Twitter en la Argentina, sin Messi y con un clima cada vez más hostil
El crack no tiene cuenta oficial, lo mismo que la mayoría de los ciudadanos; sin embargo, la red que acaba de comprar Elon Musk tiene relevancia política
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Twitter Inc. no informa cuántos usuarios tiene en cada país. No obstante, considerando que hay unos 4300 millones de personas conectadas a internet (podrían ser tantas como 5000; este número también es mas difuso que hace 20 años) y que en China e Irán –entre otros– Twitter está prohibido, los 350 millones de usuarios de la red del pajarito azul representan más o menos el 11% del total. En la Argentina hay alrededor de 36 millones de usuarios de Internet (o, como lo pone Cabase, 69 de cada 100 hogares), así que la cantidad de tuiteros estaría en el orden de los 4 millones. Podrían ser más (circula la cifra de 5 millones, por ejemplo), pero sin estadísticas oficiales es imposible saber el número exacto, ni cuántos, de ese total, se mantienen activos. En mi opinión, son en realidad menos. (Actualización: en efecto, ayer se conoció el informe financiero de Twiter, y sus usuarios activos diarios monetizables, una métrica que empezaron a usar en 2019, habían crecido 30 millones el último año; un aumento escuálido, en comparación con otras plataformas, y, además, el total de usuarios activos diarios monetizables anda en el orden de los 229 millones, muy por debajo de los 345 millones de usuarios que normalmente se le atribuyen a Twitter).
Pero incluso así, la Argentina es un país muy tuitero. Lo fue desde el principio, cuando el servicio empezó a ganar relevancia aquí, en 2010, y lo sigue siendo hoy, cuando la plataforma ha experimentado cambios (algunos buscados, otros, no) que, aunque siga teniendo casi el mismo aspecto de antes, la convierten en un ecosistema muy diferente. Mucho más violento, para decirlo sin rodeos; por eso, su crecimiento está estancado en el nivel global desde hace más de cinco años, según opina la mayoría de los analistas. Dicho todavía más fácil: en el caso de la Argentina, el 89% de los que usan internet no soporta el clima de hostilidad que con demasiada frecuencia se vive en Twitter; un espacio que, además, no brinda ni el tiempo ni el espacio para el desarrollo de argumentos profundos. Ya se sabe como termina eso.
Pero, al mismo tiempo, al argentino le gusta expresarse, no se calla sus quejas, critica, si hay que criticar, y Twitter es perfecto para eso. Es también –pese al aire apocalíptico que casi todo adquiere rápidamente en la línea de tiempo– una burbuja. La mayoría de los argentinos no usa esta red y, así, lo que pasa en Twitter queda en Twitter. Con dos salvedades.
Resonancia
Un estudio de la consultora estadounidense Pew Research, señala que en ese país el 10% de los tuiteros produce el 80% de los tweets. Como observaba uno de los muchos usuarios argentinos con los que hablé estos días, “a Twitter lo usan los políticos y las celebridades”. Parece ser algo generalizado. Durante años, hasta que fue desbancado por la selfie de Ellen DeGeneres en los Oscars de 2014, el mensaje más retuiteado era el de Barack Obama tras ser reelegido presidente, en noviembre de 2012. El ránking ha ido cambiando en los últimos años, pero las celebridades y la política reinan en la red de los trinos.
Esto convierte la línea de tiempo (la secuencia de tweets que cada persona ve) en un fenómeno mediático que, por lo tanto, tiene una repercusión noticiosa instantánea. La burbuja tiene una caja de resonancia, por eso no parece una burbuja. Pero exhibe distorsiones asombrosas. En la Argentina, durante el año pasado, según el informe anual de Twitter, el segundo personaje del que más se habló fue el presidente Alberto Fernández. El primero fue Messi, que no tiene cuenta en Twitter. No, no tiene. Y allá lejos, en el octavo lugar, pese a sus interminables parrafadas doctrinarias, quedó la vicepresidenta Cristina Fernández. Esto, durante un año electoral.
De modo que o bien los informes de Twitter se equivocan (es bastante poco probable) o bien los argentinos hablamos en Twitter de cosas que no necesariamente salen en las noticias. Y viceversa. Burbuja por partida doble. Por argentinos me refiero al 11% que usa la red; este número podría, insisto, ser levemente diferente, y el país muestra unas inequidades brutales en términos de conectividad. Pero en el mundo Twitter es la red menos popular (de las conocidas), y eso se replica aquí.
La segunda salvedad es que Twitter ha contribuido con cambios significativos en el mundo real. Por ejemplo, la así llamada Primavera Árabe o el movimiento #NiUnaMenos, divisorias de aguas en las que Twitter fue un actor importante, aunque de ninguna manera el único. Otro ejemplo contundente fueron las masivas marchas ciudadanas convocadas desde Twitter, Facebook y WhatsApp, que restañaron como una sonora bofetada para la política más rancia y atrasada, porque sin aparato y con la sola bandera de una auténtica preocupación cívica, la gente inundó las calles y logró un fuerte y duradero impacto político.
Pero sí, Twitter es en parte responsable de los cambios que las democracias occidentales están experimentando al darles voz a los que nunca la tuvieron (por eso los totalitarismos prohíben Twitter). Pero no está solo en ese proceso. “La Argentina es un país tuitero y wathsappero”, me decía otro usuario de la red que acaba de adquirir Elon Musk (el proceso de adquisición podría malograrse y llevará no menos de seis meses, aclaremos). Con una orgullosa tradición de libertades civiles, pero sobre todo con una cultura que tiende a no callarse nada, la vox populi autóctona no se expresa solo por Twitter, sino también por WhatsApp (muchísimo, y por debajo el radar), por Facebook y por Instagram (cada vez más). Internet, en suma.
Con todo, Twitter tiene un aura especial, debido en gran parte a su arquitectura. El tweet es conciso. Es un título y una bajada. Foto y epígrafe. Si un personaje público quiere comunicar algo, Twitter es lo más inmediato y sucinto. A esto se suman dos rasgos ingeniosamente ligados a la naturaleza humana. Por un lado, el retweet. Con dos toques, los dichos del famoso se replican a escala millonaria en cuestión de minutos. Hacemos así de correveidiles digitales y convertimos sus declaraciones en trending topic. Si es trending topic, importa (aunque no importe en absoluto), y de ahí a la profecía autocumplida no hay sino un paso.
Una de miedo
Por otro lado, no es posible eliminar los comentarios, al revés que, por ejemplo, en Instagram. Así, cuando alguien es destrozado en público por un aluvión de personas justamente indignadas o por una turba de trolls de aspecto furioso, todo el mundo puede asistir, con más o menos morbo, a la ejecución pública. Viejo como el mundo.
Hay, desde luego, muchos otros mecanismos. Por ejemplo, los tweets se pueden eliminar, pero no editar. Es uno de los cambios que quiere introducir Musk. Esto solo convertiría a Twitter en una caricatura de lo que supo ser. Porque no es lo mismo recular que maquillar. Y además no serviría de nada. Primero porque es probable que este mecanismo se implemente con un historial de cambios, pero, sobre todo, porque nada impedirá que alguien capture la pantalla del tweet original.
Y pasa algo más, muy preocupante. No por Twitter. Preocupante por nosotros, los ciudadanos. Una de las (muchas) razones por las que Musk compra Twitter es que la plataforma está a punto de sucumbir al asedio de los trolls, y Musk tiene 80 millones de seguidores y emplea la red como un gran megáfono. “Da miedo hablar en Twitter ahora; hay cosas que yo ya no posteo más”, me decía otro tuitero de la vieja escuela estos días, que tampoco quiso divulgar siquiera su alias. No era así una década atrás, cuando, dentro del debate apasionado que nos caracteriza, nadie sufría los ataques piraña que son cotidianos hoy en la línea de tiempo. Que dé miedo opinar es grave y constituye un retroceso horrendo.
No es culpa de Twitter. El mundo es mejor con sitios donde todos podemos opinar, como Twitter. Porque opinar es uno de nuestros derechos fundamentales; artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero, paradójica y tristemente, esa libertad está lesionada en la línea de tiempo. Musk declara que quiere restaurar la libertad de expresión en Twitter (los acusa de censura). Hay que ver cómo define el magnate la palabra libertad, pero, a mi juicio, además, se ha encontrado por primera vez con un desafío que está más allá de su voluntad de poder y de su inmensa fortuna. ¿Somos capaces de convivir si nadie modera la conversación, o terminaremos siempre a las trompadas? Es pregunta.
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