Los números de muertos y contagiados por coronavirus en el mundo compiten con los pronósticos sobre el tamaño de la recesión económica global para encabezar el ránking de cifras oscuras. No es para menos; el mundo se enfrenta a una pandemia para la que no estaba preparado, pese a que era un desastre anunciado. Algo de reacción hubo: poco a poco, decenas de países empezaron a confinar a sus habitantes como último recurso para detener el virus. Y funciona.
Entre tanto número apocalíptico, algunas cifras alentadoras resaltan. Son las que indican que lo peor de la pandemia está pasando y que ahora el mundo se enfrenta a otro desafío: no levantar la cuarentena demasiado temprano pero tampoco reabrir la economía demasiado tarde. Para ese reto, está la respuesta de algunos países, que ya se atreven a medidas inimaginables hace unas semanas y que muestran que el camino es de prueba y error.
La tasa más decisiva, en baja
En los focos de la pandemia en Occidente, Lombardía, Madrid, París, Londres, Nueva York, los números salen del rojo total: la cifra de curados crece y los contagios, las muertes y las hospitalizaciones disminuyen de a poco. No es una caída libre ya que en los lugares más afectados los picos son más duraderos que en los escenarios menos golpeados.
Pero el optimismo prevaleció esta semana en varios gobiernos. "La pandemia está controlada", dijo hoy el ministro de Salud alemán, Jens Spahn. Dos días antes, el gobernador del estado de Nueva York, el habitualmente pesimista Andrew Cuomo, también se permitió un tono esperanzador. "Lo peor pasó ya y pasará si seguimos siendo inteligentes".
Como ya lo habían hecho la semana pasada Italia y España, tanto Alemania como Nueva York basaron su entusiasmo en un número decisivo: el factor R, que es la tasa de reproducción de un virus y que, por fases, empieza a bajar en el mundo gracias a las cuarentenas.
La cifra muestra a cuánta gente contagia, en promedio, una persona infectada y está condicionada por, entre otras, tres variables, el tamaño de la población, la velocidad de transmisión del patógeno y el tiempo de recuperación del paciente enfermo. Ese número es, por ejemplo, para la gripe estacional de 1,3 aproximadamente, es decir que una persona contagia a poco más de una persona o, más directamente, 10 personas infectan a otras 13.
Para el coronavirus, inicialmente se pensó que el factor R era de entre dos o tres, pero a medida que avanzó la pandemia, cada foco registró diferentes tasas, condicionado por las particularidades del lugar. En Wuhan, por ejemplo, la tasa de reproducción era en enero de 3,82; con la cuarentena bajó a principios de febrero a 1 y, finalmente, en marzo a 0,3. Esa notable reducción del contagio fue el efecto directo de un confinamiento destinado precisamente a cortar las autopistas del virus.
Lo mismo sucedió con todas las cuarentenas y las tasas de reproducción. En Italia, el número era, a principios de marzo muy alto y llegaba casi a cinco, uno de los mayores registrados; hoy, tras casi 40 días de confinamiento, es de 0,9. En Nueva York, cayó de casi 4 a también 0,9 y lo mismo que en España. En Alemania, el número está hoy en 0,7 después de haber sobrepasado 5, en marzo. Hay tasas incluso más bajas, señal de éxito en la lucha contra el virus: en China es de 0,4; en Australia, de 0,5, y en Corea del Sur, de 06.
Los epidemiólogos y las autoridades sanitarias leen en el factor R un segundo significado: qué tan contenida o no está la pandemia. Con un número por encima de uno, el brote tiene la capacidad de crecer y si supera dos, el aumento puede ser exponencial. Por debajo de uno, la pandemia se considera controlada.
Haciendo despliegue de sus capacidades académicas, la canciller alemana, Angela Merkel, fue, esta semana, clara y contundente en su explicación del factor R: "Ahora estamos debajo de uno. Pero si llegamos a 1,1, nuestro sistema hospitalario se saturará en octubre; si alcanzamos 1,2, nuestro sistema estará a tope en julio y si tocamos 1,3, eso sucederá en junio".
Afectado por el virus más tarde que el Norte, el hemisferio Sur está algo detrás de las potencias occidentales en su fase de combate contra la pandemia. La Argentina, por ejemplo, cuenta con un número de reproducción de 2 y en la ciudad de Buenos Aires, por su lado, la tasa es de 1,35.
En base a sus propios cálculos, el diario El País, de España, estima que hoy el número R de la Argentina era de más de 2 al empezar la cuarentena y hoy es de 1,2, una trayectoria similar a la que recorrer Brasil. Según esa fuente, entre las tasas de infección más bajas de la región están la de Colombia y Panamá (ambos con 0,9) y Costa Rica (con 0,7); Paraguay, Venezuela, Bolivia y Perú están entre los que tienen número más alto (1,5 y 1,3).
Cuando, como los países europeos, baje del umbral de 1, los desafíos no serán ya tanto la derrota del coronavirus, sino la puesta en marcha del plan de reapertura de la vida y, en especial, de una economía aplastada por la pandemia sin que la tasa de reproducción vuelva a dispararse.
Aunque sin abrazos, vuelven las clases
Las dos naciones más agobiadas por el coronavirus en Europa, Italia y España, comienzan a desentrañar ya los dilemas de cómo reabrir sus economías luego de que su tasa de contagio esté por debajo de 1 desde hace ya más de una semana. Los hospitales de ambos países están liberándose y sus gobiernos se enfrentan al desafío de contener el miedo al regreso de la epidemia y recuperar la economía a la vez, sin provocar otro pico, sin exponer a los grupos de riesgo y sin estrangular nuevamente el sistema de salud.
Por eso, al igual que la Casa Blanca, con miedo y bajo presión, la Comisión Europea, órgano ejecutivo de la Unión Europea, estableció una serie de pasos de reapertura para guiar a sus miembros en la encrucijada; la clave estará en la capacidad del sistema sanitario de lidiar con un número determinado de contagios y en el establecimiento de un sistema afinado de testeos para monitorear contagios.
El primero en hacerlo fue también uno de los que -como la Argentina- más tempranamente impuso la cuarentena: Dinamarca, que registra 7000 infecciones y casi 3000 muertos y bajó de un número R de casi 4 a uno de 0,7. Su gobierno no quiere mantener el país cerrado "más tiempo del que es necesario" y la semana pasada tomó una decisión que muy pocas administraciones se animaron a aplicar apenas un mes después de haber impuesto su cuarentena: abrir los colegios primarios.
Las condiciones de higiene y distanciamiento fueron estrictísimas y el 35% de los colegios de Copenhague abrieron el miércoles; el resto de las escuelas pidió más tiempo para adaptar sus espacios, pero lo harán el lunes próximo. La alegría prevaleció, aunque fuera sin abrazos.
"Muchos de los chicos decían que era muy duro no poder abrazar a sus compañeros pese a la felicidad que tenían de verlos. Entiendo lo duro que es eso", dijo la premier, Mette Frederiksen, luego de recorrer varias aulas de la capital. Los chicos no pueden estar en grupo de más de dos y más de cinco adentro y afuera, respectivamente, y deben lavarse las manos periódicamente.
El regreso de las clases y de los viajes en avión es casi un tema tabú para los gobiernos de todo el mundo. El presidente francés, Emmanuel Macron, anunció que los colegios abrirían sus puertas el 11 de mayo y provocó todo tipo de reacciones, en especial las críticas de los epidemiólogos. En la Argentina, el Gobierno no estableció aún una fecha potencial.
Seguro de poder contener el avance del virus, el gobierno danés no solo determinó que las escuelas primarias vuelvan a dar clases sino que habilitará el funcionamiento de otros oficios y profesiones sensible por la cercanía física y críticos para los sectores independientes de la economía -peluquerías, dentistas, kinesiólogos- a partir de la semana del 27 de abril.
Otros sectores especialmente dañados por la parálisis, bares y restaurantes, no abrirán y están prohibidas las reuniones de más de 10 personas. Varios países ensayan ya su nueva normalidad, como Alemania y Austria, pero todas las capitales miran hoy hacia Dinamarca para que marque el rumbo de la reapertura.
Un respiro de los males de siempre
Casi con sorpresa, el gobernador Cuomo tuvo que pedirle autorización, la semana pasada, a Donald Trump para poder usar el USS Comfort, el barco de la Armada que el presidente había enviado a Nueva York, como hospital para pacientes de coronavirus. La nave estaba originalmente destinada a albergar pacientes con otras patologías para liberar los hospitales de la ciudad para los infectados, pero ellos nunca llegaron. "No hay emergencias ni accidentes", dijo con asombro Cuomo. Efectivamente, con las ciudades y las rutas vacías, los accidentes y las muertes viales, otra verdadera epidemia en todo el mundo, cayeron en cada país.
En Francia, los accidentes se redujeron hasta un 75%, tanto que las aseguradoras comienzan a devolver parte de las pólizas mensuales a sus clientes (unos 30 euros), bajo recomendación de que lo donen a las ONGs dedicadas a asistir la emergencia sanitaria; algunas compañías argentinas empiezan a responder de la misma manera a esa tendencia en baja. En España, la cantidad de muertos en la ruta durante Semana Santa se redujo en un 50%.
En la Argentina, en marzo, cayó la siniestralidad vial grave (con uno o más lesionados) el 13,2% en respecto del mismo mes de de 2019 y la mortalidad descendió en un tercio, según el Instituto de Seguridad y Educación vial. En las autopistas federales de Brasil, por su lado, hubo un 28% menos de accidentes.
De Buenos Aires a París, de Madrid a Río de Janeiro, lo hospitales se vaciaron de pacientes con las patologías más habituales. El fenómeno tiene su cara alentadora pero también una inquietante; los médicos están preocupados porque incluso pacientes graves necesitados de tratamientos evitan los hospitales por miedo al coronavirus.
Irónicamente, los países confinados por el coronavirus también registraron un respiro en otro mal habitual del siglo XXI, uno que agobia en especial a las naciones latinoamericanas con los mayores índices del mundo, la inseguridad.
En la provincia de Buenos Aires, los delitos contra la propiedad cayeron un 78%. En la usualmente violenta Río, los robos en las calles descendieron, en marzo, un 52% respecto del mismo mes de 2019, mientras que en el estado de San Pablo, los robos en general se redujeron un 40% desde que comenzó la cuarentena, la tercera semana del mes pasado.
En El Salvador y Honduras, dos naciones acorraladas por los enfrentamientos entre las maras, los asesinatos bajaron casi a la mitad.
Hasta los poderosísimos carteles mexicanos sufren con la pandemia: el fentanyl, un opiáceo que venden en Estados Unidos y que hasta creó su propia epidemia en ese país, está en falta porque es producido con químicos provenientes de China. Y claro, el transporte y el comercio global, aun de drogas ilícitas, están congelados por completo por el coronavirus.
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