Tapadas: el velo islámico se impone en Turquía
Las mujeres con niqab son cada vez más en un país que durante 80 años fue modelo de laicismo, pero que es mayoritariamente musulmán; desde 2014 también las adolescentes usan la vestimenta
ESTAMBUL.- Primero fue la universidad, después la Asamblea Nacional y, finalmente, el velo islámico comenzó a imponerse hasta en la televisión turca. Hoy las mujeres con niqab son cada vez más numerosas en ese país mayoritariamente musulmán, que durante cerca de 80 años fue modelo de laicismo.
El sábado 16 de noviembre de 2013, la periodista de televisión Feyza Cigdem Tahmaz, de la cadena pública de cable TRT Turk, apareció con la cabeza cubierta por un estricto velo negro para presentar las informaciones de las 17. Con la velocidad de un rayo, la imagen dio la vuelta al país.
Si bien Feyza era un puro producto de la sociedad conservadora turca, diplomada de la Facultad de Teología y ex militante del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), del presidente Recep Tayyip Erdogan, su osadía causó sensación.
Hasta aquel momento, había periodistas veladas que producían editoriales en los diarios, participaban de la vida mediática, en los debates políticos y programas televisados, pero jamás una cadena de TV pública, controlada por el Estado, había dado semejante paso.
Un año y medio después, Feyza considera que su gesto fue el símbolo de la "normalización" que se está produciendo en Turquía "gracias al impulso del AKP". Durante mucho tiempo -afirma-, las mujeres fueron marginadas de la sociedad porque llevaban un velo.
"Había que terminar con ese problema", declara. Recuerda que la exclusión era practicada por la junta militar después del golpe de Estado de 1980.
"La práctica fue reforzada por los militares a partir de ese año tras la caída del gobierno islamista. Una ola de represión y proscripciones se abatió entonces sobre todas las organizaciones y fundaciones islamistas", enumera. También condujo a la prohibición del Partido de la Virtud (Fazilet), en el que militaba la mayor parte del equipo que integra el actual gobierno.
Combatido en nombre del laicismo instaurado por Mustafa Kemal Ataturk en la década de 1920, el velo se transformó desde entonces en un símbolo, un objeto de lucha para los políticos islamistas
Combatido en nombre del laicismo instaurado por Mustafa Kemal Ataturk en la década de 1920, el velo se transformó desde entonces en un símbolo, un objeto de lucha para los políticos islamistas. De ahí, la persistencia obsesiva del actual presidente por restaurar todas las leyes que autorizan la práctica pública del islam en la sociedad.
Dos semanas antes de la aparición de una periodista velada en las pantallas, había caído otro tabú: cuatro representantes del AKP se presentaron a la Asamblea Nacional para ocupar sus bancas de diputadas vistiendo el hijab. Las cuatro, que habían sido elegidas en 2011 con la cabeza descubierta, explicaron haber tomado esa decisión después de hacer su peregrinación a La Meca en 2013.
"Espero que todo el mundo respete mi decisión. El velo es una cuestión entre un creyente y su Dios", declaró entonces una de ellas, Gonul Sahkulubey. Ese espectacular ingreso en el Parlamento fue posible gracias al levantamiento de la prohibición legal que pesaba sobre las empleadas de la función pública. Una medida apoyada con entusiasmo por el poder.
"Todos debemos respetar la decisión de nuestras hermanas", declaró el entonces primer ministro Erdogan, riguroso practicante, cuya mujer jamás aparece en público sin su hijab.
Poco antes, el jefe del gobierno había anunciado un "paquete democrático", que incluía el fin de la obligación para los empleados públicos de trabajar con la cabeza descubierta. Enfermeras, maestras, abogadas, empleadas administrativas pueden desde entonces ostentar todo símbolo religioso en su sitio de trabajo, si bien se mantuvieron ciertas excepciones en el ejército, la policía y la magistratura.
La nueva visibilidad del hijab, utilizado por poco más de dos tercios de las mujeres turcas, sigue dividiendo la sociedad. Al mismo tiempo se percibe un rápido aumento del niqab, ese velo integral, generalmente negro, que cubre cabeza, cara y cuerpo, dejando ver sólo los ojos
Desde entonces, la nueva visibilidad del hijab, utilizado por poco más de dos tercios de las mujeres turcas, sigue dividiendo la sociedad. Al mismo tiempo se percibe un rápido aumento del niqab, ese velo integral, generalmente negro, que cubre cabeza, cara y cuerpo, dejando ver sólo los ojos. Según una encuesta publicada el año pasado, la práctica concierne a poco más del 15% de las mujeres veladas.
Para los islamistas, se trata de una proporción estable. Los prolaicos desmienten y atribuyen ese fenómeno a la presión que ejercen los sectores de gobierno y los grupos más conservadores. Por esa razón, dicen, cada vez más jóvenes optan por cubrirse para evitar el hostigamiento.
"Para aquellas como yo o mis amigas que nunca tuvieron intención de usar el velo, la prohibición era una suerte de protección. Ahora eso se terminó. En una sociedad cada vez más practicante, el velo define socialmente. Una mujer es ante todo la «muhajaba, la velada». Aquella que respeta los principios del islam. Es muy difícil?", explica Salwa, estudiante de historia en la Universidad de Estambul.
Pantalón al cuerpo, top ajustado, Doaa sacude su magnífica cabellera color azabache, y asiente: "Lo que yo leía en la mirada de los demás porque usaba velo no me correspondía", recuerda. La joven estudiante de 24 años pasó siete de ellos con el cuerpo enteramente cubierto.
"El problema del velo no es sólo la prenda. La sociedad atribuye a quienes lo usan una cantidad de etiquetas: hay que comportarse de tal manera, hablar sólo a cierto tipo de personas, preferir tales cosas, tales autores, tales películas. En realidad, la mujer velada es una entidad cristalizada. Por no decir «una cosa»", explica.
Doaa abandonó el velo hace un año. Después de mucho pensar, una mañana dejó un breve mensaje en la mesa de la cocina a su madre, advirtiéndole que regresaría de la facultad sin su gran velo negro. Su padre vive en el extranjero, su familia es extremadamente conservadora. "Fue muy duro -recuerda-. Estuve meses sintiéndome completamente perdida."
La joven temía enardecidas discusiones en el entorno familiar. Pero sólo obtuvo silencios, miradas desoladas, gestos de reprobación. Con sus tías, siempre muy afectuosas, se instaló una fría distancia.
"No dijeron nada y siguen siendo amables, pero las siento decepcionadas. Sin embargo, sigo siendo la misma. ¡Cuando me quité el hijab no cambié! Jamás imaginé hasta qué punto ese maldito velo se había convertido en un elemento constitutivo de mi identidad...", dice.
En los sondeos, la mayoría de los turcos se declara favorable a la autorización del pañuelo islámico. Juzgan que su prohibición representa una interpretación demasiado rígida del laicismo.
Adoctrinamiento
En una de las entradas del campus universitario de Estambul, Ipek Ekmen, estudiante de Derecho, se quita los audífonos de su iPod escondidos debajo de su turbante para contradecir las opiniones anteriores. "El derecho al velo tiene que ver con la libertad individual. No pone para nada en cuestión el laicismo. La gente se equivoca de debate", afirma. Eso es verdad cuando las jóvenes tienen la posibilidad de elegir. No cuando la práctica toma visos de adoctrinamiento en un contexto de hiperreligiosidad.
En septiembre de 2014, el gobierno conservador de Erdogan dio un paso suplementario al autorizar el velo para las chicas desde el colegio secundario; lo presentó como un nuevo avance de "las libertades individuales".
"Dejemos a cada uno vestir a sus hijas como quiera", declaró el entonces primer ministro.
Sarah es un buen ejemplo. A los 13 años terminó haciendo como todas sus compañeras de escuela en ese barrio estambulita donde reside la clase media.
"Me puse el velo por la decisión de mis padres, empujada por la presión de las otras chicas y de los profesores", explica ahora. Señala los clichés sociales: "Hay que ser una chica respetable". Las amenazas: "Terminarás colgada del pelo el día del juicio final"...A esa edad, sólo cuenta la mirada del otro.
"Algunos decían que me quedaba muy bien. Pero yo tenía la sensación de que alguien quería convertirme en «normal», como si me faltara algo que el velo podía aportarme", recuerda dos años después, con una sorprendente lucidez.
Sarah quiso quitarse el velo varias veces, pero su familia se lo impidió. Cordialmente al comienzo. Después, frente a su obstinación, con firmeza.
"Me castigaban y me amenazaban con recurrir a la violencia física. Yo era tan joven que no tenía argumentos para defenderme ni la fuerza de hacer frente a la presión. Entonces cedía", se lamenta.
Cuando Erdogan tomó la decisión de autorizar el velo para las niñas, la oposición laica denunció "un retorno a la Edad Media". La educación es uno de los principales terrenos de enfrentamiento entre religiosos tradicionalistas -que forman la base de apoyo al AKP- y los opositores kemalistas, que lo acusan de imponer valores islamistas en forma sibilina.
Denuncian, por ejemplo, que poco a poco ha erigido como modelo el funcionamiento de las escuelas confesionales. Desde 2010, en efecto, muchos colegios públicos fueron convertidos en imam hatip, unas instituciones caídas en el olvido a comienzos de los años 2000.
Recep Tayyip Erdogan nunca ocultó su voluntad de formar una juventud religiosa "en el respeto de los valores turcos". Fue en uno de esos liceos, apreciados por los tradicionalistas, donde el jefe del Estado se educó. "¿Queremos jóvenes religiosos o una juventud de drogados?", se atrevió a preguntar como si no hubiera otra opción. Según el investigador francés Jean Marcou, especialista de Turquía, los imam hatip aumentaron 73% desde 2010.
"Su número creció mucho más rápidamente que las escuelas laicas. Hay más de mil establecimientos de ese tipo en todo el país", afirma.
Utilizados originalmente por las familias practicantes, los imam hatip reciben ahora cantidad de niños inscriptos de oficio con el argumento de que las escuelas públicas no dan abasto. "Niños de familias judías, cristianas, chiitas o simplemente laicas deben así seguir una formación donde la enseñanza del islam sunnita es preponderante", explica Marcou. El experto afirma que Erdogan intenta ahora extender la educación religiosa al jardín de infantes y los dos primeros años de escuela primaria.
Pero Erdogan fue aún más lejos. Decidido a terminar con los fundamentos laicos de la república turca fundada por Ataturk, en diciembre pasado anunció su decisión de imponer la enseñanza del alfabeto otomano, cercano al árabe, en todos los imam hatip. La medida fue recibida por los laicos como una violación suplementaria del modelo de separación de poderes político y espiritual, establecida por el padre de la Turquía moderna.
El Consejo Nacional de Educación, compuesto mayoritariamente por allegados al jefe del Estado y su partido, propuso esa idea, que constituye una transformación profunda de la reforma lingüística de 1928, que estableció la adopción del alfabeto latino y el abandono de la escritura árabe.
Una vez más, Erdogan presentó su decisión como un retorno "a las raíces turcas". Para sus opositores, teniendo en cuenta que el Corán sólo puede recitarse en árabe, se trata de un paso más hacia la islamización de la sociedad. Como suele suceder en estos casos, la obstinación oficial termina alentando a fanáticos de toda laya.
En agosto de 2014, Menderes Turel, alcalde de Antalya, uno de los centros turísticos más célebres de Turquía, transformó la playa de Sarisu en un sitio reservado únicamente a las mujeres. Con el beneplácito del gobierno, la medida fue aplicada sin problemas.Fino estratega, decidido a devolver a su país la grandeza perdida, transformándolo en actor inevitable del ajedrez medio-oriental; dispuesto a convertirse en un nuevo sultán, Erdogan sigue su camino imperturbable.
Para muchos analistas, por un lado, su política responde a profundas convicciones personales. Por el otro, hay algo más: "Todo lo que hace es una forma de mostrar que Turquía cambia. Que gira seriamente hacia Oriente y hacia el mundo musulmán", interpreta el historiador Faruk Bilici.
Otros lanzan señales de alarma. En una reciente entrevista, el escritor Orhan Pamuk denunció las presiones ejercidas sobre los militares (tradicionalmente laicos), los medios de comunicación, los periodistas, los profesores y, en general, todos los representantes de la oposición.
Para el premio Nobel de Literatura 2006, "lo peor es que hay miedo". "Tengo pruebas de que todo el mundo tiene miedo -afirmó-. Y eso no es normal."
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