a sus hinchas, se organizan graduaciones y ferias al aire libre, y en varios lugares de Estados Unidos las restricciones al número de asistentas a las reuniones sociales van disminuyendo o directamente son levantadas. Las plazas de juegos y los terrenos públicos en general, que el año pasado estaban vedados, hoy están mayormente abiertos.
De todos modos, las recomendaciones de salud pública para estar al aire libre siguen siendo las mismas: guardar distancia, evitar las aglomeraciones, y usar barbijo, y en muchas jurisdicciones eso incluye playas y senderos. Los expertos dicen que es difícil precisar cuánto menos riesgosas son las actividades al aire libre, en parte porque es muy difícil hacer el rastreo de contactos de los desconocidos con quien uno se junta en situaciones públicas. Y las nuevas variantes supercontagiosas “nos patean en contra”, dice Marr.
Para colmo, algunas actividades de bajo riesgo al aire libre, como ir a la playa o ir a la cancha con aforo, suelen venir acompañadas de otras mucho más peligrosas, como ir en transporte público o reunirse después en un bar. El mes pasado, cuando Miami Beach tuvo que imponer el toque de queda, los funcionarios culparon a los que iban de fiesta, y no a los que iban a tomar sol.
Nooshin Razani, profesora adjunta de epidemiología y bioestadística de la Universidad de California en San Francisco, estudia la conexión entre la naturaleza y la salud humana, y asesora desde hace mucho tiempo a organismos públicos a cargo de parques y plazas. Razani dice que a medida que avanzaba la pandemia se dio cuenta de que esos organismos necesitaban “información más precisa, porque con decir que al aire libre es más seguro, no alcanza”.
Tras una revisión sistemática de publicaciones sobre la transmisión del nuevo coronavirus y otros virus respiratorios, Razani y sus colegas descubrieron que menos del 10% de los casos descritos se propagaron al aire libre. Pero también fue muy frustrante encontrar tan pocos artículos que describieran esos entornos al aire libre o que compararan claramente situaciones en interiores y exteriores.
“Nuestra conclusión es que no es imposible contraer una infección al aire libre, pero según todo lo publicado, claramente la proporción es mucho menor”, dice Razani, y agrega: “Si vas a la playa, mejor evitar los horarios de mucha gente, llevar el barbijo y tener un Plan B”.
Estudios
Los primeros estudios de rastreo de contactos detectaron mucha más transmisión del coronavirus en interiores que en exteriores. Un estudio realizado en Japón reveló que el virus tenía casi 19 veces más probabilidades de propagarse en ambientes cerrados. Seis de los siete casos que los investigadores identificaron como “eventos de supercontagio” se produjeron en interiores. El estudio no especifica dónde ocurrieron los casos.
Otro estudio del año pasado sobre 318 focos de tres o más casos en China reveló que todos habían ocurrido en interiores. Los autores identificaron un solo brote al aire libre, el caso de un hombre que había mantenido una conversación con una persona que había regresado de Wuhan, donde se detectó por primera vez el nuevo coronavirus.
Desde entonces, las investigaciones vinculan la inmensa mayoría de los eventos de supercontagio —un término todavía laxo, que no tiene una definición acordada—, con situaciones en interiores o de circulación entre un espacio cubierto y otro descubierto, dicen los expertos.
Los investigadores de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres compilaron una base de datos de estudios publicados, registros oficiales e informes periodísticos, sobre focos de casos detectados en todo el mundo hasta agosto. El análisis de esos datos reveló que el 96% de esos focos de contagio estaba relacionados con situaciones bajo techo, aunque los investigadores señalaron que hay pocos datos de países de ingresos bajos y medios bajos. Los raros ejemplos conectados con entornos al aire libre, escribieron los investigadores, tuvieron que ver con aglomeraciones, como una situación en un mercado y en un rally.
Todavía no hay evidencia de que las protestas masivas a cielo abierto de más alto perfil en Estados Unidos durante 2020, los reclamos de justicia racial tras del asesinato de George Floyd a manos de la policía, hayan sido situaciones de supercontagio. Pero la investigación sobre si alimentaron la propagación del coronavirus en las áreas circundantes ha llegado a conclusiones ambiguas. Dos estudios no encontraron aumentos en los casos en barrios con muchos manifestantes, pero otro encontró un “crecimiento anormal” de las tasas de contagio de ocho ciudades donde las manifestaciones habían sido muy masivas.
Otro informe analizó los efectos de 18 actos de campaña del presidente Donald Trump, 15 de los cuales fueron al aire libre, y descubrió que pueden haber aumentado significativamente los casos en los condados donde se realizaron.
Muge Cevik, experta en virología y enfermedades infectocontagiosas de la Universidad de St. Andrews, Escocia, dice que conectar un gran evento con las tasas de infección locales es difícil, porque pueden intervenir muchos otros factores.
Pero Cevik señala que hay una amplia evidencia de que “pasar al lado de desconocidos y tener contacto casual al aire libre es de muy bajo riesgo”, y que incluso que transitar por calles muy concurridas es bastante seguro. Comer con otras personas sin distanciamiento social, dice Cevik, puede considerar la actividad más riesgosa al aire libre. Y hay que tener cuidado con esos asados donde “la gente también se junta a charlar en la cocina”.
Cevik dice ser escéptica sobre el barbijo obligatorio en exteriores y cree que las autoridades deberían centrarse en otras medidas, como mejorar la ventilación en lugares de trabajo de alto riesgo. Cevik dice que insistir demasiado con las restricciones al aire libre puede terminar alentando las reuniones bajo techo.
“El enfoque tiene que ser de contención del daño, donde básicamente alentamos a las personas a pasar más tiempo al aire libre de manera segura”, dice Cevik. “Dado el muy bajo riesgo de transmisión al aire libre, creo que el uso de barbijos en los exteriores, desde una perspectiva pública, es un poco arbitrario, y creo que afecta la confianza y la voluntad de la gente para comprometerse con otros cuidados más importantes.”
“Lo que tenemos que lograr es que la gente se cuide en los espacios interiores.”
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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