Como parte de una guerra de propaganda, la isla de Quemoy instaló un inmenso parlante de diez metros de altura para aturdir a la costa enemiga
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Imagínate que te obligan a escuchar música día y noche a todo volumen.
Ahora piensa en cómo sería sufrir esa clase de tortura durante décadas.
Esta fue una de las estrategias que utilizó el gobierno taiwanés en la guerra de propaganda que llevó a cabo contra la China comunista desde la isla de Quemoy, también conocida como Kinmen.
Durante las 24 horas del día, todos los días a lo largo de más de dos décadas, un inmenso altavoz de 10 metros de altura construido mirando hacia la costa enemiga atronaba a los vecinos de Xiamen, en la China continental, con música -una canción ligera taiwanesa- o con discursos en los que se invitaba a los soldados chinos a cambiar de bando.
Se trata del Muro de Retransmisión de Beishan, una imponente construcción de hormigón en la que se instalaron 48 potentes altavoces cuyo sonido podía alcanzar los 25 kilómetros de distancia, es decir, más allá de la sufrida Xiamen, desde donde China respondía, además, con la misma moneda.
Esta peculiar guerra psicológica, que dejó exhaustos a los habitantes de ambas orillas, se prolongó más allá de 1979, cuando Estados Unidos reconoció a la China comunista y el equilibrio de fuerzas en la región cambió.
Un archipiélago clave
El pequeño archipiélago, compuesto por numerosos islotes, se alza a menos de 10 kilómetros de la costa china y se encuentra bajo soberanía taiwanesa desde que las tropas nacionalistas de Chiang Kai-shek fueron expulsadas del continente por los comunistas de Mao Zedong en 1949.
Ese mismo año se libró en sus playas una sangrienta batalla en la que el Kuomintang consiguió frenarle los pies a las tropas comunistas y evitar así que tomaran Taiwán. El statu quo que se estableció entonces se mantiene hasta hoy.
Las islas fueron, sin embargo, escenario de nuevos enfrentamientos entre nacionalistas y comunistas durante las subsiguientes crisis del estrecho de Taiwán, en 1954 y 1958.
Después de esta segunda confrontación, chinos y taiwaneses se bombardearon durante dos décadas en días alternos. Los comunistas dispararían en los días impares y los nacionalistas en los pares.
Pero, aunque los intercambios contenían fuego real y, durante ese tiempo, objetivos militares fueron alcanzados y murieron soldados, la mayor parte de las “bombas” contenían pasquines propagandísticos.
Octavillas con fotos de un Chiang Kai-shek sonriente y benévolo, invitando a la población china a desertar, fotos de soldados que se habían huido de la China comunista nadando hasta Quemoy, e incluso -sorprendentemente- estampillas de jóvenes taiwaneses celebrando su boda, llovían sobre el cielo de Xiamen.
La propaganda, y pequeños regalos como pastillas de jabón, también llegaba al continente en globos que se soltaban desde Quemoy cuando los vientos eran favorables y que tenían un temporizador para que fueran perdiendo altura cuando estuvieran sobre Xiamen. O en botellas de cerveza, que se arrojaban al agua desde la isla para que llegaran a las orillas del continente.
También se retransmitió propaganda sin descanso a través de ondas de radio.
Canción ligera
En 1967, sin embargo, entró en funcionamiento una nueva herramienta y, con ella, la más dulce de las armas taiwanesas, la estrella de la canción ligera Teresa Teng.
Teng, conocida como “la eterna reina del pop asiático”, era muy popular a ambos lados del estrecho y, al parecer, una de las cantantes favoritas del líder comunista Deng Xiaoping.
Su música fue una de las que más atronó desde el Muro de Retransmisión de Beisha.
Al estilo de otras estrellas como Marlene Dietrich o Marilyn Monroe, que se prestaron para enardecer a las tropas, Teresa Teng se trasladó en varias ocasiones a la isla para hablar personalmente por el enorme altavoz a los habitantes de Xiamen, y decirles que esperaba su visita a Quemoy y que la libertad era la única esperanza para su país.
En las siguientes décadas hasta los años 90, otras cuatro estaciones de retransmisión se construyeron en el archipiélago de Quemoy para seguir emitiendo mensajes y música a China.
A varios miles de kilómetros de allí, Corea del Sur utilizó hasta 2018 una técnica similar con sus enemigos del Norte, a los que torturó con mensajes propagandísticos y música de bandas de K-pop.
Pero, mientras las notas de canciones como “Tian Mi Mi” (muy dulce) eran arrastradas por el viento a través del mar para llegar tierra firme, los comunistas contrarrestaban desde el continente usando la misma táctica.
La vida en la isla durante la guerra sónica fue muy dura y tuvo un impacto en la salud mental de sus habitantes. El silencio se convirtió en un auténtico lujo.
Ling Ma-teng, que sirvió en el ejército taiwanés durante la guerra y ha escrito cinco libros sobre la historia de Quemoy, relató hace unos años a BBC Culture que el sonido que recibían desde China, mezclado con el que salía de la isla, se escuchaba “tan fuerte como truenos”. No era posible escapar al ruido, “la música sonaba sin descanso y se convertía en ruido. Nos dejaba agotados mentalmente”.
Destino turístico
Las retransmisiones se mantuvieron hasta los años 90, cuando la isla dejó de estar gobernada por un férreo régimen marcial, años después de que el resto de Taiwán pasara a ser una democracia.
Hoy se pueden seguir escuchando, a un nivel mucho más bajo, para los cientos de turistas, en su gran mayoría chinos que visitan la isla.
Desde que en 2001 se pusiera en marcha una tímida apertura con el continente, con una política conocida como la de los “tres mini vínculos”, que ha restablecido reducidas conexiones de transporte, postales y comerciales con Xiamen, el archipiélago se ha convertido en un destino turístico para curiosos chinos, que buscan fotografiarse con los vestigios bélicos que aún quedan en sus playas y visitar las construcciones tradicionales que permanencen en la isla.
Una isla donde la dulce voz de Teresa Teng sigue sonando.
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