La ciudad estadounidense es la segunda con mayor cantidad de residentes judíos del mundo, después de Tel Aviv, en Israel
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A bordo del barco Valk, unos 600 judíos partieron de Recife, en Pernambuco, Brasil, expulsados por los portugueses. Fue el fin de la ocupación neerlandesa en Brasil y también de la libertad de practicar su religión. Querían regresar a su tierra natal, Países Bajos, donde se permitía el culto al judaísmo gracias al calvinismo.
Habían llegado allí más de dos décadas antes, cuando los neerlandeses conquistaron parte del noreste brasileño, con la mira puesta en la producción y el comercio de azúcar. Pero una tormenta los apartó del camino y su barco fue saqueado por piratas. El grupo fue rescatado por una fragata francesa y llevado a Jamaica -entonces colonia española- y terminó en prisión a causa de la Inquisición española.
No obstante, gracias a la intervención del gobierno neerlandés, fueron liberados y, por motivos económicos, parte de ellos se dirigió a un destino más cercano que Europa: la colonia neerlandesa de Nueva Ámsterdam, que luego se llamaría Nueva York, y entonces era un mero puesto comercial.
Allí formaron la primera comunidad judía de América del Norte y contribuyeron al desarrollo de la ciudad. Nueva York es actualmente la segunda ciudad con mayor número de judíos del mundo, detrás de Tel Aviv, en Israel.
Inmigración judía
La inmigración judía a Brasil se remonta a la época del descubrimiento, con los llamados “nuevos cristianos”, judíos que se vieron obligados a convertirse al cristianismo en la península ibérica debido a la persecución de la Iglesia católica. En la colonia portuguesa más grande de entonces, algunos de ellos abandonaron las prácticas judías. Otros las mantuvieron ocultas.
Pero fue en febrero de 1630, con la ocupación neerlandesa, cuando los judíos de Países Bajos, algunos de los cuales eran descendientes de los que habían huido de la península ibérica a Países Bajos, llegaron a Brasil.
Así lo afirma la historiadora Daniela Levy, autora del libro De Recife a Manhattan: los judíos en la formación de Nueva York (Editorial Planeta), que requirió 10 años de investigación. “Los judíos que llegaron a Brasil eran descendientes de los nuevos cristianos que se trasladaron a Países Bajos un siglo después de la conversión forzada por parte de la Inquisición. En ese país pudieron volver al judaísmo, recuperando tradiciones y reorganizándose como comunidad”, explicó Levy.
Muchos de estos judíos neerlandeses formaban parte de la East India Company, una empresa mercantil fundada en 1602 y cuyo objetivo era acabar con el monopolio económico de España y Portugal. En Recife, fueron alojados por familiares ya establecidos allí, pero constituyeron su propia comunidad, en la que pudieron, por fin, profesar su religión en paz, dedicándose al comercio, la botánica y la ingeniería.
Construyeron escuelas, sinagogas y un cementerio, contribuyendo al enriquecimiento de la vida cultural de la región. Allí se fundó la primera sinagoga de América, Kahal Zur Israel, que ocupaba una de las mansiones de la “Rua do Bom Jesus” (Calle del Buen Jesús), que luego sería rebautizada “Rua dos Judeus” (Calle de los Judíos), y reabierta en 2002 tras su restauración.
Las estimaciones sobre el número de judíos que vivieron en Brasil durante el período neerlandés varían ampliamente: entre 350 y 1450. El número es significativo si se considera que en la región vivían unas 10.000 personas.
Según Levy, esto no solo se debía al hecho de que Países Bajos era calvinista, lo que permitía la libertad de culto, sino que también tenía que ver con Johan Maurits van Nassau-Siegen, o Maurício de Nassau, el militar que gobernó la colonia neerlandesa en Recife de 1637 a 1643.
“Países Bajos era una nación protestante y abrió sus puertas a otras religiones cuando se independizó de España. Fue entonces cuando los nuevos cristianos dejaron Portugal y se fueron allí. Había algunos calvinistas que tenían animosidades contra los judíos, pero en general, la política neerlandesa fue una de tolerancia religiosa”, contó Levy y agregó: “Maurício de Nassau, un gran humanista, defendió la opinión de que la buena convivencia de grupos de diferentes religiones sería más beneficiosa políticamente, y también desde el punto de vista económico”.
Para hacer de Recife la “capital de las Américas”, Nassau invirtió en importantes renovaciones, convirtiéndola en una ciudad cosmopolita. Aunque fue muy querido, finalmente fue acusado de irregularidades administrativas y se vio obligado a regresar a Europa en 1644. Tras el final de la administración de Nassau, Países Bajos comenzó a exigir la liquidación de las deudas de los colonos morosos, lo que desembocó en la llamada Insurrección Pernambucana, que culminaría, más tarde, con la expulsión de los neerlandeses de Brasil, en 1654.
En la práctica, incluso después de ser derrotados, los neerlandeses recibieron 63 toneladas de oro de los portugueses para devolver el noreste al control lusitano en el siglo XVII. Los judíos que habían echado raíces en Brasil se encontraron sin otra alternativa. Recibieron un ultimátum del entonces gobernador de la región, Francisco Barreto de Menezes: debían irse en tres meses.
Algunos de ellos huyeron a otras partes. Otros decidieron regresar a Países Bajos, comenzando la epopeya que relatamos al comienzo de esta nota.
Los 23
Después del ataque de los piratas y la prisión en Jamaica, 23 de ellos, incluidas familias con niños nacidos en Brasil, se fueron a Nueva Ámsterdam. Los registros de población de la ciudad de Nueva York muestran que llegaron en septiembre de 1654, pero no fueron “bien recibidos”, dijo Levy.
La entonces colonia neerlandesa era insignificante, casi desierta y gobernada por un calvinista fanático, Peter Stuyvesant, quien impuso varias trabas a los recién llegados. “A Stuyvesant no le gustaban los judíos. No quería permitirles entrar. Pero la comunidad judía neerlandesa interfirió a su favor y fueron aceptados. El resto del grupo, que había quedado atrapado en Jamaica, eventualmente se uniría a los 23 después”, agrega.
Los 23 judíos lograron sobrevivir a duras penas a partir del comercio, que pronto creció, atrayendo a más judíos a la ciudad, que en 1664 cambiaría su nombre a Nueva York. Después de la Guerra de Independencia de Estados Unidos, sus descendientes lograron la ciudadanía plena. Uno de ellos, Benjamin Mendes (1745-1817) fundó la Bolsa de Valores de Nueva York. En la Gran Manzana, un monumento, llamado Los Padres Peregrinos Judíos, rinde homenaje a Henrique, Lucena, Andrade, Costa, Gomes y Ferreira que ayudaron a fundar y desarrollar la ciudad.
Esta saga recientemente inspiró un nuevo libro, Arrancados de la tierra: perseguidos por la Inquisición en la península ibérica, del escritor y periodista brasileño Lira Neto (Editorial Companhia das Letras).
Los judíos en Brasil
Después de la ocupación neerlandesa, los inmigrantes judíos comenzaron a llegar a Brasil en 1810, provenientes principalmente de Marruecos. Se establecieron principalmente en Belém, donde fundaron la segunda sinagoga más antigua de Brasil, que todavía está en pleno funcionamiento hoy.
Allí también construyeron el primer cementerio judío del país. A partir de entonces, la inmigración judía se intensificó, culminando en su apogeo en la primera mitad del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial. Además del noreste, el sur y el sudeste fueron los principales destinos. La mayoría de los inmigrantes llegaron de Europa y de algunos países árabes.
Actualmente, Brasil tiene la segunda comunidad judía más grande de América Latina, con alrededor de 120.000 ciudadanos. Para celebrar la contribución del pueblo judío a la formación de la cultura brasileña, en 2009 se sancionó una ley que conmemora el 18 de marzo como el Día Nacional de la Inmigración Judía.
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