¡Tal vez no sea la economía, estúpido!
Lula da Silva, Joe Biden y Pedro Sánchez son como Javier Milei pero al revés
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El Presidente sorprende a la Argentina y al resto del mundo al desafiar el sentido común y las máximas establecidas de la política global: aunque mejoran los datos macro, todavía son muy negativos los indicadores de la economía real. Pero su altísima popularidad permanece casi inalterada desde que asumió, hace cinco meses. A falta de mayorías legislativas, Javier Milei construye su legitimidad con expectativas y tasas de aprobación.
A la inversa, Luiz Lula da Silva, Joe Biden y Pedro Sánchez también asombran al mundo, en especial el mandatario norteamericano. Los tres presiden economías que suman cada vez más logros, pero no pueden traducir esos éxitos en popularidad o intención de votos. Cada uno a su manera, desafía sin quererlo la máxima que ordena la política y las campañas electorales del mundo desde los 90: “¡Es la economía, estúpido!”
Esa frase, repetida hasta el cansancio en estas tres décadas, fue ideada en 1992 por James Carville, entonces asesor estrella de la campaña presidencial de Bill Clinton, para resumir y explotar un sentimiento de época que parecía obvio para todos menos para los republicanos, el partido en el poder.
Los primeros tres años del entonces presidente, George Bush padre, habían sido dominados por una economía que caía en picada mientras la Casa Blanca se preocupaba más por la Guerra del Golfo y sus efectos y por la disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. Un Estados Unidos victorioso frente a todos sus enemigos no significaba mucho para los norteamericanos si sus bolsillos estaban rotos.
Más economía y menos ideología, ése fue el sentimiento que los demócratas lograron detectar y atender para recuperar la Casa Blanca después de 12 años. La estrategia electoral de Clinton, que luego el presidente se encargó de convertir en varios años de boom económico, fue tan exitosa que luego Carville la exportó al resto del mundo.
Pero el mundo de los 90 y las primeras décadas de este siglo es muy diferente al de hoy. Las cifras de éxitos económicos –no importa en qué rincón del planeta- ya no son ni tan milagrosas ni tan avasallantes. Luego de una sucesión de traumas globales irresueltos, el crecimiento promedio del mundo en esta década es el menor de los últimos tres años y sus beneficios se reparten de manera cada vez más desigual.
Como si fuera eso poco, el planeta vuelve a dividirse en antinomias. Algunas son nuevas; otras, viejas; varias, rebautizadas, y todas muy ruidosas: China vs. Estados Unidos, Sur Global vs. Occidente, democracia liberal vs. autocracias, progresistas vs. conservadores, populismos de derecha vs. populismos de izquierda, outsiders vs. establishment, cultura woke vs. reacción tradicionalista, proisraelíes vs. propalestinos.
En ese contexto de anomia y polarización, la política global sufre cataclismos que pocos logran anticipar pero que pueden resumirse en una reversión de la frase de Carville: “Tal vez no sea la economía, estúpido” …o al menos, “ya no es solo la economía, estúpido”. Lula, Biden y Sánchez lo experimentan día a día.
1. Lula y la maldición del tercer mandato
En un Brasil partido al medio, el triunfo de Lula da Silva sobre Jair Bolsonaro en el balotaje de octubre de 2022 no fue todo lo contundente y amplio que al líder de la izquierda le hubiese gustado. Para alimentar su popularidad y contener la competencia bolsonarista en las calles, en los sondeos y en el Congreso, Lula se propuso entonces repetir lo que en sus primeros dos mandatos le había salido también: hacer despegar la economía.
Un año y medio después, el presidente parece encaminado a conseguir mucho de eso. El año pasado la economía de Brasil sorprendió al avanzar más de lo esperado (2,9%) y la Cepal acaba de revisar la previsión de crecimiento para 2024, al alza; este año será de 2,3% en lugar del 1,6% proyectado en diciembre pasado.
La inflación –junto con la desaceleración, el mayor enemigo económico de las últimas administraciones– fue en abril de 3,69% interanual, la tasa más baja desde 2017. El desempleo, en tanto, llegó en 2023 a 8%, el menor número en 10 años. Cualquiera diría que, con esas cifras, este Lula tendría los niveles de aprobación que lo rodearon en sus dos primeros gobiernos, casi siempre en torno al 60% y del 80% hacia el final de sus presidencias.
No, el tercer mandato viene con una maldición: una economía fuerte ya no alcanza por sí sola para alimentar las encuestas, pero, paradójicamente, su debilidad sí es suficiente para tumbar la popularidad.
Hoy, luego de un primer año de tasas sólidas, los niveles de aprobación de Lula están entre 35 y 38%, apenas por encima de los que estaban los del polémico Bolsonaro a esta altura de su mandato. Una pésima noticia para el actual mandatario, siempre obsesionado con los sondeos. La popularidad empezó a caer en diciembre pasado y recién ahora parece haberse estancado, según registran todas las encuestadoras.
Las razones detrás de ese descenso son varias, la inseguridad, las gaffes de política exterior y la economía. Asombrado ante la falta de aprecio de los brasileños por las buenas cifras económicas, un sector del oficialismo acusa al gobierno de errar en la comunicación. Pero el problema puede ser más profundo y más complejo de resolver.
“¡Bienvenido a la nueva era de la política brasileña! Si uno viera solo los números económicos, podría esperar que su aprobación fuera más alta. Pero lo que pesa hoy en Brasil no es la performance económica sino la identidad política. Todo cae dentro de la polarización política y es muy difícil tener un consenso sobre algo. La polarización dominó hasta el show de Madonna [en Río] y las inundaciones de Rio Grande do Sul”, advierte el analista político Mauricio Santoro, en diálogo con LA NACION.
El impacto de las grietas sobre la economía no es solo un fenómeno que golpee a Lula. Es una tendencia cada vez más extendida y estudiada por los especialistas, que advierten que la polarización moldea la lectura y las expectativas de la economía y, por lo tanto, influye en el comportamiento económico.
Más allá de la polarización, la tragedia de Rio Grande do Sul sí puede volver realidad la percepción de fragilidad económica que muchos brasileños tienen del Brasil de Lula. El impacto sobre la inflación –el estado produce el 70% del arroz que se consume en el país- y sobre las cuentas públicas va a ser considerable. Y ahí el problema será mayor para el presidente.
“Cuando la economía va bien, la gente sigue con su vida. Cuando va mal, entonces sí que se enoja y culpa al gobierno”, añade Santoro.
2. Sánchez y la silenciosa trampa de la inflación
Por su parte, a la economía española le va bien, tan bien que en 2023 y 2024 fue y será la potencia europea que más crezca. Pedro Sánchez, que nunca le escapa a una oportunidad para congratularse, lo repite cada vez que puede. “Estamos creciendo cinco meses más que la media de la zona euro”, anunció en marzo pasado ante el Congreso.
Otros números de la economía respaldan al jefe de Gobierno. Pese a que la tasa de desocupación aún supera el 10%, el año pasado el número de empleados alcanzó un récord (21 millones de personas). Dinamizado por el turismo, el consumo crece. Y la inflación –que tanto agobió a la Unión Europea con la irrupción de la guerra en Ucrania – cayó al 3,3% anual.
¿Entonces por qué si el bienestar español reluce tanto, Sánchez perdió el voto popular en las elecciones de julio de 2023 ante Alberto Núñez Feijoo y tuvo que apelar a una cuestionadísima y peligrosa alianza legislativa con el separatismo catalán para volver a formar gobierno? ¿O por qué si los números económicos no hacen más que mejorar, hoy los sondeos de la encuestadora que más se acercó al resultado de 2023 (40db) le dan a Sánchez cinco puntos menos de intención de voto que al Partido Popular?
“Él sigue saliendo jefe de Gobierno porque es un maestro en el manejo de los tiempos y porque la derecha es muy mala. Feijoo se ha convertido en carne de memes. Y si se acerca a Vox, entonces ningún otro partido va a querer formar alianza con él”, explica, desde Madrid, Óscar Martínez Tapia, profesor de Ciencia Política en la Universidad IE.
En una España que no escapa a la era de la polarización, las divisiones políticas son a la vez enemigas y aliadas de Sánchez. La fragmentación de la derecha le ayuda, pero su tendencia a antagonizar es también “una de las razones por las que no saca más votos”.
En Sánchez, la política de la polarización neutraliza los beneficios del boom. Pero hay otras razones para que el éxito económico no se traduzca en avalancha de votos.
“La economía ya sola no basta. Hay una sensación en las clases más vulnerables de que a ellos no les llega el bienestar. La desigualdad hace que la gente busque refugio en la identidad primaria”, agrega Martínez Tapia.
Esa desigualdad anida y crece en la trampa de la inflación, que aun cuando baje afecta a los más vulnerables. De acuerdo con la última Encuesta de Condiciones de Vida, del Instituto Nacional de Estadísticas, la cantidad de españoles que presentan carencias materiales o sociales severas creció el año pasado a 9%. Como si eso no fuera poco, España es la nación de la UE con mayor número de población “en alquiler con riesgo de pobreza”.
La inflación y su remedio, las tasas de interés altas, encarecen y precarizan la vida de los españoles más vulnerables. Y acentúan, indirectamente, la polarización.
3. Biden, paradigma y paradoja.
En naciones donde la polarización achica los márgenes de las victorias electorales, esa porción de votantes vulnerables y excluidos pueden marcar la línea entre la derrota o la victoria de un partido. Pocos líderes deben tenerlo tan claro como Joe Biden, paradigma de “tal vez ya no sea la economía, estúpido”.
El presidente norteamericano llega al año en el que buscará su reelección con más éxitos económicos relativos que muchos de sus antecesores. Estados Unidos desafió todos los pronósticos de recesión de los últimos dos años para convertirse en la economía avanzada que más creció en 2023 y lo que va de 2024. El empleo llegó a su nivel más bajo en varias décadas. El consumo, pese a que los norteamericanos se sientes poco confiados en el futuro, da pocas o ninguna señal de desacelerarse. El valor real del salario de los trabajadores de clase media se recupera. Y la inflación, que sobrepasó el 7% en 2022, hoy está en 3,5% interanual.
Como resultado, el Dow Jones, índice estrella de Wall Street, superó este jueves por primera vez en la historia el umbral de los 40.000 puntos. Un récord histórico que Biden de inmediato apostó a capitalizar en su carrera contra Trump.
Pero los norteamericanos no sienten en su intimidad ni en sus casas ese boom e incluso sorprenden a los encuestadores al decirles que esas cifras económicas deben ser mentira.
Tanta es esa desconfianza que el 41% de las familias norteamericanas dicen que su mayor problema hoy es el alto costo de vida, según un sondeo de Gallup de hace 10 días. Es un porcentaje significativamente mayor que el 35% del año pasado. La inflación baja, pero las tasas de interés no. Los norteamericanos lo sienten en sus resúmenes de la tarjeta de crédito y en la cuota de la hipoteca para su casa, dos pilares del sueño americano de prosperidad y consumo.
Ese fenómeno golpea allí donde más le duele a Biden, en los sectores de menores ingresos, especialmente en las minorías hispanas y negras. La ventaja decisiva que Biden sacó sobre Trump entre esos votantes fue clave para su triunfo de 2020; hoy la mayoría de las encuestas muestran que el presidente pierde aceleradamente el favor de esas minorías.
Hoy Biden intenta acercarse a Trump en los sondeos. Apenas lo logra en un puñado. La Casa Blanca confía, sin embargo, en que la economía permeará en cada rincón del país y los norteamericanos le volverán a dar un segundo mandato.
La campaña, el avance y el impacto del juicio penal a Trump y las decisiones de la Reserva Federal sobre las tasas de interés dirán si la Casa Blanca tiene razón en estar confiada.
Pero por ahora Biden está atrapado en la paradoja de la economía fuerte y la popularidad débil. Con solo 38% de aprobación, el presidente está a 1,8% de Trump en el promedio de sondeos de RealClearPolitics. Parece poco y remontable. Pero hace cuatro años, a esta altura de la campaña para las últimas elecciones el entonces candidato demócrata le sacaba entre 7 y 11 puntos de ventaja su rival y entonces mandatario. Una paradoja demasiado peligrosa para Biden y para los presidentes que lo miran.
Esta columna fue publicada originalmente el 12 de mayo y actualizada el 16 de mayo
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