¿Será Francisco demasiado radical para su rebaño?
NUEVA YORK.- Cuando unos tres millones de personas cautivadas por su presencia se reunieron en Copacabana el domingo pasado, la peregrinación de Francisco a Brasil súbitamente pasó de ser la gran noticia en América latina para convertirse en la gran noticia en todo el planeta. Para los medios de prensa, la misa celebrada junto a la playa fue una confirmación del carisma papal, que dejó a los periodistas buscando superlativos para describir el evento.
The Guardian describió el viaje del Papa como "triunfal"; The Wall Street Journal dijo que lo habían recibido "como a una estrella de rock", y la corresponsal de Al-Jazeera señaló que la escena que se vivió en Río fue "extraordinaria".
Tras la misa en Copacabana, Francisco voló de regreso a Roma en un avión privado. Cuando el avión alcanzó la altitud de crucero, el Papa fue hasta la parte posterior de la cabina para mezclarse con los periodistas y ofrecer una conferencia de prensa a la manera de un candidato presidencial en campaña. Fue una situación inesperada, en especial porque hasta el momento y desde su asunción, el Papa había declinado todos los pedidos de entrevista.
No hubo temas vedados y los periodistas estuvieron a la altura de las circunstancias, interrogándolo sobre los temas más controvertidos, desde el Banco Vaticano hasta la existencia de sacerdotes gay en una Iglesia que condena las conductas homosexuales.
Sobre ese tema, Francisco dijo: "Si aceptan al Señor y son personas de buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlos? No deberían ser marginados. La tendencia [a la homosexualidad] no es el problema? son nuestros hermanos". Fue la clase de declaración -humilde, directa y amistosa- que hace que la gente sienta que es el tipo de sacerdote que pide un segundo vaso de vino en la cena del domingo y que anima a los demás a que también lo hagan.
Aunque la pipa de la paz tendida por Francisco hacia los homosexuales de la Iglesia no llega a ser un giro sustancial, sus palabras implican una ruptura en la larga historia de un conservadurismo social profundamente arraigado en la jerarquía eclesiástica.
Si bien la Iglesia sigue considerando que las prácticas homosexuales son pecaminosas, hasta ahora ningún papa había ofrecido un "quién soy yo para juzgar" como respuesta a la pregunta de qué hacer con los sacerdotes gay.
En ese contexto, los comentarios de Francisco sobre los sacerdotes gay lo identifican como un líder muy distinto, tal vez vocero del fin de una era de intolerancia profunda y sistemática hacia la homosexualidad. (Durante su vuelo de regreso a Roma, Francisco también dijo que la Iglesia necesitaba de una nueva perspectiva teológica sobre el rol y el estatus de la mujer. "No hay que olvidar que María es más importante que los apóstoles obispos, así que en la Iglesia las mujeres son más importantes que los obispos y los sacerdotes", dijo).
Con su audacia, Francisco corre el riesgo de alejar a los católicos del Occidente industrializado, que siempre han apoyado una teología, una doctrina y un liderazgo conservadores. Se trata de una fracción que ha apoyado lealmente a la Iglesia con donaciones y militancia, y es de esperarse que se oponga a cualquier cambio del tipo que parecen señalar las recientes declaraciones de Francisco.
Pero actualmente la Iglesia necesita de una figura capaz de franquear la brecha entre su facción derechista y el hecho incontestable de que los católicos de Occidente están abandonando la Iglesia en masa. El conflicto requiere de un papa astuto, con las habilidades y el carisma necesarios para caminar por la cuerda floja. ¿Será Francisco el hombre que hace falta?
Queda claro que Francisco, el primer papa no europeo en casi 1300 años, está mucho más interesado en dialogar con el mundo que sus predecesores. Mientras que a Benedicto XVI solía vérselo incómodo y molesto en medio de la gente, Francisco se mezcla con la multitud, besa a los chicos y abraza a las mujeres. Incluso antes de su asunción, Francisco rechazó toda la parafernalia de su cargo -el anillo de oro, la estola de armiño, los zapatos rojos- usados por los papas anteriores. Hasta la elección del nombre, en honor a San Francisco de Asís, marcó un punto de partida de la majestuosidad papal y un acercamiento a los pobres, los indefensos y los oprimidos. Se negó a ocupar las habitaciones papales, no quiso pasar el verano en el bellísimo palacio de Castel Gandolfo, y carga siempre su propio maletín.
Durante su primer mes en funciones, Francisco les tendió la mano a las mujeres, a los musulmanes, a los ateos, y ahora a los homosexuales, con insistentes gestos de humildad. También prometió diálogo con las víctimas de abusos, la reforma del Banco Vaticano y un mayor compromiso con los pobres.
Si bien concentra el mismo poder individual que Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco parece hacer uso de éste sin temor a los rebotes. Su madurez -tiene 76 años- tal vez tenga que ver con su aura de seguridad y confianza. Pero también puede sacar fuerza del hecho de haber sido elegido por los mismos hombres que les debían su lugar en el colegio cardenalicio a Benedicto y a Juan Pablo, y por más que ahora los cardenales se estén preguntando si eligieron bien o no, nada pueden hacer para ponerle freno.
Sobre el tema específico de catolicismo y homosexualidad, el Papa dio el puntapié inicial de un debate que seguirá en las parroquias del mundo entero y que podría conducir, a largo plazo, en una revisión de la doctrina oficial.
Al meterse con entusiasmo en temas controvertidos, Francisco se está apartando claramente de la posición de sus antecesores, que creían en una "iglesia residual" formada únicamente por verdaderos creyentes.
A este papa no le gustan las retiradas y prefiere, en cambio, nadar en el decurso de la historia. Ahora hay finalmente un pontífice dispuesto a lidiar con las implicancias de una tendencia social -la creciente aceptación de la homosexualidad- que amenaza con relegar a la Iglesia a un papel irrelevante.
A diferencia de su antecesor, Francisco no se conforma con enterrar la cabeza con la esperanza de que los efectos del milenio se disipen y la ortodoxia católica vuelva a estar de moda. Por el contrario, éste es un papa deseoso de explicar cómo esta antigua Iglesia puede encajar en un mundo en cambio.
Michael D'Antonio
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