Tensiones de fondo: el ejército de perdedores de la globalización
Hacia la medianoche la elección norteamericana le daba ventaja a Donald Trump . Un triunfo del magnate republicano colocaría un enorme signo de interrogación para el día después. Un triunfo de Hillary Clinton seguramente provocaría suspiros de alivio en buena parte del mundo. Pero a no confundirse: esa sensación de alivio sería muy prematura.
Si bien no es indiferente ni para Estados Unidos ni para el resto de la comunidad internacional que las elecciones las gane Clinton o Trump, las tensiones de fondo que aquejan a la sociedad norteamericana (y a las de otros países avanzados) seguirán muy presentes independientemente de quien resulte el triunfador.
Las elecciones norteamericanas son un nuevo botón de muestra de los profundos clivajes que aquejan a las sociedades más avanzadas como consecuencia del proceso de creciente integración global. Ya no se discute que la visión naíf de la globalización de acuerdo con la cual la fuerza del mercado era una marea integradora e igualitaria, tiene poco que ver con la realidad. La creciente integración global a través del flujo de bienes, servicios, capitales, conocimientos y personas ha traído muchos beneficios, pero también ha producido ejércitos de perdedores.
Además, según lo indica la evidencia, en la mayoría de los países desarrollados los ganadores han estado bastante más concentrados que los perdedores. Este balance se ha reflejado en el estado de ánimo y en los alineamientos políticos internos en muchos de estos países. En este sentido, lo que ha ocurrido en Estados Unidos en los últimos meses no es una sorpresa.
En efecto, el recelo sobre las consecuencias de la creciente integración global se ha vuelto la regla más que la excepción. La integración global también ha planteado desafíos inéditos de gestión internacional, en su mayor parte muy imperfectamente insatisfechos.
Hoy resulta evidente la brecha que existe entre la demanda y la oferta de gobierno (o gobernanza) global. Si bien es cierto que en algunas áreas se han registrado avances no despreciables en la cooperación internacional (como, por ejemplo, en materia de combate al cambio climático), éstos son claramente insuficientes para la escala de los desafíos. La comunidad internacional enfrenta un severo déficit de gobernanza que hace más agudas y evidentes las tensiones internas.
El entorno de incertidumbre agrava aún más la inquietud y la sensación de vastos sectores de la población de que el futuro ya no será lo que era.
En este contexto, el exterior y lo distinto como amenazas resultan perfectamente comprensibles. Ciertamente, la fragmentación y el aislamiento que implícitamente propone Donald Trump no son la solución. Pero son un escenario verosímil dadas las circunstancias.
Hoy están en el escaparate las elecciones en Estados Unidos, así como ayer lo estuvo la votación sobre el Brexit, las crisis migratorias, el rechazo al euro o el escepticismo sobre los acuerdos de comercio.
Un triunfo de Hillary Clinton despejaría el escenario de incertidumbre inminente, pero las tensiones de fondo que han dado impulso al candidato republicano seguirían presentes en un tiempo que probablemente se mida en décadas más que en años. Un triunfo de Trump abriría un gran interrogante y produciría un escenario que, aún siendo inesperado para muchos, sería perfectamente comprensible.
El autor es profesor de la Universidad San Andrés e investigador del Conicet
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