Sin factor sorpresa, los ataques ya no le rinden políticamente a EI
LONDRES.- No debería sorprender que Estado Islámico (EI) se haya apresurado a adjudicarse el atentado suicida que el lunes se cobró 22 vidas en la ciudad de Manchester. Mientras el último sector de Mosul, segunda ciudad de Irak, cae en manos de las fuerzas iraquíes con apoyo norteamericano, y a medida que la capital siria del califato, Raqqa, va quedando cercada, el grupo terrorista está cada vez más desesperado por lograr legitimación. Y los atentados contra Occidente son una de las pocas opciones que le quedan.
Aunque EI aseguró que el ataque era una venganza contra los "cruzados", ni las autoridades de Estados Unidos ni las de Gran Bretaña culparon aún al grupo.
Sea cual fuere la verdad, EI enfrenta otro problema, tal vez incluso más grave. Por monstruosos que sean sus ataques en Europa, cada vez les rinden menos en términos políticos.
Lo que pretende Estado Islámico es que sus atrocidades fomenten las divisiones y metan cuña entre los habitantes nativos y los inmigrantes musulmanes más recientes. Así cobraría fuerza el argumento del grupo de que sólo un califato radicalizado en Medio Oriente es capaz de proteger a los musulmanes del mundo, y de ese modo tal vez reclutar nuevos adeptos, tanto para luchar en guerras regionales como para perpetrar atentados en el extranjero. Pero no parece estar funcionando.
El desarrollo de los acontecimientos en Europa deja entrever que EI está fracasando en su intención de dividir. Desde enero de 2015, Francia fue el blanco principal, tanto en frecuencia como en intensidad, y más que cualquier otro país de Occidente. Sin embargo, en las elecciones presidenciales de principios de este mes, la mayoría de los votantes rechazó al Frente Nacional, de Marine Le Pen, y su fuerte discurso antimusulmán: los franceses eligieron al centrista Emmanuel Macron.
Y eso a pesar de un supuesto ataque islamista en pleno Champs-Élysées, donde murió un policía apenas cuatro días antes de la primera vuelta de las presidenciales. Aunque se temía que el atentado podía mejorar el resultado electoral de la extrema derecha, no hay evidencias de que así haya sido.
En la misma línea, en Alemania, el efecto rebote contra los migrantes fogoneado por varios ataques terroristas durante el año pasado parece estar apagándose, incluso después del ataque con un camión contra el mercado de Navidad de Berlín, en diciembre, donde murieron 12 personas. La canciller Angela Merkel parece encaminada firmemente a una victoria en las elecciones nacionales de septiembre, consolidando aún más su poder.
En Gran Bretaña, tras el atentado en Manchester, los partidos políticos suspendieron temporariamente la campaña. Sin embargo parece improbable que el hecho vaya a afectar las elecciones. Las autoridades británicas dicen que por el momento no tienen intenciones de elevar aún más el nivel de alerta terrorista, y la gente parece poco dispuesta a aceptar medidas como el "estado de emergencia" que rige en Francia desde 2015 y que le confiere a la policía poderes excepcionales de búsqueda y arresto.
Que esos atentados logren alterar la dinámica política interna de un país depende mucho de su valor de impacto. La destrucción de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, fue un hecho sin precedente tanto por su magnitud como por su espectacularidad, hasta el punto que redefinió la imagen que tenía Occidente de Medio Oriente y los grupos islamistas. Pero la resignación actual en Estados Unidos frente a las muertes en tiroteos a manos de gente común, incluidos los ataques en escuelas, es un crudo recordatorio de hasta qué punto se normalizan ciertos hechos que son terribles.
Y el atentado de este lunes en Manchester no sorprendió a nadie. Eso no mitiga la pena ni la sensación de duelo, pero sí acota sus efectos políticos.
EI seguirá luchando, aunque pierda territorio. Sin embargo, cuantos más ataques orqueste el grupo, menos impacto tendrán esos hechos.
Traducción de Jaime Arrambide
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