Opinión: solo la verdad puede salvar la democracia de EE.UU.
NUEVA YORK.- El sábado a la mañana, mientras desayunábamos en la cocina con mi esposa, Ann me sorprendió con una pregunta salida de la nada: "¿No mentir es uno de los Diez Mandamientos?". Tuve que pensar un momento antes de contestarle: "Sí. No levantar falso testimonio ni mentir".
El mero hecho de que ambos, aunque fuese por un instante, tuviésemos problemas para contestar esa pregunta, es la peor herencia que nos deja el presidenteDonald Trump .
¿Recuerdan ese viejo chiste? Moisés baja del Monte Sinaí y les dice a los hijos de Israel: "Chicos, traigo buenas y malas noticias. La buena es que regateando logré bajar a 10. La mala es que el adulterio sigue adentro".
Bueno, yo traigo noticias de las malas y de las peores: los Mandamientos ahora son nueve.
Sí, durante estos históricos cuatro años, hasta los Diez Mandamientos se erosionaron. Mentir ha quedado naturalizado a niveles inconcebibles. De ahí la pregunta de mi esposa. Y no sé cómo lograremos revertirlo, pero más vale que lo hagamos, y rápido.
Un pueblo que no comparte verdades no puede derrotar una pandemia, no puede defender la Constitución ni tampoco dar la vuelta la página después de un mal presidente. La guerra por la verdad es ahora una guerra por la preservación de nuestra democracia.
Imposible preservar una sociedad libre cuando sus líderes y sus fuentes informativas se sienten autorizados a esparcir mentiras sin sanción alguna. Sin verdad no hay rumbo consensuado, y sin confianza mutua no hay forma de avanzar juntos por ese camino.
Pero el pozo en el que estamos es insondable, porque el presidente Trump solo cree en el onceavo mandamiento: "No dejarse atrapar".
En estos días, sin embargo, Trump y quienes lo rodean hasta han dejado de creer en eso, y ni siquiera parece importarles que los agarren.
Como dice el proverbio inglés, saben perfectamente que cuando la verdad se está atando los cordones, la mentira ya dio media vuelta al mundo. Es lo único que les importa: contaminar el mundo con falacias, para que ya nadie sepa qué es verdad y qué no lo es. Así ninguno de ellos corre peligro.
La verdad nos compromete, y a Trump nunca le gustó comprometerse con nada: ni con lo que podía pedirle al presidente de Ucrania, ni con lo que podía decir sobre el coronavirus, ni sobre la transparencia de las elecciones.
Y casi casi que le funcionó. A lo largo de cinco años, Trump demostró que se puede mentir infinidad de veces al día -infinidad de veces por minuto-, y no sólo ganar una elección, sino casi ser reelegido.
Debemos asegurarnos de que los de su calaña no aparezcan nunca más en la política norteamericana.
Porque Trump no solo se liberó a sí mismo de la verdad, sino que dejó a otros en libertad de decir sus propias mentiras o esparcir las suyas, para luego embolsar los beneficios. A los viejos de su partido les daba lo mismo, siempre y cuando lograse mantener enfervorizadas a las bases para que siguieran votando a los republicanos. A Fox News tampoco le importó, porque Trump les garantizara un alto rating y que los espectadores se quedasen pegados a la pantalla. A las principales redes sociales les importó poco y nada, mientras la gente siguiera online y los clics fuesen en aumento. Y a muchos de sus votantes, incluso a los evangelistas, tampoco les importaba en absoluto, siempre y cuando Trump llenara la Suprema Corte de jueces antiaborto. Serán "pro-vida", pero no siempre son "pro-verdad".
Por todas esas razones, la mentira es actualmente una industria en alza que merecería ser considerada como parte del PBI: "Las ventas de automóviles y bienes durables bajaron un 10% respectivamente durante el último trimestre, pero la mentira creció un 30% y los economistas predicen que ese sector podría duplicarse en 2021".
Clinton Bailey, experto en pueblos beduinos de la Universidad de Columbia y de la Universidad Hebrea de Jerusalén, cuenta la historia de un jefe beduino que un día se despertó y descubrió le habían robado su mejor pavo. Llamó a sus hijos y es dijo: "Hijos, estamos en grave peligro. Me robaron el pavo. Tienen que encontrarlo". Sus hijos se le rieron en la cara. "Padre, ¿para qué quiere ese pavo?" Y lo ignoraron.
Un par de semanas después, le robaron el camello. El jefe beduino volvió a llamar a sus hijos: "Tienen que encontrar mi pavo". Y un par de semanas más tarde, se robaron el caballo. Ante sus hijos que se encogían de hombros, el jefe insistía: "Tienen que encontrar mi pavo".
Finalmente, varias semanas después, raptaron a su hijo, y fue entonces que reunió a sus hijos y declaró: "¡Es todo por ese pavo! Como vieron que podían llevarse el pavo, terminamos perdiendo todo".
¿Saben cuál fue nuestro pavo? La partida de nacimiento de Obama.
Cuando a Trump se le permitió esparcir durante años la mentira de que Obama no había nacido en Hawai, sino en Kenia, y que por lo tanto no estaba habilitado para ser presidente, entendió que podía hacer cualquier cosa y salirse con la suya.
A la larga, Trump dejó pasar el tema, pero ya había entendido lo fácil que era robarse nuestro pavo -la verdad-, y entonces siguió haciendo lo mismo, hasta robarse el alma del Partido Republicano.
Y de haber sido reelegido, no habría parado hasta robarse el alma de este país.
Ahora, él y sus colaboradores están haciendo una apuesta final a la Gran Mentira, para destruir nuestra democracia deslegitimando uno de sus momentos más gloriosos: un récord histórico de ciudadanos que fueron a las urnas, y cuyos votos fueron contados legítimamente, en medio de una pandemia letal y arrasadora.
Un estrategia peligrosa
Lo que están haciendo Trump y sus aliados es tan corrupto, tan peligroso para nuestro sistema constitucional, que dan ganas de llorar, sobre todo cuando uno comprueba la cantidad de seguidores que se tragan su mentira.
"Para que una mentira funcione, alguien tiene que creerla, y casi la mitad de la opinión pública de Estados Unidos ha demostrado una credulidad pasmosa", me hizo notar mi colega David K. Shipler, que fue corresponsal en Moscú durante la Guerra Fría. "Siempre pensé que cada uno de nosotros tenía su propio detector de mentiras, pero ahora es como si a la mitad de la gente se le hubiera apagado. Muchas de las mentiras de Trump y sus retuiteos conspiranoicos son evidentemente absurdos. ¿Por qué hay tanta gente que los cree? Me parece un fenómeno que no logramos entender del todo."
Por eso es vital que todos los medios informativos respetables -especialmente la televisión, Facebook y Twitter- adopten lo que yo llamo "la Regla Trump". No bien un funcionario pronuncie una falsedad evidente o una acusación sin pruebas, la entrevista debe ser interrumpida de inmediato, tal como lo hicieron varias señales de noticias durante la conferencia de prensa plagada de mentiras de Trump después de las elecciones. Y si alguien grita "¡Censura!", hay que responderle con otro grito: "¡Verdad!"
Así debería ser nuestra nueva normalidad. De ahora en más, cada vez que un político enfrente una cámara, debería estar aterrado de que lo saquen del aire ante la primera falacia.
Además, todos los alumnos primarios y secundarios de Estados Unidos deberían tener instrucción cívica digital, para aprender a determinar y verificar si lo que leen en internet es cierto.
Y antes de que sea demasiado tarde, también hay que reinstalar el estigma que antes pesaba sobre los mentirosos y la mentira. Tenemos que salir en busca de la verdad, luchar por la verdad, y descreditar implacablemente a las fuerzas de la desinformación. Esa es la batalla por la libertad que nos ha tocado librar en estos tiempos.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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