¿Sobrevivirá el trumpismo a un gobierno de Trump?
NUEVA YORK.-Incluso antes de convertirse en mandatario de Estados Unidos, Donald J. Trump ya se había convertido en el candidato presidencial más ideológicamente disruptivo de la era moderna.
Desde la familia Bush hasta Paul Ryan; desde la guerra de Irak hasta la reforma de la seguridad social, Trump se posicionó en contra de las principales figuras y políticas del Partido Republicano. Su campaña se ocupó de demoler muchas de las ideas ortodoxas de su partido adoptivo, proponiendo una visión de la derecha política mucho más mercantilista, nacionalista y estatista de lo que el partido recuerde desde la era post Ronald Reagan.
Su campaña durante las primarias demostró que sus ideas son muy populares en el electorado republicano, y su impactante triunfo en las elecciones presidenciales de la semana pasada deja entrever que el "trumpismo" tal vez tenga más potencia política que el conservadurismo al que desbancó.
Pero la revolución de Trump fue tan repentina y arrasadora que se adelantó a sí misma, y tomó por asalto la Casa Blanca sin tener aún los planes, los funcionarios y los soldados de a pie que necesitará el "trumpismo" cuando entre realmente en funciones.
Las divisiones ideológicas existen en el seno de todos los gobiernos, donde suelen convivir la vieja guardia (republicanos moderados en la era Reagan, "clintonistas" durante la era de Barack Obama) con los recién llegados, los innovadores, los insurgentes ideológicos. Pero en este caso, además de la infame pero todavía marginal alt-right (derecha alternativa) y un pequeño núcleo de intelectuales conservadores a favor de Trump (y que no se ponen de acuerdo en lo que significa estar "a favor" de Trump), no existe realmente una nueva guardia "trumpista", al menos entre la gente calificada para integrar un gabinete de gobierno.
No hay ni una ristra de funcionarios que hayan sido elegidos por su promesa de devolverle a Estados Unidos su grandeza, ni una lista de planificadores políticos que se hayan pasado una década soñando con aranceles de importación, o imaginando proyectos de infraestructura keynesianos, o planeando una tregua con Moscú.
Por el contrario, Trump hizo campaña rodeado de políticos, operadores y ayudantes cuyo único rasgo en común era el oportunismo. Cuando parecía que Trump iba a perder olímpicamente, había buenos motivos para preguntarse si su movimiento tendría fuerza para llegar al día de las elecciones.
Si su jefe era derrotado, ¿Newt Gingrich, Ben Carson y Sean Hannity seguirían siendo esos nacionalistas populistas al estilo europeo que eran durante la campaña?
Pero ahora que ganó, la pregunta es otra: ¿podrá el "trumpismo" sobrevivir a un gobierno de Trump?
Si hablamos de política internacional, por ejemplo, vemos que Trump hizo campaña con críticas a la guerra de Irak y los neoconservadores, y se mostró como un hombre dispuesto a cerrar un trato con Rusia para eliminar al grupo terrorista Estado Islámico (EI), y menos dispuesto que su intervencionista y liberal contrincante a desatar guerras a discreción.
Esos no son puntos de vista ampliamente compartidos por los potenciales candidatos republicanos a la Secretaría de Estado y de Defensa. Pero si el presidente electo resultara ser un astuto analista ideológico, tal vez se despacharía con un equipo de política exterior mixto -compuesto por internacionalistas realistas y jacksonianos cansados de la guerra, una mezcla de Jon Huntsman y Jim Webb- que coincidiría razonablemente con su amplia visión global.
Sin embargo, Trump parece estar considerando a Rudy Giuliani y a John Bolton para el Departamento de Estado. Los dos son hombres que comparten el temperamento de Trump: belicosos, confrontativos y a veces abusivos. Pero ninguno de los dos es especialmente "trumpista" cuando se entra en los detalles de la política exterior.
De hecho, ambos dirigentes son la encarnación perfecta de los halcones contra los que el candidato-empresario arremetió durante su campaña.
Halcones
Lo que puede pasar ahora es que, al ingresar en el gabinete de Trump, ambos empiecen a adecuar sus visiones de mundo a la del presidente, como suele pasar con los ministros cuando son designados, y que el "trumpismo" avance (como ocurrió durante la campaña) gracias a los conversos que deberán llevar esa doctrina a la práctica.
Pero como el propio Trump es inexperto, está mal informado y es profundamente maleable, también es muy posible que si llena los puestos clave con halcones convencionales, lo que tendremos será política de halcones convencionales: dentro de dos años, el gobierno de Trump bien podría estar entregándoles armas a los rebeldes sirios y ucranianos, redoblando tambores de guerra con los rusos, y sumando una o dos intervenciones más a los conflictos paralizados del gobierno de Obama, que son seis, pero podrían ser más.
De hecho es lo que explícitamente esperan muchos dirigentes del Partido Republicano, no sólo en política exterior, sino en tantos otros temas.
Si las políticas de un gobierno responden a sus dirigentes, entonces los republicanos creen que cuando arranque en serio la era Trump, su síntesis de popu-nacionalismo parecerá más cotillón de campaña que la nueva revolución de la derecha.
Tal vez eso implique una profunda discrepancia entre lo que se diga y lo que se haga, con Trump vendiéndose públicamente como una nueva especie de nacionalista, mientras los engranajes del gobierno se mueven al ritmo que le imprimen el vicepresidente Mike Pence, Paul Ryan y los conservadores de siempre.
Pero lo más probable es que veamos más de lo que vimos durante la campaña de Trump: que entre un populismo no preparado para el poder y un establishment con la capacidad técnica para gobernar, pero sin mandato para hacerlo, la situación de base del gobierno de Trump, tanto ahora como dentro de dos años, será de caos y de guerra civil sin tregua.
Traducción de Jaime Arambide
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