Sudáfrica hoy: mejor que ayer, pero lejos de la "nación arco iris" que soñó Mandela
" Cuanto más cambian las cosas, más iguales permanecen ." Con ese agudo juicio sobre su país, el Nobel de Literatura sudafricano J.M. Coetzee cerró su discurso en la última Feria del Libro, en Buenos Aires.
Casi dos décadas después de haber tumbado uno de los sistemas políticos más crueles y discriminatorios de la historia, Sudáfrica es hoy un mejor país que el que fue en tiempos del apartheid. Mejor, pero aún lejos de esa "nación arco iris" que soñó Nelson Mandela.
"Mientras rezamos por Madiba , deberíamos rezar también por nosotros mismos, una nación que, moralmente, perdió su brújula", advertía, hace unas pocas semanas, un editorial del diario local Sowetan.
En 1994, cuando Sudáfrica logró una transición pacífica de un sistema regido por la discriminación racial institucionalizada a una democracia moderna, se convirtió en un modelo por seguir para todo un continente acostumbrado a golpes militares, injusticias y un futuro siempre incierto.
De allí en más, el país conquistó impensables victorias de las que jactarse: consolidó un sistema democrático estable, en el que se celebran elecciones libres y de cuya transparencia nadie duda; apañó una justicia independiente, que trabaja sin injerencia del Ejecutivo y, tras décadas de censura, recuperó la libertad de expresión, gracias a una prensa crítica y autónoma.
Tras varios años de un crecimiento económico sostenido, además, fomentó la emergencia de una clase media urbana multirracial, con capacidad de pagar a sus hijos escuelas de calidad.
Pero, aunque lejos de su pasado ignominioso, la nueva Sudáfrica es todavía una sociedad en estado de metamorfosis violenta, que no logra enterrar de una vez y para siempre la pesada herencia de la política de exclusión llevada a cabo por la minoría blanca bajo la tutela británica, primero, y bajo el infame apartheid a partir de 1948, después.
Ya lo advertía el propio Mandela, cuando, poco después de convertirse en presidente, expresaba que pasarían "muchos años para superar los efectos de las leyes racistas".
Lejos del camino de reconciliación que Madiba forjó, las tensiones sociales se acumulan en la actualidad debido, en gran parte, a que la primera potencia africana es también el país que tiene el mayor coeficiente Gini del mundo, que mide la desigualdad económica de una sociedad. Según datos del Banco Mundial, la población negra, que constituye el 78% de sus 50 millones de habitantes, acumula el 28% de los ingresos, mientras que el 9% de la minoría de origen europeo posee el 61% de la riqueza. En cierto modo, la pobreza y la creciente brecha socio-económica reemplazaron la lucha racial por una lucha de clases.
Por otro lado, pese al fin del apartheid , las distintas razas viven juntas, pero sin mezclarse y esa unión social parece lejana. Ya no porque la ley lo imponga, sino porque lo determinan las costumbres.
Esas tensiones sociales a menudo desembocan en una violencia atroz, calcada a la de aquel régimen que sometió brutalmente a la población negra durante cuatro décadas.
Y es que la historia de Sudáfrica es una historia intrínsecamente violenta, que en la actualidad se evidencia con una tasa de criminalidad 4,5 veces mayor a la de la media mundial, con 42 asesinatos diarios y la violación de una mujer cada 17 segundos, según datos de 2012.
A este contexto de violencia siempre latente y vertiginosa desigualdad social se suman otros problemas no menores, como una población de 5,6 millones de adultos infectados con VIH y un estancamiento demográfico por el efecto de la pandemia. Aunque cueste creerlo en el estado más próspero de África la esperanza de vida, en pleno siglo XXI, apenas supera los 50 años.
A nivel político, en tanto, la corrupción endémica parece no tener límites y salpica casi a diario a algún funcionario del poderoso y gobernante Congreso Nacional Africano, que encabeza el presidente Jacob Zuma, acaso el más controvertido de los herederos de Mandela.
Mientras que una de las principales características que definía a Madiba era la enorme coherencia entre su discurso público y su comportamiento privado, Zuma fue acusado en varias oportunidades de casi todos los males que aquejan a Sudáfrica: corrupción, violación y abuso de poder.
"Cada vez es más difícil", escribió Coetzee en Desgracia , el primer libro que publicó tras el fin del apartheid , cuando la colosal tarea de la reconciliación sudafricana parecía imposible. Más optimista, Mandela, en cambio, sostenía que "todo parece imposible hasta que se hace".
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