Una alcaldesa marxista se gana los votantes de una rica ciudad austríaca
Contra todo pronóstico, Elke Kahr, jefa del Partido Comunista, ganó las elecciones en la localidad de Graz
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GRAZ, Austria.- Era cantado que el alcalde conservador iba a ganar de nuevo y se aseguraría un quinto mandato: al fin y al cabo, Graz es la segunda ciudad más grande Austria, un lugar donde no es inusual cruzarse por las calles con hombres vestidos con las tradicionales bermudas con tiradores o mujeres con largas polleras con delantal.
Hasta la propia Elke Kahr, jefa del Partido Comunista de la ciudad, estaba convencida de que iba a perder contra el engominado heredero de una dinastía empresaria que gobernaba la ciudad desde hacía 18 años.
Así que fue la primera en sorprenderse cuando un periodista le dio la noticia, después de las elecciones de septiembre pasado: los comunistas han ganado y la nueva alcaldesa de Graz era ella.
“El periodista estaba totalmente desconcertado, al punto que yo pensé que me estaba cargando”, recuerda Kahr sobre su intercambio con el periodista aquella noche, después de las elecciones, en el ayuntamiento de la ciudad.
Los diarios de toda Europa de inmediato empezaron a referirse a la ciudad como “Leningraz”, un apodo que a Kahr le arranca una sonrisa.
“Sí, soy ciento por ciento una marxista convencida”, dice Kahr desde su despacho de alcaldesa, entre las estanterías y muebles usados de Ikea con los que reemplazó el mobiliario señorial de su predecesor, Siegfried Nagl, del Partido Popular Austríaco (ÖVP).
Ahora Kahr está intentando “redistribuir riqueza” tanto como su rol se lo permite.
Pero eso no significa que el Partido Comunista de Austria (KPÖ) tenga planeado confiscar los bienes de la burguesía o abolir el libre mercado. Kahr dice que si objetivo es “aliviar lo más posible los problemas de los vecinos de nuestra ciudad”.
Para un turista desprevenido, sin embargo, los problemas de la ciudad no saltan a la vista.
Cuando Arnold Schwarzenegger va de visita a la ciudad, donde nació, camina despreocupadamente por calles inmaculadas, entre complejos de viviendas modernos y de precios muy accesibles. Pero hay bolsones de pobreza, y son muchos los austríacos que la están pasando mal por el aumento de la inflación y los salarios planchados.
De hecho, y no sin causar controversia, hace casi dos décadas que Kahr pone plata de su propio bolsillo para ayudar a algún vecino a pagar una factura de electricidad inesperadamente abultada o reemplazar un lavarropas que se rompió. La líder comunista escucha el problema, anota el número de cuenta bancaria del solicitante, y le transfiere el dinero, un monto que no suele superar los 200 dólares.
Karh tiene 60 años y a lo largo de su carrera política ha repartido alrededor del 75% de sus ingresos netos. Desde 2005, cuando fue elegida concejala por primera vez, Kahr ha entregado más de 1 millón de dólares de su propio bolsillo.
Los políticos opositores la han acusado de comprar votos, “pero ellos tienen la libertad de hacer lo mismo que yo”, apunta Kahr. “Además, no es caridad. Simplemente estoy convencida de que los políticos ganamos demasiado.”
Su sueldo como alcaldesa es de unos 120.000 dólares netos —más del cuádruplo del salario promedio nacional—, y dice que con los 32.000 que le quedan después de repartir le alcanza perfectamente. Se mueve en transporte público, compra en supermercados de descuento, y alquila un modesto departamento repleto de libros y discos, donde vive. On su pareja, dirigente retirado del KPÖ.
El socialismo en Austria tiene una larga tradición y el país ha construido un Estado benefactor de amplio alcance. La atención de salud es universal y las universidades son gratuitas.
Pero al Partido Comunista austríaco los votantes le daban mayoritariamente la espalda desde que se quedó de brazos cruzados ante la violenta represión de los soviéticos contra el levantamiento popular de 1956 en la vecina Hungría: desde entonces, el KPÖ no ha obtenido nunca un solo escaño en el Parlamento nacional.
La ciudad de Graz, sin embargo, ha sido un caso aparte: los carismáticos comunistas locales se enfocaron en la problemática de la vivienda y desde la década de 1990 siempre han tenido algún representante en la legislatura de la ciudad.
Pero ninguno llegó a ser tan popular como Kahr, a quien tanto oficialistas como opositores describen como una mujer accesible y amable que va directo al grano. Y el elogio más extendido entre los votantes es que Kahr “no es como un político”, sino una especie una trabajadora social.
Medidas
Ahora, como alcaldesa de un gobierno de coalición con los socialdemócratas y los verdes, Kahr tiene más margen y poder para impulsar sus políticas.
Para empezar, estableció montos máximos a las facturas residenciales de alumbrado, barrido y limpieza, así como un monto máximo a los alquileres de viviendas sociales que son propiedad de la ciudad. También amplió a miles de vecinos más el fuerte subsidio a los pases anuales para el transporte público.
Y también ha reducido al mínimo el presupuesto de publicidad del gobierno de la ciudad, así como los subsidios a todos los partidos políticos.
Kurt Hohensinner, el nuevo jefe del ÖVP de Graz, critica esas medidas diciendo que son más simbólicas que efectivas, y agrega que bajo el liderazgo de Kahr, “Graz no sufrirá por el comunismo, sino por el estancamiento”.
Probablemente se refiere a que Kahr también le bajó el pulgar a varios proyectos de gran visibilidad y alto impacto, como la propuesta impulsada por el ÖVP para que los 300.000 habitantes de Graz tengan su primera línea de subte.
En cambio, la ciudad pronto tendrá una nueva oficina de servicios sociales y de vivienda, y más departamentos con alquiler subsidiado.
Historia personal
Kahr fue puesta en adopción al nacer y pasó los primeros años de su vida en un hogar de niños. Fue adoptada justo antes de cumplir 4 años. Según cuentan, la pequeña Elke se acercó a una pareja que visitaba el hogar y le pidió descaradamente una banana que asomaba de su bolsa de supermercado: impresionados por la falta de timidez de la niña, la pareja la adoptó.
Su padre y su madre -soldador de profesión y camarera devenida ama de casa, respectivamente— alquilaban una vivienda precaria en Triestersiedlung, donde tenían agua de pozo y criaban algunas gallinas, patos y conejos. El baño era una letrina exterior.
Algunos de sus compañeros de juegos vivían en barracas abandonadas de la Segunda Guerra Mundial y andaban en sandalias por la nieve.
“Cuando uno crece en ese entorno, lo que busca es un mundo socialmente más justo”, dice Kahr.
La alcaldesa se sigue reuniendo periódicamente con personas que necesitan ayuda, como lo hacía cuando era concejala y recibía más de 3000 visitas al año de madres solteras, desempleados o personas con problemas habitacionales.
Kahr exhala el humo de un cigarrillo, el vicio que no logra dejar, y reflexiona sobre las causas del fracaso del comunismo en otros lugares.
“Es muy simple y depende de una sola cosa”, dice. “De que los dirigentes lo apliquen también en sus propias vidas.”
Por Denise Hruby
Traducción de Jaime Arrambide
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