Soy bisabuela y exrehén de Hamas: ¡Traigan al resto de los cautivos a casa!
Yaffa Adar era residente del kibutz Nir Oz, tiene tres hijos, ocho nietos y siete bisnietos; fue secuestrada por el grupo terrorista el 7 de octubre y permaneció cautiva 49 días
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TEL AVIV.- El 7 de octubre de 2023 me arrebataron brutalmente mi libertad, mi paz y mi seguridad. Esa día fue secuestrada de mi casa en el kibutz de Nir Oz, cuando nuestros hermosos campos sembrados se convirtieron en un campo de batalla donde hordas de terroristas arrasaban con nuestros hogares, asesinando, secuestrando, incendiando y saqueando. Una cuarta parte de la comunidad a la que pertenecí durante 56 años fue asesinada o secuestrada. Tengo 86 años, y en mi larga vida nunca vi un horror semejante.
Los terroristas irrumpieron en mi casa el sábado a la mañana, no bien empezó el ataque. Vivo sola y todavía estaba en piyama. Entraron a punta de pistola, no tenía escapatoria. Primero pedían dinero. Los llevé al dormitorio y les entregué mi cartera, pero resulta que también me querían a mí, así que me arrastraron afuera, y ahí pude ver a los terroristas que arrasaban el kibutz, tirando abajo los cercos y los vallados, saqueando y destruyendo, sacando la ropa de los armarios, rompiendo y robándose todo.
Dnes byla Yaffa Adar propuštěna z nemocnice.
— Jan Betlach 🎗✡️ 🇮🇱 (@jbetlach) November 28, 2023
Přežila dva holocausty !
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Mis captores me subieron agarrada de los brazos a un carrito de golf y arrancaron en dirección a la frontera con Gaza. Yo trataba de mantener la calma por el bien de mis hijos, me repetía a mí misma que no iban a lograr quebrarme, que no iba a darles la satisfacción de verme con miedo. No lloré. Y cada vez que me apuntaban a la cara con una cámara de fotos, yo sonreía. Sé que esa imagen dio la vuelta al mundo. No iba a darles el gusto de verme aterrada.
Lo único que llegué a ver mientras me llevaban era que había un enjambre de terroristas. Algunos habían entrado a la casa de mi hija al mismo tiempo que a la mía. Recién después, cuando nos juntaron con otros rehenes de Nir Oz, me enteré de que mi kibutz había sido incendiado y que Tamir, mi nieto mayor, de 38 años, había dejado a su esposa y dos niños pequeños en la habitación segura de su familia y había salido a defender a la comunidad. Solo muchos meses después nos enteramos de que había sido secuestrado y asesinado: al día de hoy, su cuerpo sigue en Gaza.
Pero de todo eso me enteré mucho más tarde. Primero, fue solo mi cautiverio, 49 días insoportablemente largos en condiciones infrahumanas.
Durante el primer tiempo me pusieron sola en una habitación desolada. Para sobrevivir a esas noches de encierro, repasaba mentalmente toda mi vida, reviviendo recuerdos de antes de que me secuestraran. Llegaba a darme cuenta de que me tenían en el departamento de una familia, pero mi habitación estaba completamente sellada: no entraba un rayo de luz y nunca sabía si era de día o de noche. Estaba sola, salvo por los guardias armados que me vigilaban adentro de la habitación todo el tiempo. Una vez al día, la mujer que parecía ser la dueña de la casa entraba y me daba de comer.
Después de dos semanas, los terroristas me trasladaron a otro escondite que parecía ser parte de un complejo hospitalario y me pusieron en una pequeña habitación con algunas otras personas de mi mismo kibutz. ¡Finalmente algunas caras conocidas! Estaba mi vecina de al lado por más de 20 años, y varios chiquitos con sus madres. Algunos días no nos daban nada de comer. Dos de las nenitas que estaban con nosotros lloraban: “Mamá, tengo hambre, quiero comer.”
Y después llegó Eitan Yahalomi, un niño de 12 años que se unió a nosotros después de haber estado cautivo 16 días en completo aislamiento. ¡Qué chico tan maravilloso! Como tengo problemas de riñón, iba pocas veces al baño, y Eitan me preguntaba, preocupado: “Yaffa, ¿por qué no vas con los demás?” He conocido a pocos niños de mejor corazón que él. Cuando lo trajeron con nosotros, no sabía nada sobre el destino de su familia: su padre, su madre y dos hermanos menores. Estaba preocupado. Más tarde supimos que el 7 de octubre habían secuestrado a toda su familia. Su madre y dos hermanas menores se cayeron de la moto donde las llevaban y lograron escapar. Eitan fue liberado un par de días después que yo, pero su padre, Ohad, sigue cautivo de Hamas.
A pesar de las grandes penurias de mi cautiverio, mantuve el optimismo por el bien de los demás. Les decía que para Jánuca íbamos a estar todos de vuelta en casa. Sentía que mi papel era mantener viva la esperanza en los demás. Sin este optimismo, no habría podido sobrevivir: lo necesitaba para superar esa terrible experiencia, y las consecuencias que tendría…
El 24 de noviembre a la mañana nuestros captores nos despertaron y a algunos nos dijeron que nos vistiéramos y estuviéramos listos: íbamos a casa. Nos quedamos sentados esperando durante horas, sin saber realmente si era cierto o no.
Cuando volví a Israel, estuve internada cuatro días y después me trasladaron a un hotel donde estuve dos semanas, hasta que encontré el centro de vida asistida donde estoy hoy. A mi casa en el kibutz de Nir Oz no pude volver: será inhabitable durante años, y eso me parte el alma. Tener que empezar de nuevo a mis 86 años... La falta de un hogar, verme forzada a empezar de cero, la pertenencia: no dejo de pensar en todo eso.
Pero trato de mantener viva la esperanza de que el resto de los rehenes vuelva con nosotros, aunque sea cada día más difícil, porque los días pasan y nos enteramos de que otros vecinos del kibutz y otros rehenes son asesinados.
Cada día que pasa pone en peligro la vida de los que siguen cautivos. Y ya pasó un año. No tienen suficiente comida, agua, remedios, salubridad, luz natural ni sueño. Después de todo este tiempo, su estado físico y mental seguramente se habrá deteriorado. ¿Cuánto más podrán soportar?
Aunque he regresado, mi corazón, en muchos sentidos, sigue preso en Gaza, y mi cabeza vuelve una y otra vez a esos días de cautiverio. Son recuerdos difíciles de llevar. Ahora estoy rodeada de amor y de cariño, pero la rehabilitación se hace más difícil porque mi hogar desapareció. Pasé toda mi vida en el kibutz: ahí formé familia, crie a cuatro hijos, y tuve ocho nietos y siete bisnietos, ahí estaban mis amigos y formaba parte de una comunidad. Todo eso se desvaneció la mañana del 7 de octubre del año pasado. Algunos de mis vecinos se vieron obligados a mudarse, muchos están bajo tierra y otros siguen cautivos.
¿Cómo seguir adelante cuando no hay una tumba que visitar, un lugar donde ir a llorar a mi nieto, ninguna forma de poner fin a esta tragedia?
Mi camino hacia la recuperación será largo, tanto física como mentalmente. Pero tanto para mí como para el resto de mi país, cualquier verdadera recuperación será imposible mientras pasen los días y los rehenes sigan ahí.
Yo, que viví ese infierno, imploro a los equipos de negociadores, a los mediadores, a los líderes mundiales y a cualquier otra persona que lea estas palabras que nos ayuden a traerlos a todos a casa. Son personas como yo: seres humanos, padres, abuelos, hermanos, niños. Están sufriendo, tienen miedo, necesitan ayuda. Cada uno de ellos es una historia de coraje y supervivencia, pero se les acaba el tiempo…
Y no es un tema que debería preocuparles sólo a los judíos o a los israelíes: es un tema para cualquiera que se preocupe por los derechos humanos o por la libertad. Somos gente común que fue raptada de su casa un sábado como cualquier otro. ¿Y desde entonces, qué? Sólo guerra, destrucción y tristeza.
Traigan a Tamir a casa. Traigan a todos los rehenes a casa. Permítannos sanar como familia, como comunidad y como nación. Porque no podremos sanar hasta que todos regresen.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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