Siguiendo el ejemplo de la corona española
Por Narciso Binayán Carmona
Perderse entre las frondosas selvas de los árboles genealógicos permite encontrar recuerdos de hechizo inesperado y eso ocurre en este caso al revisar los ancestros del rey Miguel de Rumania, soberano de rigurosa actualidad, ya que acaba de llegar a su país invitado oficialmente.
Y se tropieza, naturalmente, con un viejo casi personaje de la historia argentina: la infanta Carlota Joaquina, reina de Portugal, por su casamiento con don Juan VI (1816-1826). Como se recordará, en 1809, cuando comenzó a discutirse qué hacer ante la invasión francesa en España, Belgrano "había platicado en tertulias discretas con un grupo de hombres -Castelli, Paso, Pueyrredón y otros- cuyo objeto era la independencia, por medio de la continuidad monárquica más bien que por una violenta revolución. Opinaban que Carlota podía reinar en el Río de la Plata como soberano constitucional con un Parlamento" (F. A. Kirkpatrick, Compendio de Historia Argentina , Cambridge, 1931, Pág. 72).
Fue en razón de su bisabuela portuguesa, la infanta Antonia, que el rey Carol II, padre de Miguel, fue enterrado en la iglesia de Sao Vicente de Fora, sepulcro dinástico. Y, de paso, su hermana Ileana, esposa del archiduque Antonio, vivió con sus hijos una temporada en la Argentina.
Miguel, rey fugaz a los cinco años (1927-1930), destronado por su padre, volvió al trono cuando éste, amenazado por Hitler, dejó su país y su hijo y huyó a Portugal. Miguel inició así su segundo reinado (1940-1947). La situación política era tremenda: la Alemania nazi controlaba Europa, Antonescu era dictador en Rumania, aliado de Alemania, y el rey carecía de poder efectivo. Tenía, en cambio, a su favor lo mucho que el país respetaba a su dinastía con dos grandes reyes: Carol I (1866-1914) y Fernando (1914-1927).
El primero -príncipe Hohenzollern, de la rama mayor, católica, de la familia- presidió la independencia de Rumania tras 460 años de dominio otomano (1877) y fue coronado rey (1881). La corona fue cincelada con acero de un cañón capturado a los turcos. El segundo, tras una heroica participación en la Primera Guerra Mundial, logró unificar todos los territorios rumanos incorporando Besarabia y Transilvania.
Otros aportes
A esta herencia, que incluye la reforma agraria y la apertura política, Miguel dio lo suyo: a diferencia de su padre, supo ser rey. Ya desde 1943 alentó a Antonescu a acercarse a los aliados para negociar la rendición y el cambio de rumbo. Ello no caminó y el 23 de agosto de 1944 dio un golpe de Estado, detuvo al dictador y a los dos días declaró la guerra a Alemania. Stalin dio largas a una misión negociadora y terminó ocupando todo el país, pero Miguel siguió en el trono. El Partido Comunista, casi desconocido, tenía sólo 800 miembros.
Se iniciaron entonces tres años terribles para el país y para su rey mientras los comunistas se iban haciendo más fuertes y el terror se extendía. La situación de Miguel era extraña. No se le ahorraban humillaciones (se habló de reemplazarlo por su primo el archiduque Esteban, hijo de su tía Ileana) ni honores: Stalin le dio la Orden de la Victoria "por su valerosa actitud que condujo a la ruptura con la Alemania hitleriana y a una alianza con las Naciones Unidas en una época en que aún no era segura la derrota de Alemania" (29 de julio de 1945).
Todo esto terminó el 30 de diciembre de 1947: se lo intimó a abdicar y pocos días después partió al exilio. De inmediato anunció que no se consideraba ligado por la abdicación, "arrancada a la fuerza por un gobierno que en ningún modo es representativo de la voluntad nacional, un gobierno impuesto y mantenido en el poder por una potencia extranjera".
Con recursos muy modestos, comenzó a trabajar en su pasión personal, hecha medio de vida: la mecánica, como director técnico de una empresa de material electrónico para aviones. "Sus firmes protestas, su tranquila confianza en el porvenir, su vida reservada, digna y laboriosa, han sido sin duda para los rumanos un símbolo de continuidad y esperanza. El retorno de Miguel I sería para la Rumania liberada un desquite y a la vez una consagración."
Apenas caído el comunismo, Miguel trató de volver y la opinión pública se preguntó: ¿por qué no seguir el ejemplo de España? La primera de sus visitas la hizo invitado por el arzobispo Pimen de Suceava y se sucedieron otras. Por ejemplo, en 1992, el líder liberal vuelto del exilio, Radu Campeanu, le cedió su candidatura en las elecciones.
Invitación formal
Hasta el papa contribuyó al elegir a Rumania como el primer país ortodoxo que visitó. Es también el único latino de esa Iglesia y su gira fue un éxito. Ello coincidió con las negociaciones para entrar en la Unión Europea y en la OTAN.
Y este año, el presidente Ion Iliescu lo invitó oficialmente a viajar al país. El sábado, en el antiguo Palacio Real de Cotroceni (hoy presidencia), comieron en privado con la reina Ana; su hija mayor, Margarita, y su marido, el actor Radu Duda, y varios ministros. De común acuerdo, en este gran acto de reconciliación nacional no hubo declaraciones.
Como comentó un observador: "Miguel se fue como rey y volvió como rey". Se le han devuelto ya el palacio de Sivirsin y el de Bucarest en que nació. Si Miguel, que cumple 80 años en pocos meses, volviera al trono -especulación no totalmente gratuita- ya tiene heredera consagrada y un nieto, Nicolás Medford-Mills (hijo de su hija Elena).
La hipótesis de conflicto es pacífica: el final total del dominio comunista, de sus estertores, y el retorno a la normalidad (pero falta recuperar Moldavia, baluarte imperial ruso).
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