Ucrania, un país extenuado que se prepara para otro año de guerra sin miedo a Putin
Canasada y nerviosa, la población se prepara para una fase más violenta en la próxima primavera boreal
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DNIPRO.- A días de cumplirse el primer aniversario del inicio de la “operación especial” de Putin, bautizada por Naciones Unidas “invasión rusa a gran escala en Ucrania”, si hay alguna certeza en esta exrepública soviética que desde hace un año se encuentra en el ojo de un conflicto en verdad global, es que habrá guerra para rato. Todo el mundo sabe que se avecina una fase aún más violenta, en primavera boreal, cuando el tiempo será más clemente -ahora la nieve dificulta todo- y sobre todo cuando llegarán más armas y equipamiento de los aliados occidentales. Y todo el mundo sabe que ni Volodimir Zelensky ni Putin están dispuestos ahora a negociar nada, ni siquiera una tregua.
“No creo pase nada el 24 de febrero, cuando se cumple el primer aniversario de la invasión. Putin no tiene nada que celebrar porque no logró su objetivo… ¿Qué más puede inventar después de todo lo que nos hizo? En todo caso nos podemos esperar otro ‘missile Monday’”, dice con escepticismo Slava, comerciante de Dnipro, la cuarta ciudad más grande de Ucrania, ubicada a 391 kilómetros al sureste de Kiev, la capital.
Por “missile Monday” se refiere a un nuevo ataque masivo desde el aire, que en los últimos meses siempre cayó en las principales ciudades del país un lunes , y que esta semana será en vísperas de un esperado discurso que Vladimir Putin pronunciará ante la Duma.
Como el resto del país Dnipro, gris ciudad industrial de estilo soviético se transformó para peor en el último año. Oscura, deprimida y marcada por trincheras, bolsas de arena y erizos checos, sufrió diversos ataques. Su aeropuerto internacional quedó destruido el 15 de marzo y a mediados de enero fue noticia cuando un misil ruso arrasó un condominio residencial, masacrando a más de 44 personas. Desde el inicio de la invasión, se ha vuelto un punto geográfico clave para la logística tanto militar como de la ayuda de los organismos humanitarios y como zona de llegada de gente que escapa de la guerra. Está ubicada, en efecto, en un lugar estratégico, porque es aproximadamente equidistante de los mayores campos de batalla: Donetsk, en Donbass, Kherson y Kharkiv se encuentran a unos 320 kilómetros. Además, está sobre el río Dnieper que atraviesa de norte a sur Ucrania, algo que la convierte en otro preciado objetivo para los rusos.
Fiel reflejo de la compleja historia de esta parte del mundo, en 2016, después de la revolución de Euromaidan de 2014 con la que los ucranianos se rebelaron al yugo ruso -origen remoto de esta guerra-, esta ciudad comenzó a “desrusificarse”: dejó de llamarse Dnipropetrovsk. La campaña de “desrusificación” se intensificó a partir de la invasión con el cambio de nombre de varias calles y la remoción de monumentos relacionados con Rusia y con la Unión Soviética.
Como en el resto de las ciudades de Ucrania, también Dnipro está empapelada con grandes carteles publicitarios patrióticos, amarillos y celeste, que alientan al ejército, a la resistencia, a la lucha. Y la vida continúa, marcada por una guerra sin fin a la vista.
En medio de cortes de luz, porque en un año los rusos, destruyeron la infraestructura energética, sirenas de alerta, escuelas y universidades que sólo funcionan en forma remota y cementerios que no dan abasto, a un año del comienzo de la guerra, más allá de la propaganda patriótica, se palpa el cansancio entre los ucranianos.
“La gente está extenuada, nerviosa… La gente extraña la vida que tenía antes”, admite Marija, recepcionista de un hotel. Su padre, constructor de 50 años, en junio pasado se alistó en el ejército y se encuentra en la zona de Bakhmut, en el Donbass, que los rusos intentan tomar desde hace seis meses.
Si hace un año en la conferencia de Munich hubo líderes como el francés Emmanuel Macron y otros que pensaron que podían evitar la guerra yendo a Moscú, este año en la misma cita internacional la atmósfera es muy distinta. Nadie ve un final de la guerra. La única ilusión parece ser la de una presión de China a Moscú para que recapacite y haga algo en ese sentido.
El presidente ucraniano que fue recibido triunfalmente la semana pasada en Londres y en Bruselas, sigue reclamando de sus aliados occidentales más armas, aviones de combate, ya, lo antes posible, para no sucumbir.
Héroe en su patria porque hace un año se negó a un exilio dorado y no se doblegó a la voluntad de sustituirlo del zar del Kremlin, Zelensky no está dispuesto a ninguna tratativa. Por otro lado, parece imposible que los rusos puedan retirarse de la región del Donbass, ni de la península de Crimea.
Aunque los rusos fracasaron en su intento de derrocar a Zelensky y de tomar Kiev en una operación relámpago hace un año, sí lograron avanzar en la disputada región del Donbass, en el sudeste. En esta zona industrial minera en realidad se combate una batalla sangrienta desde 2014, que causó más de 50.000 muertos de ambos lados.
En medio de una guerra de propaganda feroz -dicen que los rusos ahora en el Donbass, donde la batalla se centra en Bakhmut, están perdiendo casi 1000 soldados por día-, y una intensificación de los ataques rusos, se espera una contraofensiva ucraniana en marzo o abril.
Más allá del respaldo retórico a Ucrania de la Unión Europea, la OTAN, Estados Unidos y demás aliados occidentales, por otro lado, parece claro que nadie quiere una escalada del conflicto, marcado por el fantasma de una amenaza nuclear. Fiel reflejo de esto, la prudencia occidental a la hora de darle más armas de mayor alcance y aviones de combate a Ucrania. Además, el tiempo juega en favor de Rusia, que tiene más recursos humanos (144 millones de habitantes, frente a los 44 que solía tener Ucrania antes de la invasión) y mucho más armamento, aunque más vetusto.
Por todo esto, para algunos analistas lo único que se puede esperar es una larga guerra de desgaste, de mediana intensidad.
En este marco, hay mucha expectativa por el discurso que pronunciará el martes próximo Putin ante la Duma. Ese mismo día, se espera que hable el presidente estadounidense Joe Biden en Varsovia.
Aunque lo que más llama la atención, a casi un año de una guerra que destrozó a este país -que tiene más de 5 millones de desplazados internos y 8 millones de refugiados en el exterior- y trastocó al mundo, provocando una nueva versión de la Guerra Fría, es la ausencia de iniciativas diplomáticas para detener tanta destrucción y muerte. En este sentido, el terrible terremoto en Turquía significó la salida de escena, al menos al momento, del presidente turco Recep Tayip Erdogan, que había jugado un papel de mediador.
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