“Tuve que irme para salvar a mis dos hijos de ser capturados por los rusos”: Escape de Kherson, la gran ciudad tomada por el Kremlin
Natasha huyó a Odessa y se convirtió en una de las más de ocho millones de personas que se han desplazado internamente en el país
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FONTANKA.– Natasha no quería irse de Kherson, la única ciudad y región ocupada por los rusos de Ucrania. Pero para salvar a sus dos hijos adolescentes del riesgo a que los rusos se los llevaran y los obligaran a sumarse a las fuerzas militares de Vladimir Putin, finalmente decidió huir.
“Tardamos tres días para poder escaparnos; nos fuimos en el auto que justo me había comprado el año pasado y, con mucho miedo y a las cuatro de la mañana, en pleno toque de queda, finalmente lo logramos”, cuenta ahora a LA NACION Natasha, que es parte de los más de ocho millones de desplazados internos que hay actualmente en Ucrania.
Junto a sus dos hijos Maxim (17) y Sasha (15) –y su gato, Niusha–, desde fines de abril vive en un departamento de esta localidad costera del oeste de Odessa que es parte de una casa que manejan aquí dos monjas polacas de la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. Se trata de una Congregación que se dedica a los pobres y a los enfermos que, desde que comenzó la invasión de esta exrepública soviética por parte de Putin, también ayudan a los damnificados por esta insensata guerra.
“La semana pasada cayó un misil en Nova Dofinivka, a cinco minutos de aquí, que dejó un cráter inmenso y muchas casas quedaron destruidas, hay familias que necesitan reparar techos y ventanas y después de ir a ayudar, escribimos la historia en nuestra página Facebook, invitando a ayudar a los afectados, y es increíble la respuesta que hubo”, cuentan sor Marta y sor Magdalena. Las dos religiosas conocían a Natasha porque en su momento también ayudaron a salir de un problema adicción a su exmarido.
Natasha no oculta que los casi dos meses de ocupación que vivió bajo los rusos en Kherson fueron muy duros. “Pasaron muchas cosas, disparaban a los civiles, había explosiones, tiroteos y nos la pasábamos la mayoría del tiempo encerrados. Pensé mucho en la muerte”, cuenta, con ojos llenos de espanto.
De 39 años, moviendo la cabeza y con mirada triste, Natasha cuenta que en verdad ella nunca quiso irse de Kherson, donde quedaron su mamá y su hermana. “Como soy enfermera y tengo muchos amigos médicos, hubiera querido quedarme para ayudar a la resistencia”, dice.
Pero prevaleció su instinto materno de protección, su amor de madre. “Tuve que irme para salvar a mis dos hijos adolescentes de ser capturados por los rusos. Como el más grande tiene 17 años, estaba bajo riesgo porque empiezan a registrarlos para el servicio militar ya a los 16″, indica. “Y el más chico, que tiene 15 años, como es muy deportista y, además, muy conocido en Kherson por ser muy bueno en tiro al blanco, también estaba bajo riesgo de que lo obligaran a incorporarse al servicio militar ruso”, explica.
Fue así que a fines de abril Natasha –parte de la exigua minoría católica de Kherson (hay apenas 400 católicos y la mayoría son cristianos ortodoxos)– tomó la decisión de escapar. “Nos fuimos en una caravana de varios autos y tardamos tres días porque al principio los rusos no nos dejaron, nos amenazaron y tuvimos que esperar. Nos llevamos sólo una valija, un par de mochilas y el gato con su jaula”, cuenta.
Demostrando que es verdad que hubiera preferido quedarse a pelear contra el invasor ruso, Natasha muestra un video en su celular en el que se la ve enfundada en una bandera ucraniana celeste y amarilla, en una de las masivas protestas en contra de los ocupantes rusos que hubo en Kherson a principios de marzo. “¡Kherson es Ucrania! ¡Kherson es Ucrania!”, gritaba entonces junto a una desafiante multitud desarmada, que se oponía a los soldados enemigos. “Era el 5 de marzo, los rusos habían ocupado la ciudad unos días antes, todavía hacía frío y ese día les dije a los chicos que iba a ir a comprar pan. Como había que hacer colas larguísimas y se tardaba horas, era una buena excusa. Pero les mentí para protegerlos, no quería que participaran de esas protestas porque era evidentemente peligroso”, evoca.
Los rusos, en efecto, poco a poco comenzaron a reprimir estas manifestaciones y “algunos activistas comenzaron a desaparecer”, denuncia Natasha, en una acusación que ya hicieron ante esta enviada diversos testimonios. “Era la forma en que los rusos amenazaban a los demás”, considera Natasha, que confiesa que hasta que estuvo, vio en su ciudad escenas de terror. “Un tanque estalló a 100 metros de mi casa y vi los pedazos del cuerpo de un soldado ruso desparramados por ahí. También mataron a un grupo de entre 30 y 50 hombres que intentaron resistirse a los invasores rusos, pero que no tenían armas suficientes, cuando trataron de destruir un puesto de control. Sus cadáveres quedaron al menos una semana en un parque, porque los rusos no dejaban que fueran enterrados”, denuncia.
Si bien los rusos que ocuparon Kherson aseguran que más de la mitad de la población de esta ciudad del sur de Ucrania –que antes de la guerra tenía 400.000 habitantes– es prorrusa, para Natasha eso es una enorme mentira.
“La gente demuestra que Kherson es Ucrania pintando nuestra bandera en árboles y en grafitis en las paredes de los edificios. Nosotros siempre hablamos en ruso en Kherson, pero no le pedimos a Putin que viniera a salvarnos, como dice la propaganda rusa”, asegura Natasha. “Si la gente de Kherson realmente fuera prorrusa, cuando llegaron los soldados rusos a la ciudad no habría habido protestas. Y los rusos no habrían tenido que ir a buscar a manifestantes en autobuses para llenar las manifestaciones en favor de Rusia”.
Aunque hace unos días las nuevas autoridades del gobierno local, dependientes de Moscú, que son ilegítimas, dijeron que iban a pedir que Kherson sea anexada a la Federación Rusa, Natasha espera que semejante escenario no se haga realidad. “Creo en el Ejército de nuestro país, Ucrania, y creo en la ayuda de Dios”, afirma.
Como muchos otros desplazados internos, no quiere irse al exterior y pasar a ser una refugiada, como otros seis millones de habitantes de este país conmocionado por una guerra que pronto cumplirá tres meses. “Nos ofrecieron ir a Polonia, pero yo no quiero irme, prefiero quedarme en Fontanka y esperar que toda esta locura termine y volver a mi casa”, asegura. “Aunque a los chicos sí les gustaría irse a Polonia o a República Checa porque así pueden ver otro mundo y porque, además, tienen muchos amigos que ya se fueron y que les dicen de ir”, reconoce.
Si bien el shopping Riviera, bombardeado hace una semana con dos misiles por Rusia, queda muy cerca de Fontanka, así como Nova Dofinivka, otra localidad atacada que queda a cinco minutos de su nueva casa, Natasha dice que no tiene miedo. “También nos disparaban en Kherson”, asegura.
Entre las pocas pertenencias que Natasha se llevó de su casa, muestra, sobre su mesa de luz, una biblia que le regalaron cuando hizo la primera comunión, de chica. “Las últimas palabras que me dijo el joven cura católico de Kherson, que nunca evacuó, sino que sigue ahí, con los pocos fieles, quedaron grabadas en mi corazón”, revela, finalmente. “Me dijo que los rusos pueden conquistar Kherson y pueden conquistar Ucrania, pero no pueden conquistar el reino de Dios”.
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