Fue asesinado de 150 disparos hace un siglo y su historia marcó un antes y un después en aquel país
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Un héroe de la lucha social mexicana, o un bandolero capaz de cometer los peores asesinatos. Las definiciones pueden ser extremas cuando se habla de José Doroteo Arango Arámbula, mejor conocido como Pancho Villa, uno de los líderes de la Revolución Mexicana, el cual fue asesinado el 20 de julio de 1923, hace ahora 100 años.
Nacido en la pobreza en un rancho del norteño estado de Durango, desde adolescente Pancho Villa se involucró en actividades ilegales, ya sea para conseguir dinero o para hacer justicia por propia mano.
“Un revolucionario con mentalidad de asaltabancos”, lo define el escritor Paco Ignacio Taibo II, autor de una de las investigaciones documentales más extensas sobre la vida del jefe de 30.000 hombres que se atrevió a invadir EE.UU. (la única intervención extranjera que ha experimentado ese país en los últimos dos siglos).
“Un hombre al que odiaban tanto que para matarlo le dispararon 150 balazos al coche en que viajaba; al que tres años después de asesinarlo le robaron la cabeza”, añade Taibo II en su obra Pancho Villa: una biografía narrativa.
Pero como el mismo autor reconoce, es tanto lo que se dice de tal figura de la historia de México “que a veces parece imposible” desentrañar sus historias.
Algunos momentos, sin embargo, definen quién fue Doroteo Arango y cómo llegó a ser el legendario Pancho Villa. En BBC Mundo seleccionamos 6:
1. El día que marcó su vida
Doroteo Arango nació en junio de 1878 en el seno de una familia pobre que vivía en un caserío de La Coyotada, en el estado de Durango (en el norte del país, que para él “era toda la vida”).
Desde adolescente se hizo jugador de cartas, y como tal, las manos no siempre estaban a su favor, por lo que se involucró en el robo de ganado para saldar deudas.
“Son demasiadas las historias que nos hacen pensar que antes de septiembre de 1894 el joven Doroteo Arango tuvo sus encontronazos con la ley y el orden de los hacendados”, explica Taibo II.
Pero el día 22 de aquel mes de septiembre es clave por un incidente que se ha contado de diversas formas: uno de los jefes de la hacienda Gogorito de la familia López Negrete (no es claro si fue Laureano, o uno de sus hijos, Agustín) intentó abusar de Martina, la hermana de Arango.
Cuando Doroteo Arango, de 16 años, llegó a su casa, encontró a aquel hacendado y, sin pensarlo demasiado, fue a buscar un arma y le disparó: “Le puse balazos de los cuales le tocaron tres”, contó Pancho Villa años después.
Aunque no lo mató, el ataque en defensa de su hermana lo condenaba a ser un enemigo del hombre poderoso del lugar. Huyó hacia la sierra de La Silla para salvar su vida.
Este es considerado un momento clave en la vida del joven Arango y que lo marcó en su personalidad para el resto de su vida.
Algunos escritores de la época, como Luis Aguirre Benavides o Jesús Vargas, cuestionan la idea de que aquel adolescente hubiera podido evadir a la gente al servicio del hacendado. Benavides dice que pudo ser una historia para esconder su “borrascoso pasado”.
Francisco I. Madero, el político que años después lanzaría el llamado a la Revolución Mexicana, a la que se sumaría Villa, también llegó a hablar sobre este episodio de defensa de la honra de la hermana de Villa, que solo tenía 12 años.
“El caso es que la historia tiene demasiadas fuentes paralelas que tienden a confirmar que en 1894 Doroteo Arango se confrontó definitivamente con el poder de la hacienda”, apunta Taibo II.
2. El surgimiento de “Pancho Villa”
Antes de sumarse a la Revolución Mexicana, las andanzas de Doroteo Arango en distintos puntos de Durango y Chihuahua son relacionadas con el hurto de ganado y otras tropelías solitarias o en gavilla.
“Su historia antes de la revolución es vulgar, llena de crueldad y de infamias. Lo que tiene de pintoresco es el paisaje. Lo que tiene de atenuante es el sentimentalismo con el que actúa en muchos de sus actos”, escribió el ensayista Ramón Puente en una de sus reseñas de la Revolución de aquella época.
“Al pasarme a Chihuahua queriendo que se perdiera mi huella mudé mi nombre por el de Francisco Villa [en México, a los Francisco se les suele decir Pancho]”, relató alguna vez, según Taibo II, que encontró una decena de versiones sobre de quién tomó el nombre: de su padrino, de un militar valiente o hasta de un temido ladrón fallecido.
“Sea quien fuere el que le prestó el nombre, lo claro es que en esta etapa de su vida lo usó a ratos, y a ratos utilizó otros nombres y apodos, porque uno es y no es, se llama y deja de llamarse, dependiendo en donde ande”, explica Taibo II.
Se sumó a la lucha armada ya siendo conocido en la región norteña de México por su habilidad de buen estratega al liderar hombres. Protagonizó varios triunfos del movimiento de Madero, uno de los primeros de la revolución, con su temida División del Norte, que llegó a estar conformada por unos 30.000 elementos.
La toma de Ciudad Juárez con el “Tren de Troya”, con el que asaltó por sorpresa la urbe fronteriza, dio muestra de su ingenio.
3. La invasión a EE.UU.
Uno de los episodios que hay alrededor de Villa como leyenda revolucionaria fue una osadía impensable: emprender una intervención militar a territorio de Estados Unidos, país que desde que los británicos intentaron reconquistar en 1812 no había experimentado presencia armada ajena.
La misión “peliaguda”, como la describió Villa, se dio como una suerte de venganza contra el Gobierno de EE. UU., por apoyar la campaña bélica de su enemigo, Venustiano Carranza, pero también para localizar a un proveedor de armas, Sam Ravel, que les vendió material defectuoso.
En marzo de 1916, cientos de villistas (las cifras varían alrededor de 500) cruzaron la frontera en dirección al poblado de Columbus, Nuevo México. El día 9 atacaron la población, en la que la brigada 13 de caballería norteamericano tenía una guarnición.
“¡Viva Villa!”, “¡viva México!”, “¡yanquis hijos de la chin****!”, fueron algunos gritos que rompieron la madrugada. Los villistas arrasaron el lugar, en particular las propiedades de Ravel, a quien no encontraron, pero sí a uno de sus hermanos, Louis, que lo tomaron como prisionero.
Después de hacerse con armas y otros valores en Columbus, y al ver que la brigada norteamericano que salió a la defensa de la ciudad era más numerosa de lo que pensaban, los villistas emprendieron la retirada hacia México. El combate entre bandos duró unas tres horas.
Los historiadores debaten sobre las intenciones de Villa: si planeaba una simple venganza al sentirse traicionado por Washington, que le había dado concesiones en el pasado; o una gran provocación a EE.UU. para que interviniera en el conflicto armado que se desarrollaba en México, como teoriza el historiador austriaco Friedrich Katz.
Sin descartar lo último, Taibo II considera: “El ataque estuvo pensado como una incursión y, si de pasada se conseguía dinero y municiones y se traía la cabeza de Ravel para México, tanto mejor”.
Lo que sí detonó el ataque a Columbus fue la entrada del ejército EE.UU. al norte de México y la búsqueda de Villa durante 11 meses, en la Expedición Punitiva al mando del general John J. Pershing y en la que participaron jóvenes militares como el futuro presidente Dwight D. Eisenhower, así como George Patton, un destacado general de la Segunda Guerra Mundial.
Pero con su habilidad escurridiza, Villa nunca fue capturado. En 1961, en Columbus fue erigido el Parque Estatal Pancho Villa, un espacio para recordar aquel episodio de esa pequeña población de Nuevo México. “Como si en un alarde de desmemoria histórica los norteamericanos (…) quisieran homenajear al hombre que protagonizó la última invasión a su territorio”, señala Taibo II.
4. La masacre de San Pedro
Uno de los episodios más oscuros y crueles en la trayectoria armada de Pancho Villa fue la ejecución de unos 80 hombres en el pueblo de San Pedro de la Cueva, Sonora, ocurrido poco después de su derrota en Piedras Negras (que motivó la intervención en Columbus).
En la campaña contra las fuerzas de Carranza en Sonora, una avanzada de las fuerzas de Villa fue atacada el 1 de diciembre de 1915 en San Pedro de la Cueva, presuntamente por los propios pobladores. Villa se puso furioso al saber que murieron seis de sus hombres y al buscar explicaciones del ataque, su sobrino Manuel Martínez recibió un disparo y también cayó.
“¿Qué ha pasado por aquí? ¿Qué se traen por aquí?”, preguntó Villa y, sin más, “ordenó que fusilaran a los hombres del pueblo”, según Taibo II. Niños y mujeres fueron separados, mientras que los varones fueron llevados al paredón a primera hora del día siguiente. Hay testimonios que señalan que algunos menores fueron ejecutados.
La escena fue sanguinaria, con decenas de fallecidos (hay recuentos de más de 100 hombres) frente a sus familias. El hecho llevó a que se llamara al lugar “el pueblo de las viudas”.
El sacerdote Andrés Avelino Flores quiso intervenir para que Villa les perdonara la vida a los hombres, entre los que estaba su padre. Pero según diversos testimonios, Villa terminó por matar también a ese párroco.
El cronista Alberto Calzadíaz compartió una fotografía tomada un tiempo después con las mujeres y sus hijos frente al paredón, donde había cruces y aún se veían las manchas de sangre.
5. Asesinado con más de 150 balazos
Para 1920 Villa finalizó sus batallas y con la firma de un pacto con el Gobierno depuso las armas. Le fue concedida la posesión de una hacienda, El Canutillo, donde el Centauro del Norte emprendió sus proyectos productivos y de educación.
“He terminado de luchar. Ahora solo quiero vivir y morir aquí en paz”, le dijo al periodista Frazier Hunt. La influencia social que seguía arrastrando Villa, en parte por el buen desarrollo de El Canutillo, puso nerviosos a los gobernantes de Durango, Chihuahua y el Ejecutivo federal, que temían que buscara un pretexto para un levantamiento o para lanzarse en la política.
Ya para 1923 hubo diversos planes para atentar en su contra. “Persecuciones a la sombra”, decía Villa, consciente de que no tenía el afecto de políticos, potentados ni militares de la región.
Una confabulación de personajes con cuentas pendientes con Villa, encabezados por el empresario Jesús Herrera, avanzó hasta la ejecución por parte de un hombre llamado Melitón Lozoya. Reunió a un grupo de hombres que planearon emboscar a Villa en una de las visitas regulares que hacía a la ciudad de Parral, Chihuahua.
El 20 de julio de 1923, Villa iba al volante de su auto Dodge cuando en una calle de Parral se desató una balacera en su contra. Más de 150 disparos contra el automóvil.
El Centauro del Norte recibió 14 disparos, muriendo en el lugar al instante. “El país se sacudió y conmovió”, dice Taibo II al reseñar las reacciones que causó el asesinato del legendario Pancho Villa en Parral. “El Gobierno de Álvaro Obregón prometió una investigación. Pero la investigación nunca se hizo”.
6. El robo de su cabeza
Villa fue enterrado en el cementerio de Parral, pero no tuvo eterno descanso.
Tres años después, como parte de una presunta apuesta entre militares, o por una supuesta recompensa, según Taibo II, el coronel Francisco Durazo Ruiz, jefe militar de Parral, organizó una operación nocturna para decapitar el cuerpo de Villa y robarse la cabeza.
“Aún no se cumplían tres años del asesinato. Las portadas de todos los diarios del país reseñaron el hecho. El escándalo puso en tensión a la nación. Los militares supervivientes del villismo amenazaron marchar en armas sobre Parral”, relata Taibo II.
Empezaron a surgir versiones y sospechosos, como que norteamericanos ofrecían recompensas como venganza, o que científicos de ese país querían estudiarla. Pero también que los jefes militares en México habían hecho un acuerdo para sacarla.
“La imaginación popular se desbordaba. En Parral todo eran rumores”, sigue Taibo II. El propio coronel Durazo era el encargado de la investigación, que nunca ofreció un resultado. De los distintos testimonios y entrevistas surgidos en meses y años siguientes, “casi todos ellos incriminaban al coronel Durazo”.
Presuntamente, mandó a enterrarla en su rancho, El Cairo, a las afueras de Parral, luego de que no obtuvo ninguna ganancia por hacer el trabajo sucio. Sea como fuera, hasta hoy sigue siendo desconocido el paradero de la cabeza del general Francisco Villa.
Mucho tiempo después, en 1961, el Gobierno mexicano trasladó los restos de Pancho Villa al Monumento a la Revolución de Ciudad de México, donde reposó lejos del norte del país que tanto amaba.
*Por Darío Brooks
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