Sin ataduras ideológicas, el ejército sólo piensa en no perder sus privilegios
EL CAIRO.- Durante gran parte de su año en el poder, el presidente Mohammed Morsi y los Hermanos Musulmanes pensaron que, al forzar la salida de los altos generales y sellar con sus sucesores un acuerdo que protegía a las fuerzas armadas de cualquier supervisión civil, habían domado a los militares de Egipto.
Ese acuerdo se derrumbó esta semana. Los militares sacaron los tanques, rodearon el palacio presidencial, y su jefe máximo, Abdel Fatah al Sisi, ni se tomó la molestia de pronunciar el nombre de Morsi: anunció que el presidente había sido depuesto y la Constitución, suspendida. Y al igual que su predecesor inmediato, Hosni Mubarak, Morsi descubrió la dura realidad: que el compromiso de los militares es, por encima de todo, con ellos mismos. Y que no es ideológico, pero sí intensamente político.
"Los militares egipcios no están comprometidos ideológicamente con una cosa o la otra; ellos creen en el lugar que ocupan en el ordenamiento político", dijo Steven Cook, experto en Medio Oriente del Consejo de Relaciones Exteriores norteamericano. "Están dispuestos a llegar a un acuerdo prácticamente con cualquiera, y éste claramente no funcionó."
Aunque justifican su intervención en la política como una manera de estar al servicio de la voluntad del pueblo, los militares nunca fueron una fuerza de la democracia. Según los analistas, tienen un objetivo primario: preservar la estabilidad nacional y su propio feudo intocable de privilegios en el seno del Estado egipcio.
Pero con millones de opositores al presidente en las calles y los Hermanos intentando consolidar su autoridad a toda costa, los militares decidieron que era tiempo de dar por terminada la presidencia de Morsi.
"Tenemos la disciplina y tenemos las armas", dijo anteayer un alto oficial bajo condición de anonimato, ya que no estaba autorizado para hacer comentarios. "Es lo que hay hoy en el mercado. ¿Acaso ve alguna otra institución sólida en alguna parte?"
La cara visible de los militares fue Sisi, un oficial desenvuelto, con el pecho cubierto de medallas y una boina bien calzada sobre la frente, que se aferró al atril con las dos manos y se dirigió a la nación para asegurarle que el objetivo era recuperar la unidad nacional. Con el nombramiento de un líder provisional, intentó morigerar el predominio militar, pero sus palabras de reconciliación y sanación nacional no modificaron la fría realidad del momento.
Por segunda vez en los últimos dos años y medio, los militares derrocaron al líder civil de la nación, pero esta vez el líder había surgido de elecciones libres y justas. Esta última intervención subraya el estatus de las fuerzas armadas como la institución más poderosa de Egipto, desde el golpe de hace seis décadas que derrocó al rey Faruk.
Egipto tiene la fuerza militar más numerosa del mundo árabe: unos 450.000 efectivos. La mayoría son conscriptos y suboficiales con pocas posibilidades de hacer carrera. Desde hace décadas, sin embargo, hay una decena de miles de oficiales de élite que custodian celosamente su privilegiada posición. Viven como una clase aparte, con sus propios clubes, hoteles, hospitales y otros beneficios financiados por el Estado.
Muchos también se hicieron ricos gracias a contratos con el gobierno y acuerdos comerciales a los que acceden por su posición. "Es un grupo estrechamente entretejido", dijo Robert Springborn, experto en fuerzas armadas egipcias. "Tienden a la homogeneidad de pensamiento y son una fuerza con la que hay que lidiar, porque además de la Hermandad, son la única institución realmente cohesiva del país."
Aunque muchos de los militares desconfiaban del islamismo de Morsi -hasta la revolución, los Hermanos estuvieron proscriptos-, consideraron que su llegada al poder en junio de 2012 les daba una salida elegante para desentenderse del gobierno. Morsi también les garantizó dos de sus demandas: que no habría procesos contra los militares por crímenes cometidos durante la era Mubarak y la aprobación de una Constitución que eximiera el presupuesto militar de la supervisión parlamentaria.
Todo eso, sumado a la sensación de que los Hermanos Musulmanes eran por lo menos administradores competentes y disciplinados, al parecer fueron suficientes signos de confianza para que los militares pensaran que el grupo islamista era un socio valioso. Pero esa opinión cambió a medida que la crisis interna se profundizó. La economía seguía hundiéndose, y la escasez de combustible y los cortes de luz caldearon los ánimos en las calles.
Morsi también tomó algunas medidas que los militares vieron como una amenaza para la seguridad nacional. Por ejemplo, habló en una manifestación masiva en la que los clérigos musulmanes llamaron a la jihad en Siria, avivando los temores de que haya una nueva generación de egipcios radicalizados.
Al dirigirse al país, Sisi dijo que desde hacía meses los militares habían tendido la mano a la presidencia para intentar desactivar la crisis, pero que siempre habían sido rechazados. Con la designación de un juez poco conocido como líder provisional, los militares no dejaron muy en claro los alcances de su autoridad.
Los analistas dicen que la oposición fue muy ingenua al dar la bienvenida nuevamente a los militares como un paso en la transición hacia la democracia. "Los liberales y los revolucionarios son demasiado rápidos a la hora de acostarse con los militares. No son sus amigos", dijo Cook.
Traducción de Jaime Arrambide
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