El coronavirus, en su camino de infección, muerte y parálisis, parece correr siempre por delante de los gobiernos y de las autoridades sanitarias, no importa en qué país, rico o pobre, desigual o ecuánime, poderoso o periférico. Esa es la única certeza sobre un virus que, de tan desconocido, hace imposible cualquier pronóstico sobre cómo y cuándo terminará.
La certidumbre hoy está en los datos del día a día, y muchos de ellos dan señales de que la Argentina y el resto del mundo son capaces de resistir al mayor enemigo de las últimas décadas.
Hasta las peores curvas se achatan
Estados Unidos y Gran Bretaña registran una explosión de contagios y muertes; Francia se les acerca. En Italia y España, los epicentros europeos, el número de casos de muertos se cuenta por cientos por días mientras italianos y españoles se hunden en el mal humor por las cifras de víctimas y por un encierro sin vistas de terminar. Pero en ambos países hay más señales positivas de lo que parece.
En Italia, no solo se ameseta la cifra de víctimas fatales, sino que también se desacelera día a día el crecimiento de infecciones. Ayer el número de contagios creció 2,7% respecto del jueves; en las tres primeras semanas de marzo, ese porcentaje fue de entre 16 y 20% por día.
La curva se aplana y no es una ilusión estadística. En Lombardía, centro del horror, los hospitales empiezan a respirar con la caída de las internaciones y las unidades de terapia intensiva, el corazón de la guerra contra el coronavirus, reciben cada vez menos pacientes; ayer fueron solo 15.
"El crecimiento exponencial de la epidemia se detuvo y la presión sobre nuestros hospitales descendió", dijo hoy el gobernador de Lombardía, Attilio Fontana, sobre el círculo vicioso de contagios y sistema de salud colapsado que durante marzo tuvo en vilo a Italia.
En España, ayer el número de contagios respecto del miércoles creció un 7,9%. El 25 de marzo ese aumento fue de más de 20% del día anterior. Lo mismo sucede con el número de muertos, cuyo porcentaje de crecimiento cae sucesivamente desde el martes (ese día aumentaron las muertes un 11,5% respecto del lunes; hoy subieron un 9,3% respecto de ayer). Y, como en Italia, también se reduce el número de personas que cada infectado contagia, de casi 5 a 1,3, un freno decidido a la pandemia.
El gobierno de Pedro Sánchez, criticado por su desempeño, se permite incluso algo de optimismo. España, estima su ministro de Salud, Salvador Illa, finalmente se estabilizó. "Hay un destello de esperanza: la curva se estabilizó. Estamos en la fase de ralentización".
Por delante queda un trabajo igual de esforzado que el de tratar de salvar la mayor cantidad de vidas posibles: bajar la curva, una tendencia que se considerará real una vez que el número de muertos se reduzca durante varios días seguidos.
Para hacerlo -según la Organización Mundial de Salud- hay que "buscar agresivamente los casos", rastrear sus contactos y aislarlos. Y por lo pronto, advierten los gobiernos de Conte y Sánchez, la estrategia será mantener la cuarentena con todas sus restricciones. De esa forma, Italia, España y los países que le siguen en la curva tendrán sistemas de salud más alivianados para enfrentar los rebrotes que ya amenazan a Asia.
Las cuarentenas precoces llevan la delantera
Mientras con un ojo los norteamericanos miran conmocionados lo que pasa en Nueva York y lo que comienza a ocurrir en Detroit o Nueva Orleans, con el otro observan expectantes lo que sucede en Italia y España.
Creen, y el grupo de expertos de la Casa Blanca así se los hace saber, que les espera la misma trayectoria de muerte, contagio y desesperación que a Lombardía, la región de Madrid y Cataluña.
Sin embargo, probablemente no todos los estados enfrenten esa dramática, inminente y empinada curva. Al igual que la Argentina, algunos tomaron decisiones dolorosas de manera temprana y anticiparon su lucha con el coronavirus al punto de que muchos especialistas creen que ya lograron achatar la curva de hoy al mediano plazo.
El mayor reproche que la comunidad científica les hace a los gobiernos de Estados Unidos, Italia, España, Francia y otras naciones europeas es que -aun conscientes de la dimensión del coronavirus- desaprovecharon y hasta "perdieron" febrero y recién reaccionaron cuando la pandemia hacía estragos entre sus poblaciones.
La costa Este norteamericana es precisamente rehén de ese tiempo perdido, con casos que se duplican cada muy pocos días y número de muertes que se acercan a las 1000 diarias. En el Oeste, de todas maneras, el escenario es menos escalofriante; allí, dos de sus mayores estados, Washington y California, disfrutan de una relativa calma, posibilitada por decisiones preventivas rápidas y precisas, que comenzaron cuando finalizaba febrero.
Washington fue, de hecho, el primer blanco del coronavirus en Estados Unidos; el virus se ensañó en febrero con una serie de geriátricos y con decenas de sus pacientes. Horrorizado pero decidido a actuar, el estado impuso ya en marzo estrictas restricciones que gradualmente derivaron en un confinamiento total. California le siguió de cerca y su gobernador, Gavin Newsom, ordenó la cuarentena obligatoria el mismo día que la Argentina, mientras Nueva York, epicentro del brote en el país, seguía todavía con su vida normal.
La menor densidad de esos dos estados los dotó de una ventaja respecto de Nueva York, pero fueron las medidas preventivas las que, de acuerdo con los especialistas, ayudan a que los números de ambas regiones sean un oasis al lado de los de la costa Este.
"El 35% de los testeados en Nueva York da positivo. En Washington y California, ese número es de 8%", graficó ayer Deborah Birx, la médica y diplomática que encabeza el grupo de especialistas de la Casa Blanca.
En la Argentina esa cifra es de entre 21 y 23%, un número que los expertos creen altos porque es baja la tasa de testeo, que hoy ronda los 500-600 diarios mientras en Estados Unidos alcanzó, en abril, los 750.000 semanales.
Hoy las curvas que enfrentan Nueva York, California y Washington son llamativamente diferentes. Según el Instituto para las Métricas y Evaluaciones de Salud, al estado de la costa Este le espera un abril estremecedor, con días de hasta 850 muertos y un total de 14.000 víctimas fatales.
Para California (que duplica en población a Nueva York), ese último número será de 2700 y de 600 para Washington. Como la Argentina, ambos estados tendrán su pico -bastante chato- en mayo, lo que además les da un margen de tiempo que los neoyorquinos no tuvieron para preparar y abastecer su sistema sanitario.
También como la Argentina, los dos estados se enfrentarán en un plazo corto al desafío de determinar cómo y cuándo abandonar las cuarentenas sin precipitarse y sin provocar un rebrote.
La mayoría se recupera
Expertos, universidades y organismos internacionales advierten que, probablemente y pese a toda su carga de espanto, los números del coronavirus sean incluso peores a los registrados: más muertos y más contagios, no contabilizados por falta de tests.
Pero entre esos datos tan oscuros, hay una cifra luminosa que a veces se pierde, que no cambia y que incluso, en función de la geografía y de la demografía, puede mejorar: por lo menos el 80% de los infectados se cura. Ya hay 225.000 pacientes en el mundo con el alta total y otros cientos de miles van camino a recibir esa buena noticia.
Claro que la recuperación varía. A veces la infección se da sin síntomas, en otras oportunidades como una gripe fuerte con malestares peculiares que pasa en días y en algunas ocasiones llega como un ataque impiadoso de fiebre, tos, dolor de pecho, dificultad para respirar y moverse que hace temer lo peor pero que, en unas dos semanas, desaparece.
"El cuerpo se siente como una brasa y la fiebre te da alucinaciones", cuenta a LA NACION Dolores, una artista argentina que vive desde hace años en Noruega y que ya prácticamente recibe el alta pese a tener esporádicamente fiebre y tos. Como su marido, ella pasó la enfermedad en su casa, sin atención médica y sin un test que confirmara que su caso fue efectivamente –como le aseguraron las autoridades locales- coronavirus.
Esos casos son los que la ciencia considera leves y no hospitalizables; todos son destinados al aislamiento domiciliario sin mucha atención, no importa en qué país, en la endeudada Argentina o en la desarrollada Noruega.
Pese a que esos casos leves, ese 80% recuperable, apenas reciben la posibilidad de un test, la ciencia sí los considera esenciales para la normalización de la vida una vez que el pico global del coronavirus pase. No sólo porque probablemente ya estén inmunizados por un tiempo o porque su proceso de curación pueda ayudar a dar con mejores tratamientos sino porque ellos, ajenos ya a la amenaza de la enfermedad, serán los encargados de resucitar a la otra víctima de la gran pandemia, la economía.
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