Tras casi 20 años identificaron a la joven afgana
La fotografía de la mujer recorrió el mundo como un símbolo de los refugiados de ese país. Además, imágenes exclusivas de la búsqueda
WASHINGTON.- A partir de mediados de la década del ochenta, la imagen de una joven afgana recorrió el mundo como símbolo de los refugiados de ese país y se constituyó en un documento inédito de una cultura que prohibe el registro fotográfico de rostros.
La misteriosa “joven afgana”, cuyos inolvidables ojos verdes han intrigado al mundo desde hace años, ha sido hallada, casi dos décadas después de que su fotografía apareciera en la tapa de la revista National Geographic en 1985.
En enero de 2002, Steve McCurry, el fotógrafo que tomó el famoso retrato en 1984 y un equipo de la revista regresaron al campo de refugiados Nasir Bagh, en Paquistán, donde la joven fue fotografiada originalmente con el objetivo de encontrarla.
Gracias a una serie de contactos, se logró identificarla como Sharbat Gula, ahora está casada y vive con su familia en una remota región de Afganistán.
Para confirmar la identidad de la joven, se utilizaron varias técnicas propias del espionaje, entre las que se encuentra el reconocimiento de iris de última tecnología y la técnica de identificación facial del FBI.
“La ciencia corrobora mi propia reacción visceral cuando ví su rostro otra vez”, -asegura Steve McCurry, que ha tomado una serie de fotografías actuales de la joven que serán publicadas en el número de abril de la revista National Geographic. “ Estoy ciento por ciento seguro de que Sharbat Gula es la ‘joven afgana’ que he estado buscando durante los últimos 17 años. Sus ojos son tan impresionantes ahora como lo eran entonces”.
“La historia de Sharbat es una metáfora de la de todos los refugiados”, -dice William L. Allen, redactor jefe de la revista National Geographic. “ Es apropiado que haya aparecido en nuestra tapa una vez más y que haga que todos nos concentremos en la difícil situación del pueblo que ha llegado a representar.”
La fotografía de 1984 fue el resultado de la única vez que Sharbat Gula se enfrentó a una cámara hasta el presente, y nunca había visto la famosa fotografía hasta que se la mostraron ahora en enero. Se casó poco después de que McCurry la conociera y tuvo cuatro hijas, una de las cuales murió en la infancia. Como pashtun, es madre y esposa devota, y sigue fielmente las tradiciones de su cultura y su religión.
La vida de Gula será el tema de la nota de tapa del número de abril de la revista National Geographic y el proceso de su búsqueda y de la verificación de su identidad será detallado en un documental de televisión que se estrenará en la Argentina como un especial de una hora de la serie Explorer de National Geographic, el domingo 24 de marzo a las 18 (se repetirá a las 22).
La fotografía de aquella niña de 12 años, hoy conocida como Sharbat Gula, fue el símbolo por excelencia del sufrimiento de toda una generación de mujeres afganas y sus hijos.
La National Geographic Society trabajará con organizaciones sin fines de lucro selectas y autoridades locales de la región para crear este programa. Asimismo, se pueden realizar contribuciones al “Afghan Girls Fund” (Fondo para Jóvenes Afganas) de National Geographic online .
El reencuentro
Son dos mujeres de aproximadamente la misma edad que llevaron vidas totalmente diferentes en polos opuestos del planeta.
Conducida por la tragedia de la guerra, la productora asociada de National Geographic Carrie Regan se encontró cara a cara con una mujer afgana cuyos increíbles ojos verdes eran parecidos a los de una jovencita afgana refugiada que cautivó al mundo desde la tapa del número de junio de 1985 de la revista National Geographic.
Diecisiete años después de que su fotografía apareciera en la tapa de la revista, finalmente se conoce su nombre y se revela su historia en el número de abril de la revista National Geographic y en “La búsqueda de la joven afgana”, un nuevo documental de esta misma firma.
Pero en estas tierras envueltas de misterio, en donde las mujeres no divulgan su nombre a extraños, se necesitó una mujer para abrir las puertas y ayudar a revelar la historia de la persona que posó para una de las fotografías más famosas de la historia de 114 años de National Geographic.
En enero de 2002, Regan se incorporó a un equipo de filmación de National Geographic que se encontraba en Pakistán, días antes del momento crucial que la condujo a encontrarse con la joven afgana.
Durante la búsqueda de la muchacha, surgió una nueva pista en Peshawar. Un lugareño que la conocía cuando vivía en el campo de refugiados se ofreció a viajar a su pueblo y traerla. Regresó unos días después y convocó al equipo de National Geographic a una pensión. Manifestó que había traído desde Afganistán a la joven afgana y a su hermano.
Luego de las palabras: “Aceptaron que la vaya a ver una mujer”, Regan, la única mujer del grupo, asumió un nuevo papel y, cámara en mano, dejó tras de sí a los hombres y se dirigió a través de un patio, hacia una habitación en penumbras.
Allí se encontraban diez mujeres de pie, quienes dieron la bienvenida a Regan entre risas y sonrisas señalando una figura sentada en un rincón, ataviada con un chador negro.
“Lo primero que noté fueron sus ojos... brillaban como luces desde atrás de los pliegos del chador”, recuerda Regan. “Y por primera vez [después de haber seguido otras pistas], pensé: ‘Dios mío, esta podría ser ella’.”
De ahí en adelante, Regan pasó días actuando como periodista y amiga de la joven afgana, Sharbat Gula, y su familia. La historia de la experiencia de Regan con la humilde familia afgana surge en un momento crítico de la historia, cuando los instintos humanitarios básicos se ven desafiados y se trazan las líneas de diferenciación cultural.
Su experiencia directa durante los primeros días con Sharbat y su familia nos muestran la vida de la gente de Afganistán, gente que sufrió 23 años de guerra.
Regan tenía 13 años en junio de 1985, cuando la imagen de la refugiada afgana apareció en la tapa de la revista National Geographic.
Estudió mucho, ganaba dinero extra haciendo diversos trabajos y soñaba con convertirse en escritora de ficción. La falta de medios obligaba a que las vacaciones fueran sencillas y cercanas a su ciudad natal, Lowell, Massachusetts, ciudad que sirvió de puerta de entrada a generaciones de inmigrantes, y que por ende la expuso a culturas extranjeras.
Sin embargo, durante su infancia, los pensamientos de Regan nunca se posaron en Afganistán o la joven refugiada que fue fotografiada en el campo de refugiados Nasir Bagh, en Pakistán.
A miles de kilómetros de distancia, la niña afgana llevaba una vida quebrantada por la guerra. Sus recuerdos más antiguos incluyen el sonido de los aviones surcando el cielo y de las bombas cayendo por el aire, levantarse al alba para orar e irse a dormir con el estómago vacío.
A los seis años, ya había perdido a sus padres en los bombardeos soviéticos que finalmente provocaron la huida de su familia de Afganistán y su asentamiento en el campo de refugiados Nasir Bagh.
Nunca supo de su fama ni del impacto que su mirada había tenido en el mundo. Durante diecisiete años, ni siquiera vio la fotografía.
Carrie Regan sintió el impacto de esa imagen. “Lo que me impresionó fue la universalidad de la lucha de los refugiados en todo el mundo. Como, a pesar de las diferentes culturas y de los miles de kilómetros que pueden separarlos, hay tantos niños en el mundo que han presenciado atrocidades y atravesado más horror en sus cortas vidas que el estadounidense promedio en toda la suya.”
En 1994, Regan viajó a la República de Guinea en donde vivió y trabajó junto a los trabajadores de salud comunitaria en una comunidad musulmana durante tres años. En 1997, regresó a los Estados Unidos, en donde, impulsada por el deseo de educar a la gente a través de la realización de documentales, se incorporó a National Geographic.
“Haber vivido en otros países fue para mí como una Piedra de Rosetta, que me ayudó a desentrañar otras culturas”, dijo Regan. “Me enseñó a descartar ideas preconcebidas generadas por los medios y a desechar los estereotipos y las comparaciones occidentales, lo que fue invalorable para mí en Pakistán.”
Dadas sus experiencias de vida, sus talentos como realizadora cinematográfica y sus años de trabajo en comunidades musulmanas, Regan se ganó el respeto y la confianza de Sharbat y de su familia. Pero en esta cultura, en donde la comunicación de hombres y mujeres con la gente de afuera y con los miembros familiares se limita a los del mismo sexo, Regan tuvo el acceso permitido no debido a sus talentos sino porque era mujer.
Participando de la intimidad familiar de Sharbat, su esposo, sus hijas y otras mujeres afganas, Regan intentó comunicarse en las pocas frases pashto que pudo aprender durante su estadía en el extranjero. Con ayuda de una traductora, logró conversar cordialmente, tanto en cámara como fuera de cámara, de temas desde los talibanes y la educación de la mujer, hasta los Estados Unidos y la familia.
Por momentos hubo risas, dijo Regan, recordando el momento en que se probó el burka de Sharbat. Por momentos hubo lágrimas: Regan recordó ocultarse detrás de su chador, tratando de no llorar, mientras escuchaba al hermano de Sharbat contar que no recordaba ningún momento feliz en la vida de Sharbat.
Durante otro encuentro, Sharbat satisfizo la curiosidad de Regan sobre su educación y escribió su nombre, admitiendo que le había gustado mucho la escuela y que le había molestado tener que irse porque su familia no podía pagarla.
A lo largo de los tres días, fue obvio que, primero y principal, Sharbat era madre, ya que muchas veces salía apurada de las entrevistas y de las sesiones de fotografía a tomar en brazos a su hija que lloraba o a amamantar a su bebé. Incluso tras los ruegos de su esposo, muchas veces no regresó.
En privado, Regan le preguntó a Sharbat qué opinada de los Estados Unidos y de su papel de derrocar a los talibanes. Su respuesta fue de resentimiento en contra del gobierno estadounidense debido a su reciente campaña de bombardeo, pero atenuado por un deseo de visitar los Estados Unidos, explicando que había visto unas fotografías y le había parecido un hermoso lugar.
Durante una de sus conversaciones fuera de cámara, Sharbat aclaró sus puntos de vista sobre la familia, la educación y la guerra. Explicó que el burka era algo hermoso en su vida y que bajo el régimen talibán había una sensación de paz y de orden, y que era un gobierno que, en su opinión, había puesto fin a la anarquía que había plagado a su país durante años. Dijo que había seguridad, respeto por el honor y la propiedad de la gente.
Sin embargo, también habló de la importancia de la educación como la única manera de lograr una vida mejor para sus hijas, destacando una política talibán que le disgustaba.
Al final, Regan se encontró siendo reconfortada por Sharbat Gula: mujer de fuertes convicciones, fiel a sus creencias y a veces tímida y reservada debido al carácter de sus tradiciones. Regan describió una mujer y madre digna, quien, como las mujeres de todo el mundo, toma decisiones vitales y determina sus convicciones y su conducta con respecto a lo que es mejor para la seguridad de su propia familia.
“Es una buena madre que quiere que sus hijas puedan acceder a una educación. Es una patriota, leal a su país, Afganistán. Es desinteresada, que no muestra sino una preocupación genuina por su familia, por sus hijas y por su país, y que sólo pide ayuda para su esposo, sus hijas y su suegra”, explicó Regan. Antes de irse, Regan le dejó a Sharbat una fotografía de sí misma. Y como gesto de despedida que atravesó las líneas culturales, tanto el esposo como el hermano de Sharbat le dieron la mano a Regan.
Regan espera que el desinterés de Sharbat atraiga nuevamente la atención a la difícil situación del pueblo de Afganistán, situación que contará con el apoyo mundial, llevando esperanza y felicidad a Sharbat por primera vez en su vida.
“Me gusta imaginar a su familia dentro de otros 17 años, sana, viviendo segura en Afganistán, con sus hijas educadas, tal vez profesionales y ayudando a reconstruir su país”, dijo Regan.
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