Todavía paralizada y en shock, Tel Aviv reclama por la liberación de los rehenes tras el brutal ataque de Hamas
Con pancartas y fotos de los secuestrados por el grupo terrorista, los israelíes piden por sus desaparecidos en una ciudad vacía y casi sin actividades
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TEL AVIV.- Yael Melzer tiene 66 años y está parada en medio de la avenida Kaplan. En una mano tiene un cartel que dice “liberen los rehenes” y en la otra, una pancarta con una foto de Liri Albag, una joven de 18 años que está entre los más de 200 capturados por el grupo terrorista Hamas el sábado 7 de octubre.
En realidad, Yael no conoce a Liri Albag. “No es mi familiar de sangre, pero es mi familiar de corazón”, explica. Los autos que pasan por ahí le tocan bocina en señal de aliento a ella y al grupo de gente, aunque no es pariente de los rehenes, desde hace días para reclamar a viva voz sólo una cosa: “traigan los rehenes a casa”.
Es mediodía, el sol pega, la humedad es terrible y Yael Melzer dice que está ahí, bajo el sol y pese a que está bajo tratamiento, porque no podía quedarse en su casa de Haifa. “Lo que pasó es peor que un cáncer, estoy haciendo quimioterapia, pero no es nada en comparación con la brutalidad de Hamas, que violó mujeres, decapitó niños, mató salvajemente a familias que estaban en su casa”, dice, levantando su sombrero y mostrando su pelo rapado. “¡El mundo tiene que saber! Hamas es Isis, son terroristas que ya no pueden estar cerca de nuestra frontera”, denuncia. “Yo soy de izquierda, pero no soy suicida y lo que pasó demostró que tenemos que ser firmes. No podemos tener dobles estándares: nuestro ejército advierte 24 horas antes de bombardear, Hamas atacó a nuestros kibutz del sur sin dar ni un minuto de aviso. No digo que todos los palestinos son malos, pero ellos eligieron a Hamas, un grupo que quiere que los judíos desaparezcamos y nosotros tenemos que defendernos”, clama.
Entre las decenas de personas de todas las edades que, como Yael, reclaman la liberación de los rehenes, la mayoría no son familiares. Son personas comunes, voluntarios, que se han movilizado para sostener su causa. Mujeres, hombres, de todas las edades, que, aún shockeados por lo que pasó, intentan hacer catarsis, reaccionar, preparando más pancartas con la misma consigna “Tráiganlos a casa”, escritos en inglés y en hebreo. Preparan comida para los manifestantes que se van turnando y entregan cintas color amarillo. “Es el color internacional para los rehenes y es el color que simboliza nuestra protesta”, explica Karen Shwarz, que, tras pedir permiso, ata a la muñeca una cinta amarilla.
A dos semanas del sábado 7 de octubre, cuando Hamas perpetró el peor atentado terrorista de la historia de Israel, que dejó 1400 muertos, 4800 heridos, 212 rehenes, Tel Aviv sigue en modo “shock”. Hay poco tránsito, calles vacías.
“Muchos han sido llamados al frente como reservistas, muchos otros no salen de sus casas porque tienen miedo y están pegados a la televisión para ver cómo sigue esta guerra que nadie sabe cómo va a terminar”, dice a LA NACION Itay Paritzky, arquitecto que no oculta su preocupación. Su hija Zoe, de 20 años, que se encuentra en París estudiando moda, perdió a muchísimos amigos en tristemente célebre fiesta rave Supernova en el desierto del Negev. Y un cliente suyo tiene a un hijo de 22 años entre los rehenes. “No sabés qué decirle, lo que pasó es algo impensable”, comenta. El shock más grande para la gente fue realizar que las víctimas de la masacre, es decir, la gente que vivía en las localidades cercanas a la Franja de Gaza de donde irrumpieron los terroristas, tuvo que defenderse sola. “¿Por qué no llegó el ejército? Están saliendo a la luz muchas historias de actos de heroísmo, de personas que estuvieron horas enfrentándose a los terroristas, algo que nunca había pasado”, afirma. “Ahora, dos semanas después, la rabia pasó, pero ¿cuál es la solución? Es claro que en cualquier momento el ejército va a entrar a Gaza, pero va a ser una cosa larga, con costos enormes y consecuencias impredecibles”, apunta.
En la plaza Habima, al lado del teatro nacional, algunos van a sacarle fotos al memorial con ramos de flores y velas que recuerda a las víctimas. “We stay with Israel”, puede leerse en inglés y hebreo en letras armadas con flores y granadas de todos los colores. “Un familiar nuestro murió en el asalto”, cuenta Zviya Lushe, neoyorquina que vino a vivir a Tel Aviv hace seis años, mientras saca fotos junto a su hija Zohar, de 38 y su novio Ilan Finkelstein, que vinieron a visitarla en este momento dramático.
En la calle Kaplan, además de las pancartas que piden la liberación de los rehenes, hay carteles con la imagen del primer ministro, Benjamin Netanyahu, con las manos manchadas de sangre y la leyenda: “Se tiene que ir a casa”.
“Estoy totalmente de acuerdo, Netanyahu tiene que irse a casa, renunciar”, dice Avivi Daadia, que, como buena parte de los israelíes -un 80% según un sondeo del diario Maariv-, está indignada porque el premier aún no pidió disculpas, ni se hizo cargo del desastre del 7 de octubre. “Con tal de salvarse de sus problemas judiciales, ese corrupto de Netanyahu se olvidó de nuestra seguridad”, denuncia. “Tengo 70 años, cinco hijos y tres nietos en el ejército: no quiero que los maten”, clama, a punto de largarse a llorar. “Estoy muy triste, desde hace dos semanas que no duermo, tengo que tomar píldoras, quiero ser fuerte, pero no puedo serlo con todo el espanto provocado por los terroristas… ¡Tienen que aniquilar a Hamas! Y Netanyahu, cuando termine la guerra, se tiene que ir a casa”, grita.
Otro ciudadano que también está protestando con un cartel que dice “bring our hostages home”, se sale del coro. “Estoy acá para que el gobierno haga de todo para que liberen a los rehenes y para que deje de bombardear Gaza y que trate de ver cómo podemos reestablecer la paz y una buena vida para todos en esta región, tanto judíos como palestinos”, dice Yoav Garfinkel. Director de documentales de 55 años y padre de dos hijos, Garfinkel, que es consciente que cómo él sólo piensa una minoría, asegura que “es obvio que la violencia no sirve, sino que genera más violencia y empeora aún más todo”. “Aunque pueda parecer ingenuo, creo que esta tragedia es una oportunidad para hacer algo distinto, con la ayuda de Estados Unidos y Europa. Es estúpido seguir en el mismo círculo de violencia. Creo que Israel tiene que probar otro camino, aunque sea doloroso y dure años. Tenemos el poder militar suficiente para probar a hablar. Es fácil decir que no hay nadie para hablar”, asegura. “Me tildarán de extrema izquierda, pero no lo soy”, aclara. E insiste: “tenemos que protegernos, traer los rehenes con vida a casa, pero también probar otro camino, no creo que la solución sea militar, sino política”.
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