Sin oxígeno y poco margen, el régimen cubano se enfrenta a la decisión de innovar o sucumbir
El gobierno de la isla conserva intacta su enorme capacidad represiva pero no da ninguna evidencia de saber encarar los problemas sociales y económicos de fondo
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Cuando más cosas pasan en Cuba, menos parece cambiar, siempre bajo el mando de un elenco estable de partido único que se las ingenia para perpetuarse en el poder.
El régimen de Miguel Díaz-Canel tiene un inquieto y eficiente sistema represivo, una de las pocas cosas que funcionan bien en la isla: militares, policías y agentes de inteligencia que sofocaron las protestas que se esparcieron por el territorio y luego fueron tras los rebeldes.
Gran parte de eso sucedió lejos de las cámaras. De hecho, luego de la exuberancia de las marchas, transmitidas al mundo por las redes sociales, la vendetta se hizo en cámara lenta, casi por goteo, buscándolos uno por uno, puerta por puerta, mientras se apagaba la señal de internet.
Muchos se preguntan qué salida le queda al régimen frente a este inédito repudio, del cual las protestas del 11 de julio pasado fueron su expresión más visible, pero que corre como un torrente subterráneo y más adelante, el día menos pensado, puede emerger como un géiser.
Atrás van quedando los renombrados sistemas de salud y educación, los grandes deportistas, las joyas turísticas y la vibrante cultura de la isla. Algunos hitos subsistirán, otros están en sus mínimos, y otros serán historia. Pero con certeza no bastan.
¿Acaso el régimen se aferrará a la respuesta meramente represiva, acentuando el carácter policial del Estado, como viene demostrando hasta ahora? ¿O ensayará cambios más profundos, de modelo económico y relación con un pueblo cansado de guerras ideológicas y penurias económicas?
Quienes conocen de cerca el marasmo cubano coinciden en que al gobierno no le alcanzará con una fuga hacia adelante, con más de lo mismo. El liderazgo comunista deberá ofrecer más que las viejas consignas de la hoz y el martillo, patria o muerte, libertad o dependencia. Y más también que detenciones, censura y propaganda.
“El régimen no tiene ninguna otra posibilidad viable que hacer algunas reformas que lo hagan más popular a ojos de los cubanos, eso a mi juicio es claro”, dijo a LA NACION un diplomático europeo con años de experiencia en La Habana.
“Pero ver qué tipos de reformas se van a incluir, hasta qué punto se va a abrir la economía al capital privado o el capital extranjero, hasta qué punto se va a permitir la libertad económica de los cubanos, creo que nadie puede preverlo en este momento”, añadió el diplomático.
Raúl Castro, continuador de su hermano Fidel como líder del régimen comunista, había abierto en su momento una vía de modestas reformas económicas. Del otro lado del mar, lo aplaudía y alentaba Barack Obama, que hacía también su parte para asentar el cambio. Pero llegó Donald Trump, con su línea dura, y la inercia ortodoxa del régimen volvió a su vez al comunismo más rancio.
El retroceso de Estados Unidos a sus viejas trincheras, montadas en la Guerra Fría, le sirvió al régimen para retroceder a las suyas. Y ahora todo vuelve a ser culpa del “bloqueo”. Se corta la luz: el bloqueo. Hay que hacer largas colas: el bloqueo. Avanza el Covid: el bloqueo. Habrá que ver si no atribuyen al bloqueo la derrota de algún deportista cubano en los juegos olímpicos.
Retomar las reformas, de acuerdo, pero a saber cuáles, con cuánta profundidad, y quién las llevará adelante. Muchos analistas entrevén un cambio como el chino o el vietnamita, con apertura económica y cierre político. La idea no es nueva: de hecho los chinos se la plantearon a Fidel.
Pero el viejo dinosaurio en que se convirtió el régimen quizás ya no tenga muchas más alternativas. Será un cambio en ese sentido, el colapso absoluto o entregar el poder de una vez a la valiente disidencia. Pero esta última opción, según los especialistas, está absolutamente descartada en el imaginario comunista. No tendrían dónde ir, salvo que se suban a una balsa y arranquen a remar a Miami.
“La única solución que veo ahora es que el gobierno de Cuba abandone, como hicieron China y Vietnam, la idea de que la economía debería ser administrada mayoritariamente o abrumadoramente por el Estado. Lo que más se necesita es un sector privado que sea relativamente independiente del Estado, lo que significa que las corporaciones y las empresas deberían poder crecer, competir, exportar e importar, solicitar inversiones y contratar trabajadores directamente”, dijo a LA NACION el politólogo Peter Hakim, presidente emérito del Diálogo Interamericano, con sede en Washington.
De acuerdo con Hakim, es bastante probable que esas innovaciones cubran mejor las necesidades económicas y sociales de los cubanos, que viven uno de los momentos de más estrechez de la era revolucionaria. “Pero no convertirá a Cuba en una democracia ni en un país libre. El cambio económico puede comenzar a remodelar el panorama político, pero es muy poco probable que se produzca un cambio rápido en ese frente”.
Así que sería hora de tirar por la borda el Manifiesto Comunista de Marx, el Libro Rojo de Mao, los eternos discursos de Fidel -tiene el récord del discurso más largo en la ONU, de cuatro horas y 29 minutos- y abrazar por ejemplo el modelo de las exitosas burocracias asiáticas. Pero no tan rápido.
Así lo entiende el exembajador argentino en China, Diego Guelar, que ve a la actual dirigencia cubana, y a la administración a su cargo, como un enorme y avejentado elefante blanco, de ideas caducas y prácticas ineficientes, incapaz de avanzar en ninguna dirección.
“El sistema no generó una burocracia eficiente. Si hubiera sido así estaría dando los pasos hacia un caso prototípico como Vietnam. Pero no tiene personal competente. Tenés que transformarla en una burocracia que funcione y vaya habilitando actividades privadas”, dijo Guelar a LA NACION.
Para eso, añadió, se impone retomar el camino que comenzó con titubeos Raúl Castro. ¿Vendrá una lluvia de inversiones? Quizás sí, dados los capitales norteamericanos listos para invertir en Cuba, además de otros inversores extranjeros que verían oportunidades en la mayor isla del Caribe.
¿Vendrá también la democracia? Eso es otro cantar. Lo que está claro es que el politburó del partido se estará preguntando, ahora que necesita ideas, qué diría Fidel ante este tropel de incómodas novedades.
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