Tiempos turbulentos: Xi Jinping levanta una muralla de defensas para China y para sí mismo
Durante la última década, Xi ha impulsado un amplio esfuerzo para expandir el significado mismo de “seguridad nacional”, una construcción de la que no solo participan las fuerzas militares, sino también la sociedad civil
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PEKÍN.- En sus almuerzos informales y privados con los líderes de Estados Unidos, el mandatario chino, Xi Jinping, solía bajar un poco la guardia y mostrarse más distendido. Pero eso era hace una década, cuando las relaciones entre ambos países eran menos tensas, Xi todavía estaba consolidando su poder, y tenía dudas sobre su control sobre el Partido Comunista de China.
En charlas privadas con el expresidente Barack Obama y el entonces vicepresidente Joe Biden, Xi Jinping sugirió que en China podía desatarse una “revolución de colores”, un término que el partido tomó de los rusos para designar a los movimientos de agitación popular prodemocrática de los que se responsabiliza a Occidente. Por entonces, los recientes levantamientos de la “primavera árabe” en Medio Oriente habían agudizado la preocupación de Xi, que sentía que China era terreno fértil para el descontento popular por la corrupción y la desigualdad, dos cosas que su país tenía de sobra.
Esos temores terminaron por definir la era de Xi en el poder. Durante la última década, Xi ha impulsado un amplio esfuerzo para expandir el significado mismo de “seguridad nacional”, reforzando el control del partido en todos los frentes y contra toda supuesta amenaza del exterior que pueda erosionar su poder en casa.
Xi reforzó, centralizó y empoderó a un aparato de seguridad que ya era invasivo, hasta convertirlo en una infranqueable fortaleza de protección para él mismo, y que lo posiciona como el líder más poderoso de China desde Mao y Deng Xiaoping. Xi ha construido lo que él llama un “sistema contra todo riesgo”, pensado para contrarrestar a un mundo al que considera decidido a coartar a China, en lo político, lo económico, lo social, lo militar y lo tecnológico.
Es probable que la visita de apoyo a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes norteamericana, Nancy Pelosi, haya reconfirmado esa visión del mundo. Tras el viaje de Pelosi, Xi ordenó ejercicios militares frente a las costas de Taiwán, como advertencia contra el respaldo de Estados Unidos a una isla que Pekín considera una región separatista.
Para Xi, la seguridad nacional es una “guerra popular”, de la que no solo participan las fuerzas militares, sino también la sociedad civil, desde los maestros de escuela hasta los trabajadores comunitarios.
En China existe el Día de la Educación en Seguridad Nacional, cuando los niños reciben lecciones sobre distintos riesgos, como la intoxicación alimentaria, los incendios, pero también sobre espionaje y terrorismo. En los barrios, los vecinos se han organizado en grupos llamado “Línea de Defensa Popular de Seguridad Nacional”, destinados a detectar a posibles disidentes y extranjeros “sospechosos”. Y desde hace un tiempo, la Secretaría de Seguridad del Estado ofrece recompensas de hasta 15000 dólares para quienes aporten información sobre delitos contra la seguridad.
“El viento maligno de las ‘revoluciones de colores’ no ha cesado”, escribió recientemente Wang Linggui, funcionario del Partido en la oficina china para asuntos de Hong Kong, en una nueva revista china sobre seguridad nacional. “Es como el virus del covid: muta constantemente”.
Esas presiones están haciendo de China un país donde la vigilancia puede convertirse fácilmente en paranoia, y donde los funcionarios encaran los problemas locales como si fueran obra de subversivos ideológicos y enemigos extranjeros.
Hace un par de meses, después de semanas de estar confinados en sus hogares por la cuarentena pandémica, los habitantes de Shanghái salieron a golpear ollas y sartenes en forma de protesta, y las autoridades locales advirtieron por altavoces que esa manifestación pública de ira era fogoneada por oscuras “fuerzas foréneas”.
“Fue una acción local y espontánea”, dice Jia Xiaolong, que fue detenido e interrogado dos veces por la policía en su casa de Shanghái por salir a cacerolear. “Pero en el fondo así es como piensan los funcionarios ahora: que detrás de cada problema y de cada protesta hay un complot”.
Mientras tanto, Xi se prepara para obtener un histórico tercer mandato al frente del Partido Comunista y ya anticipó que la seguridad nacional tendrá todavía más relevancia en su agenda de gobierno. Las tensiones por el covid y las restricciones pandémicas, la profundización de las divisiones entre las superpotencias por la guerra de Rusia en Ucrania y el aumento global del precio de la energía y los alimentos son apenas algunos de la acuciante avalancha de problemas.
“Lo más importante y preocupante es que Xi Jinping ya no hace distinción entre seguridad interna y seguridad externa”, dice Daniel Russel, exdiplomático de alto rango que acompañó a Biden a China en 2011, y es actual vicepresidente del Asia Society Policy Institute. “Xi Jinping está decidido a tomar medidas más enérgicas y a utilizar las diversas herramientas a su disposición para hacer frente a esas amenazas y así romper lo que él ve como una especie de acogotamiento y dominio absoluto de parte de Occidente”.
“Nadie puede mantenerse al margen”
Como previa al congreso partidario, los funcionarios chinos se han reunido para estudiar reverencialmente el nuevo libro de texto que explica la visión de Xi: para defender a China de esa miríada de amenazas, dice el libro, debe haber “seguridad política”, con el Partido y en última instancia con el propio Xi como garantes de la supervivencia y la unidad de la nación.
“A menos garanticemos la seguridad política, el país inevitablemente se desmoronará, se esparcirá como la arena, y el ‘gran rejuvenecimiento’ de la nación china quedará definitivamente descartado”, dice el libro de Xi.
También advierte que quienes se oponen al reclamo de China sobre Taiwán son “el mayor obstáculo para la unificación de la patria y el peligro oculto más grave para la reunificación nacional”.
En abril de este año, Ucrania estaba en guerra con los invasores rusos, Shanghái estaba en una cuarentena asfixiante, y las tensiones entre Pekín y el gobierno de Joe Biden iban en aumento.
Sin embargo, cuando los funcionarios de toda China se reunieron para escuchar las conclusiones de la última reunión de la Comisión de Seguridad Nacional, de lo único que oyeron hablar fue de garantizar la “seguridad política”, o sea defender al Partido Comunista y a Xi en la previa del congreso partidario.
En la reunión de la Comisión, Xi hizo hincapié en “el estatus primordial y la central importancia de la seguridad política”, según un breve informe que se conoció en Tíbet, una de las pocas fuentes oficiales que dio detalles del encuentro.
El libro ofrece algunas pistas de esa estrategia. “Las fuerzas hostiles locales y extranjeras nunca han cejado ni un instante en su estrategia para occidentalizar y dividir a nuestro país”, dice una sección del libro que habla la sobre seguridad política.
Cada 15 de abril, día en que se conmemora la primera reunión de la Comisión de Seguridad Nacional, en 2014, a los niños chinos también les inculcan los preceptos de Xi.
Este año, en una escuela en Pekín, los niños hicieron dibujos de ciudadanos “vigilantes” golpeando a villanos enmascarados. “A la hora de defender la seguridad nacional, nadie puede ser un mero espectador o mantenerse al margen”, decía una presentación en una escuela primaria en el noroeste de China.
En la presentación también se les recordaba a los alumnos el número de teléfono del Ministerio de Seguridad del Estado, para denunciar cualquier sospecha.
Por Chris Buckley y Steven Lee Myers
Traducción de Jaime Arrambide
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