Tensión en Medio Oriente: un difícil equilibrio para los nuevos socios árabes de Israel
Tras el estallido de la violencia con Hamas, varios gobiernos quedaron tironeados entre sus opiniones públicas pro-palestinas y sus intereses estratégicos
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PARÍS.- La irrupción de la violencia, los intercambios de misiles y los bombardeos entre los grupos islamistas en los territorios palestinos e Israel han hecho remontar a la superficie las ideologías propalestinas de los países árabe-musulmanes que recientemente normalizaron sus relaciones con Israel, planteando la eventualidad de un giro diplomático en algunos de esos Estados.
Clima de guerra civil judeo-árabe, disparos de misiles que llegan hasta Galilea, bombardeo de Gaza: el “nuevo Medio Oriente” que debía surgir de los acuerdos de normalización –los llamados Acuerdos de Abraham– entre el Estado hebreo y varios países árabes nunca se pareció tanto al anterior.
Bahrein, los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Sudán… Tras el estallido de violencia, sus gobiernos han quedado en la cuerda floja, zamarreados entre sus opiniones públicas decididamente pro-palestinas y sus intereses estratégicos. Una situación que no es la misma en todos los casos. En algunos de esos países el peso de la opinión pública es muy limitado, sus poblaciones poco politizadas y con un sentimiento pro-palestino que ha retrocedido sensiblemente en los últimos tiempos.
Simbolismos
Ese es el caso de los Emiratos Árabes Unidos, tercer país árabe que dio el paso de la normalización después de Egipto, en 1979, y Jordania, en 1994. El ciberautoritarismo en vigor en esa petromonarquía no deja margen posible de protesta a sus nueve millones de habitantes, 90% de los cuales son inmigrantes extranjeros. Sus ciudadanos, que gozan de un nivel de vida muy confortable gracias a la renta petrolera, no tienen costumbre de cuestionar las decisiones de sus dirigentes.
A pesar de ello, en esa federación de siete principados, como en todo el mundo árabe-musulmán, Jerusalén es un símbolo. El 8 de mayo, cuando la represión israelí en el sector oriental de la ciudad santa se intensificaba, preludio al estallido incontrolable que siguió, las autoridades de Abu Dhabi difundieron un duro comunicado.
El texto condena el “asalto” contra la mezquita de Al-Aqsa, cuyos fieles fueron desalojados con granadas lacrimógenas, el “desplazamiento” de familias de Sheij Jarrah, el barrio palestino codiciado por los colonos judíos, y las “violaciones” al estatus de Jordania, guardián de los sitios santos musulmanes de Jerusalén. La declaración llamaba a Israel a dar muestra de “una máxima moderación para evitar que la región no se encamine hacia un nuevo nivel de inestabilidad”.
El reino de Bahrein también manifestó su inquietud en un corto texto, al denunciar los “ataques” y provocaciones” israelíes, “que violan el derecho internacional y minan las posibilidades de reactivar el proceso de paz”.
Crímenes de guerra
En la región del Golfo Pérsico, la reacción más enérgica llegó de Arabia Saudita, que, en un comunicado publicado el martes tras una conferencia virtual entre ministros de Relaciones Exteriores de la Liga Árabe, solicitó a la Corte Penal Internacional investigar los “crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por Israel contra un indefenso pueblo palestino”. El reino saudita también manifestó su indignación por los ataques en Jerusalén “que hieren los sentimientos de todos los musulmanes el mundo”.
Arabia Saudita es un caso particular, pues, en su calidad de líder del mundo sunnita, lleva adelante su política de normalización con Israel entre bambalinas, con intercambio de información entre servicios secretos o visitas y encuentros no oficiales con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Existe, además, el temor a una reacción popular: la saudita es una auténtica sociedad, grande, diversificada, estratificada, marcada por un fuerte sentimiento antisionista.
Durante los últimos meses de mandato de Donald Trump, la normalización regional avanzó un poco “a las apuradas” y esos países deben librarse ahora a un delicado ejercicio de equilibrismo: por un lado, los dividendos estratégicos de esa decisión, generosamente financiada por Washington –que no quieren perder–, y por el otro, la agitación creciente de sus poblaciones.
“Hoy creo que muchos de esos países se están preguntando si, en el fondo, tenían algo para ganar con esa normalización. Sobre todo porque, en este momento, una parte de esas capitales tendrán que poner un bemol a actos demasiado visibles de normalización con Israel. Al menos para calmar un poco la fiebre que aqueja a sus propias sociedades en cuanto a la cuestión palestina”, afirma el especialista francés Samy Cohen.
Pero nada permite pensar que todos esos países vayan a decidir un cambio de estrategia en forma inminente. Hace una semana, mientras los supremacistas judíos amenazaban ya el barrio de Sheij Jarrah, el embajador emiratí en Jerusalén, Mohammed al-Khoja, se extasiaba ante “la increíble capacidad de los ciudadanos de Israel, judíos, cristianos y musulmanes para vivir juntos”.
“Los Acuerdos de Abraham constituyen una decisión estratégica irrevocable. Sus signatarios árabes están hoy en una situación incómoda. Pero deberían acomodarse”, afirmó el analista dubaití Abdullah Abdelkhalek, vocero extraoficial del régimen.
Pero, ¿qué provocó esa ola de normalización en Medio Oriente?
“Probablemente haya sido un pequeño regalo a Trump, que fue el presidente norteamericano más generoso con las petromonarquías del Golfo”, reflexiona Agnès Levallois, especialista del mundo árabe-musulmán en la Fundación para la Investigación Estratégica. “Pero, sobre todo, fue debido a la cuestión iraní. En realidad era solo eso que les interesaba. Por una parte fue una anticipación al mandato de Joe Biden: el antiiranismo de todos esos países los llevó a cerrar filas con Israel para prepararse contra el regreso de Estados Unidos al acuerdo nuclear con Irán. Fue como obtener una pequeña póliza de seguro, un riesgo calculado”, agrega.
Esa normalización con Israel les aportó ese tan deseado frente anti-Irán, el enemigo jurado, que es además el proveedor principal de ayuda a todos los movimientos terroristas de la región, como Hamas. Los signatarios de los Acuerdos de Abraham intercambian información, hay entre ellos colaboraciones secretas en el terreno de la ciberseguridad, del conocimiento sobre el avance del programa nuclear iraní, de las operaciones de inteligencia “un poco especiales”, inversiones de una parte y otra en sectores de alta tecnología, energía, gasoductos, etcétera.
Pero, además, muchos especialistas consideran que el conflicto israelí-árabe en todos esos países ha dejado de tener una dimensión primordial. No solo en términos de opinión pública, sino también en posicionamiento geopolítico.
“Es verdad, la cuestión palestina dejó de ser un verdadero problema. Es un conflicto residual y marginal. Salvo cuando aparecen violentas irrupciones. Estos últimos días, sin embargo, nos recordaron que el conflicto sigue siendo el punto central de muchos otros diferendos en la región”, advierte Joseph Bahout, director de investigación de la Universidad Americana de Beirut.
A su juicio, si el odio intercomunitario continuara en aumento en Israel, sus nuevos aliados podrían pasar momentos realmente difíciles. En 2000, cuando comenzó la segunda Intifada, el emirato de Qatar y el sultanato de Omán –los Estados del Golfo que más habían avanzado en el camino de la normalización– tuvieron que dar marcha atrás, obligados por la presión de sus opiniones públicas.
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