Un animal político que pasó de la resurrección a la caída en desgracia
LIMA.- Alan Gabriel Ludwig García Pérez supo moverse con habilidad sobre los resbaladizos terrenos de la política peruana. Figura central en su país durante los últimos 40 años, se vio acorralado por las ramificaciones de la red de corrupción de la constructora Odebrecht y ayer se suicidó.
El cerco de la investigación comenzó a estrecharse de manera apremiante sobre la figura de García a fines del año pasado, cuando fracasó en su intento de conseguir asilo político en Uruguay para eludir la investigación de la fiscalía por supuesta corrupción.
Fue la primera vez en una prolífica carrera política de cuatro décadas que el líder socialdemócrata peruano enfrentó aprietos judiciales. Dos características de García se destacan en la prensa peruana: su don innato para la política y su largo historial de corrupción. Según las encuestas, se había convertido en el político más impopular de Perú, con un rechazo del 80%.
García quedará marcado por la "época de Alan", su primer gobierno (1985-1990), que dejó al país hundido en la peor crisis económica y social de su historia, pero también por su capacidad, cual ave fénix, para reinventarse. A diferencia del primero, en su segundo mandato (2006-2011) Perú registró tasas de crecimiento asombrosas gracias a las medidas promercado de García y a la explosión de los precios de las materias primas.
Líder de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), García llegó al poder con 35 años y un discurso más de izquierda que socialdemócrata. En aquel momento, la Juventud Peronista empapeló Buenos Aires con carteles que decían: "Patria querida, dame un presidente como Alan García". El entonces presidente dejó de pagar la deuda externa, apoyó al campesinado y nacionalizó la banca. Terminó su gobierno en 1990 en medio de la hiperinflación; el descontrolado terrorismo de Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, y acorralado por múltiples sospechas de corrupción.
Fue acusado tanto de ineficiencia como de excesos en la lucha antisubversiva. Pero estas imputaciones, al igual que los cargos de corrupción que quiso endilgarle el gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000), quedaron en la nada. Perseguido tras el autogolpe de Fujimori en 1992, García pidió asilo en Colombia y luego en Francia. Volvió a Perú en 2001, cuando las acusaciones en su contra habían prescripto. Compitió en las elecciones de ese año, pero perdió por un margen estrecho frente a Alejandro Toledo.
En 2006 lo intentó de nuevo. Se enfrentó con el delfín de Hugo Chávez en Perú, Ollanta Humala. Así fue que la derecha terminó apoyándolo en el ballottage. Alan García fue el mal menor, dijo entonces el premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa.
Los analistas consideraron que su resurrección política se debió, además, a sus extraordinarias cualidades como candidato, que le permitieron contrarrestar los fantasmas de su primer gobierno y mostrarse como alguien más diplomático. "Solo Dios y los imbéciles no cambian", señaló para reforzar su mea culpa y su metamorfosis.
Pero los escándalos de corrupción lo acompañaron siempre como una sombra. Quedó involucrado en el caso Odebrecht en 2016, luego de que la empresa brasileña admitió ante la Justicia estadounidense el pago de 29 millones de dólares en sobornos durante tres gobiernos peruanos, incluido el suyo. Antes de morir, estaba siendo investigado por presuntas coimas en la construcción de la Línea 1 del subte de Lima, proyecto en el que estaba involucrada la constructora brasileña.
Siempre defendió su inocencia. En noviembre pasado se calificó como un "perseguido político" y se refugió en la embajada uruguaya en Lima. Tras 16 días, en uno de los fracasos más estridentes de su carrera, Uruguay le negó el asilo.
Antes de aquel episodio se había mantenido al margen de la política. Unos años antes, en 2016, buscó un tercer mandato, pero obtuvo apenas el 5,83% de los votos. En los últimos meses, inhabilitado por la Justicia, desde Madrid, donde vivía con su pareja y su hijo menor, se dedicó a defenderse de las acusaciones por el caso Odebrecht.
Padre de seis hijos, también tenía un nieto. Su segunda mujer era la argentina María del Pilar Nores de Bodereau, con quien tenía cuatro hijos.
Tras su muerte, García deja detrás un partido político muy debilitado, aliados políticos del fujimorismo acosados por la corrupción y un país que ya no estaba dispuesto a mirar a otro lado como hizo en el pasado.
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