Ucrania, Occidente, oposición, terrorismo: Putin acumula guerras, ¿podrá ganar alguna?
El dilema para el presidente es cuánto sostener sus conflictos o abrir nuevos frentes sin quebrar del todo la economía del país y la paciencia de los rusos
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Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética gastaba en defensa entre el 12 y el 17% de su PBI; esa proporción era tan inédita para otras naciones como permanentes eran los conflictos que protagonizaba Moscú. Hoy, según un análisis del presupuesto ruso de 2024, ese número llega a 10%. Aunque no es el porcentaje de las décadas que enemistaron a la ex URSS y a Estados Unidos y dividieron al mundo, está muy cerca.
Hasta 2021, el presupuesto de defensa rondaba entre el 3 y 4%, pero un Vladimir Putin cada vez más autoritario acumula guerras y necesita recursos para blandirlas. El listado de conflictos es largo y todos incluyen algún nivel de violencia: la invasión a Ucrania; el enfrentamiento diplomático, económico y político con Occidente; la batalla para asfixiar a la oposición rusa.
Anteayer, con el atentado en el Crocus City Hall, sumó otra guerra, o más bien la reeditó: la lucha contra el terrorismo. Eso sí, aún no sabemos contra cuál terrorismo. ¿Será el de EI-K, el grupo islamista que se adjudicó el ataque? ¿O será el que el presidente, humillado cinco días después de su reelección por uno de los peores atentados en la historia reciente de Rusia, prefirió atribuir a Ucrania?
Tampoco sabemos cuál será el destino de esta nueva conflagración. ¿Será una eventual victoria, como la lograda después de años de lucha contra el terrorismo checheno en la primera década de este siglo? ¿O podrán el hombre fuerte de Rusia y su gobierno superar los errores de cálculos, la imprevisión y los tropiezos para conseguir finalmente un triunfo en algunas de sus guerras? Tal vez la respuesta sea que, para este Putin, lo estrictamente necesario es la guerra y no la victoria.
“En términos geopolíticos, los autócratas son más proclives a los conflictos [que los gobernantes democráticos] por su nacionalismo y por su necesidad de alimentar su relato sobre los ‘enemigos externos’. Putin es un ejemplo de esto”, dice, en diálogo con la nacion, Thomas Carothers, codirector del Programa de Democracia, Conflicto y Gobernabilidad del Carnegie Endowment for International Peace.
A un Putin que apenas oculta su estatus de autócrata, la guerra parece convenirle. La guerra es cohesión ante el enemigo externo y sumisión ante el presidente. “Ya no puede darse el lujo de abandonar el relato de que Rusia está en permanente pie de guerra. Es una cuestión de supervivencia”, dijo la semana pasada, en una entrevista con Times Radio, el historiador inglés Mark Galeotti, autor de unos 20 libros sobre la Rusia de Putin y, sobre todo, su aparato de seguridad e inteligencia.
El dilema para el presidente ruso es, entonces, cuánto sostener sus guerras –o abrir nuevos frentes– sin quebrar del todo la economía y la paciencia de los rusos y sin exponer a su régimen a desgastes y derrotas catastróficas. La invasión de Ucrania es su mayor test: ¿ante la falta de una victoria evidente, cuánto más puede sostener el esfuerzo de guerra?
1. Ventaja, pero ¿hasta cuándo?
Hace un mes, Rusia logró uno de sus mayores triunfos parciales en dos años de invasión de Ucrania al forzar el repliegue de las tropas locales de Avdiivka, ciudad clave de la región de Donetsk.
El retroceso ucraniano fue seguido por todo tipo de advertencias occidentales y locales sobre cómo el Kremlin había consolidado su ofensiva. Tal fue el shock occidental que el presidente francés, Emanuel Macron, llamó a Europa a empezar a prepararse para la posibilidad de desplegar soldados en Ucrania.
A Ucrania le faltan tropas, municiones y líneas de defensa reforzadas. La asistencia financiera y militar occidental comienza a perder fluidez por las internas políticas de Estados Unidos y la Unión Europea (UE). Pero los especialistas y funcionarios advierten que aun así, la victoria rusa aún es una posibilidad lejanas.
“La situación no es agónica, aunque se deteriora día a día”, resumió Michael Kofman, investigador militar especializado en Rusia del Centro para Análisis Naval, en el podcast de War on the Rocks.
A pesar de que Putin, alentado por la caída de Avdiivka, se muestra cada vez más entusiasmado con el avance de la guerra, su gobierno es un poco más cauteloso y proyecta un conflicto que lejos está de terminar. Por lo menos así lo muestra en su planificación en el borrador del presupuesto de defensa para 2024 y los años siguientes.
El presupuesto 2023 adjudicó al gasto militar de ese año casi 73.000 millones de dólares y anticipó una partida de 65.000 millones de dólares para 2024. Sin embargo, el presupuesto 2024 –y los desafíos de una guerra que siempre descolocó el cálculo del Kremlin– estima para este año un presupuesto militar récord de 119.000 millones de dólares (cerca de 30% del gasto total del gobierno ruso) y para 2025, de 94.000 millones de dólares.
Al ordenar la invasión, el 24 de febrero de 2022, Putin preveía una guerra corta y eficaz para desplazar a Volodimir Zelensky y su gobierno. Su cálculo falló estrepitosamente.
De la misma manera, los organismos internacionales se equivocaron en sus pronósticos sobre el desplome de la economía rusa. Lejos de naufragar, se mantuvo a flote al punto de crecer casi 3% el año pasado y de tener proyectado un 2,4% este año. El gasto militar –tanto privado como público– es precisamente el motor de ese dinamismo.
Pero allí está el dilema existencial de la Rusia en pie de guerra de Putin. “Al apostar todo en el gasto militar, el Kremlin conduce a la economía a la trampa de la guerra perpetua. Por un lado, eso significa que va a ser crecientemente difícil para el Estado seguir financiando la guerra sin afectar las condiciones de vida de los rusos. Por el otro lado, si se reduce el gasto militar, eso va a llevar a un shock estructural significativo del que tomará tiempo recuperarse. De cualquiera de las dos maneras, sufren los rusos de a pie”, dice un informe de Carnegie Endowment de fines del año pasado.
2. La nueva lucha contra el terrorismo
Los rusos enfrentaron muchas veces el trauma del terrorismo tras la caída de la Unión Soviética, en 1991. En los últimos años del siglo pasado y los primeros de éste, es drama dominó la vida diaria de Rusia tanto como el descalabro económico. El terrorismo y la guerra contra el separatismo en Chechenia caminaban de la mano y Putin forjó su imagen de presidente exitoso y hombre fuerte al garantizarles a los rusos la derrota de uno y de otro sin importar el costo..
En el camino, Putin construyó –o reconstruyó– uno de los aparatos más sofisticados, extendidos y represivos del mundo.
Está compuesto por casi una decena de agencias nuevas o reconvertidas de la era soviética que se dividen el control de la seguridad y la inteligencia interior y exterior. Muchas comparten responsabilidades y enemistades y todas compiten por ser la principal fuente de información del presidente ruso. Muchas de ellas tienen también personal desplegado en Ucrania. Agentes del Servicio Federal de Seguridad (FSB, la ex KGB), efectivos de las Rosvgardia (la Guardia Nacional), miembros del SVR (servicio de inteligencia exterior) prestan servicio en el frente de guerra.
Especialistas occidentales y rusos apuntaban ayer a la distracción de los servicios de seguridad en Ucrania para explicar cómo un Estado prácticamente militar podría haber sido sorprendido con un atentado como del de Crocus Circus Hall.
No solo la dimensión de muerte y destrucción del atentado desconcertó al Kremlin, el momento también fue un shock.
Apenas cinco días después de alcanzar su quinto mandato presidencial, Putin tuvo que ser testigo de cómo un puñado de terroristas irrumpían libremente en una de las mayores salas de conciertos del país y asesinaban a por lo menos 133 personas. Su vuelta olímpica electoral fue interrumpida de forma indefinida.
El autócrata fue golpeado donde más le duele; el hombre fuerte fue sacudido en su propio juego, el de la violencia.
Ahora Putin se enfrenta al dilema de a quién responsabilizar y a quién combatir para evitar otro atentado y para impedir que el terror vuelva a asolar Rusia. Puede, como ya insinuó ayer, culpar a Ucrania y desatar más capítulos de furia sobre su país vecino.
Pero esa guerra recargada implica un riesgo o dos.
El primero es que suceda en Rusia lo que pasó en Irán el 3 de enero pasado. Ese día dos explosiones dejaron 84 muertos en Kerman; unas horas después EI-K se adjudicó el atentado, como hizo anteayer en Moscú. El régimen de los ayatollahs prefirió culpar a Israel y al Mossad por el ataque, pero a medida que pasaron los días, la investigación arrojó más y más datos que confirmaban la autoría del grupo terrorista islamista.
Por supuesto que los servicios de seguridad e inteligencia rusos no tendrían ni problemas ni pruritos para falsear los datos de los atacantes detenidos ayer para hacerlos parecer como agentes infiltrados de Ucrania. Eso le serviría mucho al relato de Putin.
El problema es que, si eso ocurre, EI-K –o el grupo que haya sido responsable del ataque– podría sentirse impune y fuera del radar para atentar nuevamente en Rusia, país contra el que tiene una cruzada por su participación en la guerra de Siria.
Putin está ante una nueva guerra, solo que esta lucha contra el terror es en casa y ya no frontera de por medio. Para los rusos sería la muerte en vivo y en directo.
Si el presidente se distrajera con chivos expiatorios, corre el riesgo de que esta guerra ya no le sea tan conveniente. Será, en todo caso, a ganar o ganar.
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