“Solo dejaron vivos a los ancianos”: el espanto y la destrucción tras el paso de las fuerzas rusas en Makariv, otro suburbio de Kiev
La ciudad de Makariv fue arrasada por la violencia de la ocupación y los crímenes de guerra; en la cercana Andriivka entraron en acción combatientes siberianos de increíble brutalidad
MAKARIV.- Llovizna, hace frío y hay un tanque ruso totalmente destruido en medio de la avenida principal de Makariv, localidad 50 kilómetros al oeste de Kiev que es otra postal de la destrucción y el espanto que dejaron a su paso los soldados rusos en esta zona de Ucrania martirizada. Aunque aquí no fueron halladas fosas comunes, como había trascendido, según asegura a LA NACION Vadym Tocar, el acalde de esta ciudad, sí se han contabilizado 133 civiles muertos en los feroces combates que hubo en este distrito, entre los cuales hay varios “torturados”.
“Los fiscales que analizan crímenes de guerra están analizando los cadáveres hallados con señales de tortura”, afirma Tocar, abogado de 39 años que fue electo por segunda vez como intendente de esta localidad de 15.000 habitantes en 2020 y que fue recientemente distinguido por el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, por su valentía al defender esta localidad clave para que los rusos no pudieran avanzar hasta la capital, Kiev.
“El primer día de la invasión acá no estaba el Ejército ucraniano, sino tan solo contábamos con nuestras Fuerzas Territoriales de Defensa. Cuando los rusos llegaron cerca de Makariv , salimos al contrataque con lo que teníamos, sin armas pesadas sino tan solo RPG (lanzacohetes antitanque portátiles)”, cuenta, vestido de uniforme militar y confirmando que todos los intendentes de esta guerra que lleva 45 días se transformaron en virtuales comandantes de sus ciudades.
El puente para llegar hasta Makariv impresiona: aún sirve para cruzar en auto, pero ostenta dos cráteres -frutos de bombazos- de más de cuatro metros de diámetro que dejan ver el río que corre por debajo. La clásica cúpula dorada de la iglesia que hay en la entrada está entera, pero agujerada y dañada como todo lo que se ve alrededor.
La ciudad luce semivacía. El alcalde cuenta, en efecto, que se fueron casi todos ni bien comenzó la guerra, cuando entre el 2 y el 3 de marzo entraron dos columnas de blindados rusos, una de 65 vehículos y otra de 86. La mayoría de la población escapó días antes y menos de 1000 vecinos se quedaron en Makariv. Ahora que los rusos se fueron y la zona se encuentra liberada, hay tránsito de personas que, en auto, regresan para ver los daños, que son enormes.
Un hombre que sale de un restaurante cerrado como todo negocio de esta zona arrasada como ninguna, que ostenta vidrios y techo de chapa destrozados, ni bien ve llegar a esta enviada y otros colegas sale a mostrar, gesticulando, que sobre una rama de un árbol a pocos metros del tanque achatarrado que sigue en medio de la avenida, cuelgan las tripas de un soldado ruso. “Había 17 personas ahí, adentro de ese tanque: 9 murieron y lo que cuelga del árbol es parte de un cuerpo”, indica.
En las afueras de Makariv, una zona de campo como podría ser Pilar, había un coqueto Club de Golf. En medio de un silencio sepulcral roto por el canto de ranas, se ve el pasto verde y muy cuidado de la cancha de golf desierta. Se observa a lo lejos un autito eléctrico blanco, unos carros de golf abandonados, un hueco en la tierra resabio de una bomba. El club house, un edificio moderno con grandes ventanales de vidrio, está destrozado. “Ni bien comenzó la invasión, este lugar fue tomado por un comando de élite ruso, por fuerzas especiales y por eso adentro no fue saqueado, como ocurrió en otros sitios”, explica un oficial ucraniano. En medio de las ruinas, salta a la vista un autito de juguete y, en el jardín, una escultura de un elefante tirada.
En ese momento aparece Iuri Zavchuk, director del Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial en Ucrania, de Kiev, que cuenta que desde hace días está documentando la atroz destrucción de esta área. “Para mí es lo mismo que pasó durante la Segunda Guerra Mundial: los mismos métodos, los mismos eventos, la misma catástrofe, la misma tragedia... Es absolutamente increíble... Putin es un idiota”, comenta a LA NACION.
Zavchuk recomienda que vayamos al pueblo de Andriivka, que queda a escasos kilómetros. Seguimos su consejo y en pocos minutos nos encontramos en un escenario dantesco, aún más espantoso de lo visto hasta entonces.
Casi nada queda en pie en Andriivka, poblado rural que fue ocupado por tropas rusas desde fines de febrero hasta principios de abril. Desde allí, donde la destrucción es apabullante, los rusos disparaban con artillería y misiles Grad hacia Makariv. En la parte del pueblo que era la línea del frente, saltan a la vista las cajas verde militar de las municiones y aún se ven misiles puestos en fila, sin usar.
“Fue horrible, estuvimos viviendo bajo tierra, en sótanos, durante casi un mes, sin agua, sin luz, sin comida”, cuenta Olga, una campesina con gorro, anteojos y botas, de unos 70 años, que, como todo el mundo, denuncia que los soldados que ocuparon el pueblo eran buryati. Es decir, parte de un grupo étnico siberiano de origen mongol que, coinciden los testimonios, hizo gala de una ferocidad extrema. “Destruyeron nuestras casas, violaron mujeres y mataron a sangre fría a todos los hombres, al menos 40. Solo dejaron vivos a los ancianos y robaron y saquearon todo lo encontraban: televisores, comida, muebles y hasta ropa usada”, acusa la mujer, que se quiebra al relatar el espanto.
Por la lluvia hay charcos y barro en la calle principal de Andriivka. Vienen y van camiones de organizaciones humanitarias que llevan ayuda, primeros auxilios, lugareños en bicicleta y personas que con celulares les sacan fotos a los restos de los tanques rusos.
Serguei, barba y gorro negro, dice que se salvó de la carnicería rusa porque vive en una parte del pueblo que no era el frente de batalla, que fue ocupada por una columna de soldados rusos eslavos. No tan brutales como los buryati. “Cinco soldados buryati violaron a una mujer y después la mataron. Y cuando un oficial ruso eslavo se enteró de eso, los mandó a ejecutar”, cuenta. “No hay justificación”, comenta, con el rostro aun aterrado.
Los rusos también bombardearon la localidad de Kalynivka, que queda al sur de Makariv. Allí se ve un enorme galpón de una empresa de logística arrasado y una zona residencial con un edificio de cinco pisos con departamentos agujerado por misiles. Maxim, de 31 años y su esposa, Natasha, cuentan que nadie murió en ese ataque porque todo el mundo ya se había escapado y que volvieron a su casa para llevarse cosas aún intactas que guardaban en la baulera: una tabla de planchar, un trineo, las bicicletas de los chicos, el árbol de Navidad, una silla de escritorio y demás objetos indemnes.
Lo mismo está haciendo Raisa, una vecina del quinto piso, que logró ingresar a su departamento porque las escaleras, llenas de escombros y negras por el incendio que desató el misil disparado por los rusos, siguen intactas. Pero el edificio -en cuyos departamentos se adivinan vidas suspendidas, bibliotecas, un monopatín, la cocina donde quedó el horno abierto, una imagen de la Virgen dejada en una habitación matrimonial-, está tan destrozado y agujerado, que también está lloviendo adentro. Se huele aún el humo, hay vidrios por todos lados y la sensación es que se respiran elementos tóxicos.
Gorro de lana gris, Raisa dice que está casada -su marido la está esperando abajo, la acompañó a llevarse cosas del departamento donde vivieron toda su vida, pero que ahora está inhabitable-, dos hijos y cuatro nietos. Cuando le pregunto si teme que los rusos puedan volver a esta zona clave del oeste de Kiev, contesta que “por supuesto que sí”, con ojos llenos de espanto, aún bajo shock por esta pesadilla que está viviendo y nunca se imaginó.
Cuando le hago la misma pregunta al joven y heroico alcalde de Makariv, Vadym Tokar, la respuesta es otra. “No tenemos miedo. Estamos listos para enfrentar a los rusos y ahora estamos más preparados que antes”, dice. Aunque admite que sí, que ese fantasma que asusta a Raisa y muchos más en esta zona desgarrada, es real: “Es verdad, aún existe la posibilidad de que vuelvan”.