Trump y Kim no pudieron mantener su química y la cumbre terminó en fracaso
El presidente norteamericano dijo que se retiró antes de tiempo porque le exigieron levantar todas las sanciones; el régimen negó la versión y puso en duda otro encuentro
HANOI.- Donald Trump y Kim Jong-un no alcanzaron ningún acuerdo para la desnuclearización de Corea del Norte ni sobre la gravedad del revés. Para el primero es solo un comprensible contratiempo en un camino pedregoso. Para el segundo quizás es el final del camino. De Hanoi no salieron el levantamiento de sanciones, ni el cierre de instalaciones nucleares, ni el fin de la guerra de Corea, ni las oficinas de representación recíprocas. No hubo tampoco declaración conjunta ni almuerzo. La reunión quedó interrumpida pocos minutos antes del mediodía con las viandas ya listas para el servicio.
Trump acudió ante la prensa primero y apuntó a las sanciones internacionales. "Ellos querían que las levantáramos por completo", dijo. Explicó que Pyongyang había ofrecido Yongbyon, la icónica instalación de plutonio y uranio, pero rechazó el cierre de un segundo laboratorio que la inteligencia de Washington había detectado. "No podemos levantar todas las sanciones en esas condiciones. Aún existe una brecha. A veces, sencillamente, tienes que marcharte. Y esta era una de ellas", justificó.
Trump y su secretario de Estado, Mike Pompeo, sudaron para maquillar el revés y descartaron que vuelvan los desmanes nucleares norcoreanos y las mutuas amenazas de destrucción masiva. No es un punto final, sino un paréntesis, repitieron. "Estamos mucho más cerca ahora de alcanzar un acuerdo que hace 36 horas y mucho más que el año pasado", añadió Pompeo en referencia a la primera cumbre en Singapur. "No ha habido un clima violento cuando nos hemos levantado, sino amistoso, nos hemos dado la mano y hemos acordado seguir negociando", perseveró Trump.
La prensa fue convocada pasada la medianoche para escuchar a Ri Yong-ho, ministro de Exteriores norcoreano. Negó la exigencia inflexible del total levantamiento de sanciones. Reveló que habían ofrecido el desmantelamiento supervisado por expertos internacionales de Yongbyon a cambio del fin solo de las sanciones relacionadas con la economía civil que afectan la vida de su pueblo. Añadió que la negativa de Trump les hizo entender su falta de voluntad de diálogo y advirtió que Kim podría haber perdido su "deseo" de seguir con las negociaciones. La oferta norcoreana no cambiará aunque Washington pida más reuniones, avanzó. Y sugirió que Trump no dejó sentado a Kim, sino al revés. Era previsible que los dos líderes más ególatras del mundo pelearan ese honor.
El desenlace sorprende incluso estando Trump de por medio. El final abrupto se habría entendido en Singapur. El presidente advertía que le bastaría un cruce de miradas para medir la sinceridad de Kim y que se levantaría de la mesa si no lo complacía. La química personal, reiteraba. Pero a Hanoi llegaron tras cálidas declaraciones de amor y la química acreditada. También llegaban tras febriles rondas preparatorias en Washington, Pyongyang y Estocolmo, por hacer la lista corta. Habría bastado con preguntar en algún momento por las exigencias a cambio del fin de las sanciones. Así lo recomienda la casuística para evitar bochornos bajo los focos globales. Los expertos debatían si el acuerdo sería bueno o malo, de máximos o mínimos. La falta de acuerdo nunca se contempló y tampoco el manido argumento de que es preferible a un mal acuerdo atenúa el fiasco.
Trump no ha conseguido el éxito resonante que necesitaba para sofocar la crisis en la política interna. Tampoco Hanoi ayudará a Kim frente a la vieja guardia que añora aquellos tiempos en los que el Ejército monopolizaba los desvelos de su padre y abuelo. El dictador, probados ya los misiles intercontinentales con teórica capacidad para golpear a Estados Unidos, había anunciado que su prioridad viraba hacia las reformas económicas para mejorar la calidad de vida del pueblo. Su regreso a Pyongyang con todas las sanciones internacionales intactas cuestiona su infalibilidad.
Kim se apuntó, al menos, el triunfo propagandístico. El medio oficial Rodong Sinmun publicó en tapa las fotos de gente agolpada contra las vallas para disfrutar de su saludo a través de la ventana de su berlina. Kim, según el relato, no es solo el líder al que recibe en igualdad de condiciones el presidente de la primera potencia. También es tan querido en el resto del mundo como en su país.
"La tercera cumbre no ocurrirá pronto, pero es necesaria. Nadie quiere una crisis nuclear en la península coreana. Las negociaciones seguirán en la sombra. Habrá algunas públicas y otras secretas. Todas las partes deberían hacer concesiones", sostenía ayer Paik Hak-soon, presidente del Instituto Sejong, en un panel de expertos.
Hanoi hunde los planes del presidente surcoreano, Moon Jae-in, que convirtió la paz en la península en su objetivo vital. "Es una conmoción, estamos intentado averiguar qué pasó", confesaba un diplomático surcoreano. Su acercamiento a Pyongyang pasa por la colaboración económica y seguirá maniatado por las sanciones internacionales que impiden la reapertura del complejo industrial mixto de Kaesong o la explotación de zonas turísticas. De Moon se espera que recoja de nuevo los pedazos y los recomponga.
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