Tras su coronación, Xi Jinping enfrenta una ola de descontento por su política de línea dura
Detrás de las protestas contra su política de “Covid cero”, cada vez se oye más fuerte el rechazo al autoritarismo del liderazgo chino y el reclamo por más democracia
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NUEVA YORK.– Cuando avanzó a paso firme hasta el podio para dirigirse a la nación, hace menos de seis semanas, Xi Jinping exudaba un poder monárquico. Acababa de conseguir lo que probablemente sea otra década al frente de China, con un nuevo equipo de subordinados incondicionales. El Congreso del Partido Comunista había refrendado su agenda autoritaria y su promesa de una “nueva era”, en la que 1400 millones de ciudadanos chinos estarían cada vez más alineados con él y con el partido.
Pero la oleada de protestas que sacude ahora al país es una resonante señal de que incluso después de una década de Xi en el poder, una pequeña y mayoritariamente joven parte de la población se sigue atreviendo a imaginar, y hasta exigir, otra China: más liberal, menos controladora y con más libertad política. Ese murmullo de disenso que bajo el gobierno de Xi debió sobrevivir a la censura, los arrestos y la condena oficial, de pronto estalló en un rugido colectivo.
“He recuperado mi fe en la sociedad y en las jóvenes generaciones”, escribió esta semana Chen Min, un periodista autor sin pelos en la lengua que usa el seudónimo de Xiao Shu. “Ahora mi fe tiene fundamentos: el lavado de cerebro puede tener éxito, pero al final ese éxito muestra sus limitaciones.”
Desde el fin de semana, la policía se abroqueló para aplastar la protesta. Las autoridades confiscan los celulares de la gente, lanzan advertencias a los potenciales manifestantes, interrogan a los participantes detenidos, y hacen exhibiciones de fuerza en los potenciales lugares de concentración de la protesta. Y el patrullaje no hará más que intensificarse tras la muerte, el miércoles, de Jiang Zemin, el expresidente chino que después de su retiro empezó a ser considerado un líder relativamente moderado.
De todos modos, el repentino desafío social permite entrever que los próximos años de Xi en el poder podrían ser mucho más turbulentos y conflictivos de lo que podía pensarse hace apenas un mes. Si el control de Xi sobre la estructura partidaria parece inconmovible, su control sobre partes de la sociedad china, sobre todo los jóvenes, parece menos asegurado.
Quienes antes integraban esa minoría sumergida que se oponía a las políticas de línea dura de Xi ahora saben que no están solos, y eso potencia las posibilidades de generar oposición sobre otros temas. Hoy el gobierno intentó acallar el descontento con señales de que piensa flexibilizar las medidas de prevención más duras y arbitrarias contra el Covid-19. Pero los partidarios del incipiente movimiento de protesta demostraron que quieren mucho más que eso: exigen poner límites al alcance autoritario del gobierno sobre sus vidas.
“La indignación no es solo por una política en particular, sino que se viene incubando desde hace tres o cuatro años”, dice Edward Luo, un joven de 24 años que participó de las protestas en Shanghái. “La gente no tiene canales de expresión”.
Más democracia
Durante el fin de semana, las protestas de cientos o miles de personas contra la política draconiana de “Covid cero” de Xi derivaron en los osados reclamos de democratización contra los que el mandatario está en guerra desde que asumió, en 2012.
En algunos campus universitarios, los estudiantes cantaban consignas contra la censura. En Pekín, cuando un manifestante advirtió que la concentración que estaba infiltrada por “fuerzas anti-China” –un tópico permanente en las discusiones del Partido Comunista sobre las demandas prodemocracia–, varias personas le respondieron indignadas. “Los ciudadanos tenemos derechos fundamentales, tenemos derecho a hacernos oír y a manifestarnos, ¿dónde están esos derechos?”, gritó una joven ante la multitud reunida en Chengdu, ciudad del suroeste de China.
Xi fue extendiendo el aparato de seguridad de China hasta convertirlo en una formidable máquina capaz de sofocar cualquier desafío, por eso es muy poco probable que se repita el movimiento prodemocrático de 1989. Pero a largo plazo, las protestas pueden tener repercusiones potentes y potencialmente problemáticas, no solo para Xi, sino para el partido.
“Es como un resurgimiento del subconsciente nacional”, dice Geremie R. Barmé, académico neozelandés que estudia la disidencia en China. “Ahora se volvió a manifestar esa proyección del yo, de los derechos y de las ideas”.
Los manifestantes son una pequeña minoría de la población, y aquellos que expresan las demandas políticas más audaces son una franja más reducida aún. Algunos de ellos pueden llegar a arrepentirse de su osadía debido a la presión oficial, al temor profesional en una sociedad donde el partido controla todas las oportunidades, o simplemente porque cambian de opinión. Pero para otros manifestantes las experiencias y conexiones que se forman durante las protestas pueden ser duraderas.
“Es casi seguro que esta generación de estudiantes universitarios será más combativa que las camadas que han pasado desde 1989″, dice Mary Gallagher, profesora de la Universidad de Michigan que estudia la política autoritaria en China. “Y tienen más razones para serlo: económicamente, para ellos el futuro es muy sombrío”.
Durante gran parte de los últimos tres años, la lucha para mantener los casos de Covid cerca de cero fue parte del acuerdo que Xi le vendió a la opinión pública china: aceptar sus estrictas políticas a cambio de disfrutar de un grado de seguridad y estabilidad fuera del alcance en los Estados Unidos y otros países que sufrían oleadas masivas de la enfermedad. Y durante gran parte de ese tiempo, fue un trato que muchos chinos aceptaron o incluso respaldaron con entusiasmo.
Pero el apoyo público se erosionó notablemente durante este año. El implacable avance de la variante ómicron obligó a ordenar confinamientos urbanos más frecuentes y asfixiantes, mientras muchos chinos miraban con envidia cómo otros países volvían a una especie de normalidad. Para colmo, la estrategia de “Covid cero” fue exacerbando una dolorosa desaceleración de la economía.
Por otra parte, algunos críticos incluso consideran que las políticas pandémicas de Xi entrañan peligros más amplios, por su sesgo abrumador y autoritario.
今天上午北京四通桥上有人挂出了条幅,在社交媒体疯传。 pic.twitter.com/cTUBePKMGF
— Jingzhou Tao 陶景洲 (@JingzhouTao) October 13, 2022
Durante el Congreso del Partido Comunista, un hombre desplegó un cartel que denunciaba a Xi como “déspota traidor” en el puente Sitong, en el noroeste de Pekín. A pesar de la censura, la noticia de su audacia se propagó por toda China, especialmente entre estudiantes y profesionales con cierto acceso a noticias del extranjero.
“Antes de la protesta en el puente Sitong, nunca me interesó demasiado la política”, dice una estudiante de 21 años de Pekín, y agrega que un cordón policial le impidió sumarse a una marcha convocada para el lunes. La joven pidió ser identificada solo con su apellido, Wang, por temor a más problemas con las fuerzas de seguridad.
Después de tantos años sin protestas urbanas a gran escala, y luego del aislamiento de los años de pandemia, la experiencia de manifestarse, o incluso de ver las protestas por internet a la distancia, fue algo fuera de lo común para muchos chinos. Ahora esa experiencia puede animarlos a rebelarse nuevamente.
“Fue la primera vez que escuchamos una voz de resistencia tan intensa y unificada, y eso fue muy especial”, dijo May Hu, que vio la transmisión de las protestas de Shanghái a través de Instagram desde su casa en Hunan. “Creo que al ver y escuchar eso mucha gente sintió que hay esperanza”.
Por Chris Buckley
The New York Times
(Traducción de Jaime Arrambide)
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