Secuestrado en la Argentina, ejecutado en Israel: cómo fue el juicio a Adolf Eichmann
El jerarca nazi fue uno de los responsables del exterminio de millones de judíos; vivió en el país diez años; en un operativo secreto, el Mossad lo llevó ante el tribunal en Jerusalén
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Otto Adolf Eichmann tenía 55 años cuando se sentó en el banquillo de los acusados, dentro de un cubículo de vidrios blindados y frente a la mirada de cientos de espectadores, jueces y fiscales, aquel martes 11 de abril de 1961 en Jerusalén, Israel.
El mundo estaba preparado para oír de parte de más de cien supervivientes, citados como testigos, los horrores padecidos durante la política de exterminio implementada por el régimen nazi de Adolf Hitler y su gabinete de jerarcas, quienes mientras libraban la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) contra los aliados, aceleraban al mismo tiempo el plan para aniquilar al pueblo judío de Europa.
Eichmann había sido uno de los encargados de llevar adelante ese exterminio, que consistía en expulsar del territorio alemán a millones de judíos, gitanos, homosexuales y discapacitados y matarlos en inmensas fábricas de la muerte ubicadas en otros países europeos ocupados por los nazis, como Polonia.
Conocida como la “solución final”, la matanza se oficializó un 20 de enero de 1942 en Wannsee, en Berlín, pero ya se llevaba adelante desde hacía al menos dos años; de hecho Auschwitz, el campo de concentración más emblemático, comenzó a operar en 1940.
En Wannsee, 15 jerarcas nazis, entre ellos el mismo Eichmann, con el grado de Obersturmbannführer de la Schutzstaffel (SS), se reunieron para “resolver” lo que ellos consideraban “el problema judío” y darle un impulso definitivo.
Durante el juicio de Jerusalén, a medida que los testigos relataban el horror, los presentes se iban desmayando. El fiscal general de Israel, Gideon Hausner, acusó a Eichmann con 15 cargos, entre los que sobresalían los crímenes contra el pueblo judío y los crímenes contra la humanidad.
El proceso fue transmitido en vivo y en directo por la radio nacional Kol Israel, se tradujo a cuatro idiomas en simultáneo y cientos de periodistas llegaron de todo el mundo para reportar el mayor juicio de la historia contra un criminal nazi, y también el primero, y el último, realizado en Israel.
Eichmann en la Argentina: vida plácida y secuestro
Tras la caída del régimen nazi y finalizada la guerra en mayo de 1945, Eichmann escapó de Europa con una identidad falsa, gracias a la ayuda de la Cruz Roja y la Iglesia. El Obersturmbannführer de las SS figuraba entre los jerarcas más buscados, pero no pensaba entregarse, al menos no en esos años.
Partió del puerto de Génova, Italia, un 17 de junio de 1950 y llegó a Buenos Aires casi un mes después, el 14 de julio. Tenía un nuevo nombre: Ricardo Klement.
Con esa identidad vivió en Tucumán y Buenos Aires, trabajó en la fábrica Orbis de Villa Adelina y en Mercedes Benz, como mecánico y gerente de planta; se radicó en el barrio de Vicente López, frecuentó en Olivos a diversos camaradas e incluso se reunió con Josef Menguele, otro criminal de guerra nazi que también vivía en Buenos Aires gozando de total impunidad.
Para 1958, se mudó con su esposa y sus cuatro hijos a la localidad de San Fernando, en la mítica calle Garibaldi 6067, cerca de la ruta 202, en una pequeña casa de ladrillos en un barrio despojado, sin luz ni agua corriente, donde tenía un galpón en el que criaba conejos.
Con el nombre falso de Klement, Eichman vivió así apaciblemente en la Argentina y lo hizo durante una larga década, hasta que fue detectado, a raíz de una serie de denuncias efectuadas por un sobreviviente judío del Holocausto, Lothar Hermann, cuya hija frecuentaba a uno de los hijos de Eichmann, en un trama de novela.
Después de una larga planificación, los servicios secretos israelíes de la Mossad finalmente lo atraparon, un 11 de mayo de 1960, cuando llegaba del trabajo, después de bajarse del colectivo de la línea 203 como si fuera un ciudadano más.
Secuestrado, Eichmann fue llevado a Israel de manera clandestina, sin que el gobierno argentino se enterase, en una misión secreta conocida como “Operación Garibaldi” que provocó algunos conflictos diplomáticos.
El juicio a Adolf Eichmann en Israel
Los presentes indicaron que el jerarca nazi se mostró tranquilo durante las audiencias, que se extendieron durante casi cinco meses, y que nunca manifestó sentimientos de ningún tipo.
Su abogado, Robert Servatius, no negó los cargos contra Eichmann, pero lo presentó como un simple engranaje de una maquinaria de la muerte, un burócrata que solo cumplía órdenes al servicio de un régimen totalitario en el que no se contemplaba el disenso.
“No perseguí a los judíos con avidez ni placer”, alegó Eichmann. “Fue el Gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, solo podía decidirla un Gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde la de los subalternos”, argumentó en aquél momento.
Eichmann escribió un diario en prisión durante el tiempo que duró el proceso y donde justificaba su proceder sin mostrar arrepentimiento alguno.
Su defensa no logró morigerar la pena ni evadir la sentencia. El tribunal presidido por Moshe Landau, Benjamin Halevy y Yitzhak Raveh lo condenó como responsable de la “ejecución fabril” de millones de personas, aniquiladas en los campos de trabajos forzados y exterminio montados por los nazis en los territorios ocupados.
El jurado lo encontró culpable de genocidio y el 15 de diciembre de 1961 fue condenado a muerte por crímenes contra la humanidad. Servatius apeló la sentencia. Eichmann escribió una carta pidiendo clemencia, pero la resolución siguió firme, hasta que, el 31 de mayo de 1962, fue ejecutado.
Su última voluntad fue beber vino. Cuando se paró en el cadalso, se negó a que le colocaran una capucha y pidió que le aflojaran las cuerdas que ataban sus piernas.
Antes de que los verdugos accionaran la horca, pronunció sus últimas palabras: “Dentro de poco volveremos a encontrarnos, porque ese es el destino de todos los hombres. Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a la Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los voy a olvidar”.
Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas arrojadas al mar Mediterráneo. Sus memorias, unas 1200 páginas manuscritas en prisión, fueron difundidas cuarenta años después. Se presume que sus hijos y nietos viven en la Argentina bajo otra identidad.
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