Casos como el de Luis Manuel, que fue capturado por el ELN el pasado 28 de octubre y liberado 13 días después, ayudan al mundo a recordar cuál es la situación que afronta el país por la violencia armada
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Los ojos de un puñado de colombianos se aguaron el domingo cuando Lucho Díaz, el jugador del Liverpool, salió a la cancha con su equipo perdiendo, anotó un gol en el último minuto y celebró, con expresión de roto pero firme, mostrando una camiseta que decía “libertad para papá”.
Los partidos de Lucho, no importa si son contra un equipo desconocido en una zona desconocida de Inglaterra, se siguen en Colombia — y sobre todo en Barrancas, su pueblo, en el norte del país — con puntualidad y esmero.
Pero este partido era especial: Luis Manuel Díaz, el padre de Lucho, cumplía una semana secuestrado por el frente del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la guerrilla más vieja y grande del país.
Faltaban 10 minutos de partido cuando entró Lucho, inevitablemente observado con el velo de lástima, de solidaridad. A los 5 minutos metió un gol. Y les recordó a los colombianos que él también es, no importa cuán superado y exitoso, víctima de este conflicto eterno.
El jueves liberaron a Luis Manuel, mejor conocido como “el Mane”.
Y el presidente, Gustavo Petro, quedó sumido en una crisis política: la credibilidad de la negociación de paz con el ELN sufrió un golpetazo y su ambicioso plan de “paz total”, otro. Los secuestros están aumentando, la violencia en el sur y el occidente se ha agravado y los otros grupos armados con quienes negocia una desmovilización se retiraron de la mesa o redoblaron sus apuestas de poder.
Nada que los colombianos no conozcan: en realidad, los ojos aguados por el gol de Lucho tienen de fondo un pasado traumático que a veces se olvida, o se naturaliza con un titular rutinario de “otra masacre”, “otro secuestro”. Pero que es imposible olvidar.
Díaz mismo pidió “libertad para todos los secuestrados”. Sabe que su papá no ha sido el único. El ELN tiene, según el gobierno, 30 secuestrados más.
Solo que casos como el suyo ayudan a recordar qué es lo que pasa en este país: cuál es, al final, su situación de fondo. Veamos.
1. La paz no es fácil ni es solo cuestión de voluntad
Lo más probable es que a Luis Manuel Díaz lo hayan secuestrado sin el consentimiento del comando central del ELN y que su liberación se haya demorado por falta de coordinación tanto dentro del grupo guerrillero, que no tiene control sobre sus filas, como dentro del Estado, al que le costó pactar con los secuestradores.
No es en vano que algunos expertos digan que la paz con el ELN, un grupo descentralizado y envuelto en diversos negocios ilegales, “es más difícil que la paz con las FARC”, la guerrilla que firmó un acuerdo en 2016 tras cuatro años de retrocesos y dificultad.
Cuando era candidato, Petro sostuvo que “a los tres meses de ser presidente se acaba el ELN porque se hace la paz”.
Lo dijo no solo porque en campaña los políticos prometen lo imposible, sino porque Petro tenía base para pensar que con él, a diferencia de los cinco presidentes anteriores que lo intentaron, sería más fácil: fue guerrillero, entiende la lucha armada y tiene un proyecto de izquierda que suena más amable para la insurgencia.
Dicho eso, el mandatario se ha encontrado innumerables obstáculos para su plan de “paz total”. Trabas, algunos dirían errores, que prueban la capacidad de readaptación de la violencia en Colombia.
Los grupos armados se han fragmentado y fortalecido, la industria del narco se ha profesionalizado y las viejas luchas del conflicto pesan en cada mesa de negociación.
Hace unos días, unas disidencias de las FARC anunciaron la suspensión de la mesa de diálogo con el gobierno, otro frente del ELN avisó de un paro armado en el Chocó, y en el Cauca tres personas fueron asesinadas al frente de un colegio: fue la masacre 80 en lo que va del año.
Además de voluntad, Petro tiene razones históricas y políticas para agilizar la paz que los colombianos llevan décadas esperando. Pero su estrategia, unas expectativas demasiado altas y las complejas dinámicas del conflicto hasta ahora le han torcido el camino.
2. Todos los colombianos son víctimas
Los colombianos quieren a Lucho Díaz porque es tremendo jugador de fútbol, pero también porque hay facetas de su perfil que generan empatía y cariño.
El delantero — de carácter tranquilo y humilde a la vez que festivo y retozón — viene de La Guajira, la región más pobre del país y escenario de todas las actividades ilegales que han hecho vida en esta tierra.
Los colombianos lo saben. No a todos los futbolistas les llaman por su región de procedencia. Lucho es “el guajiro”.
Entonces al futbolista más querido de la región más vapuleada le tocó sufrir durante 12 días un crimen trágico.
En uno de los países más desiguales del mundo, este secuestro demostró que la guerra afecta a todos. Que nadie, incluso si vive lejos, se salva. Que todos, ricos y pobres, tienen cerca una anécdota o a una víctima del conflicto.
Han sido 200.000 muertos, ocho millones de desplazados y 50.000 secuestrados, según el Estado, los afectados de manera directa por la guerra en Colombia.
Pero acá hay 50 millones de personas traumatizadas.
3. Hay regiones demasiado excluidas
El operativo de rescate de Luis Manuel Díaz, con más de 300 agentes, contó con todas las ramas de las Fuerzas Armadas: aviones, helicópteros, perros y tecnología de punta se usaron en un radio de solo 6 kilómetros. Pero ni lo ubicaron ni lo rescataron.
Barrancas, lugar del secuestro, es un municipio de 50.000 habitantes en la parte de la Guajira donde el desierto se convierte en una húmeda selva tropical montañosa que hace frontera con Venezuela.
La zona, como tantas otras en Colombia, nunca ha sido controlada por el Estado y quizá tampoco ha sido comprendida por quienes han diseñado las políticas públicas, que por acción u omisión han generado un país próspero y articulado en algunas regiones (los Andes) y uno pobre y aislado en otras (el Caribe y el Pacífico).
Y La Guajira es, como saben los colombianos que van a visitar sus playas y desiertos, la región más excluida de todas.
Petro ha querido saldar la deuda histórica con La Guajira gobernando desde allá y decretando una emergencia económica para atender la sequía que se avecina con el fenómeno de El Niño en un lugar donde el acceso al agua es ya irrisorio.
“El Mane” Díaz fue varias veces amenazado en Barrancas si no pagaba extorsiones a grupos armados. Vive en Barranquilla, a 300 kilómetros, y solo va a su tierra para resolver detalles de los negocios que han despegado tras el éxito de su hijo.
Y por eso, tras un vida de empuje, lo secuestraron.
Muchos colombianos lloraron cuando vieron el gol heroico de Lucho el domingo porque aunque estén lejos del éxito internacional del futbolista saben que la suya es la historia de todos. Y eso duele.
Daniel Pardo
BBC News Mundo
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