El obrero buscaba información sobre sus familiares, quienes habían sido detenidos por agentes del Centro Nacional de Informaciones (CNI); nadie lo ayudó.
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Sebastián Acevedo estuvo 3 días vagando por estaciones de Policía, iglesias, oficinas gubernamentales y salas de prensa. El obrero chileno de 50 años buscaba información sobre sus dos hijos, María Candelaria y Galo, quienes habían sido detenidos por agentes del Centro Nacional de Informaciones (CNI), la oficina de inteligencia del régimen de Augusto Pinochet. Pero nadie lo ayudó.
Sin respuestas y desesperado, el 11 de noviembre de 1983 se instaló frente a la catedral de Concepción, una ciudad en el centro-sur de Chile, se roció con gasolina y se prendió fuego.
Torturas en Playa Blanca
Sebastián Acevedo siempre fue un padre presente. Trabajaba como minero del carbón en la comuna industrial de Coronel, en el centro- sur de Chile, y a veces de pescador, intercambiando sus productos del mar por pollo o carne para alimentar a su familia.
Apasionado de la música clásica y la lectura, en su pequeña y sencilla vivienda tenía una biblioteca de más de dos 1000 libros que abordaban variados temas, desde la historia del Medio Oriente hasta matemáticas o álgebra.
Aunque era profundamente cristiano, militaba en el Partido Comunista y en algún momento llegó a pertenecer al Grupo de Amigos Personales de Salvador Allende (GAP). De sus cuatro hijos, dos de ellos ingresaron a las Juventudes Comunistas en medio del régimen de Augusto Pinochet.
Maria Candelaria -a quien su padre llamaba “patitas de canario”- y Galo realizaban tareas de resistencia y participaban de barricadas y de las pocas protestas clandestinas que se hacían en esa época. En 1983, ambos entraron en la lista de los enemigos del régimen.
Así, el 9 de noviembre de ese año, más de 30 hombres armados entraron en la casa de Sebastián Acevedo para detener a Candelaria, quien hoy, en conversación con BBC Mundo, recuerda que apenas se alcanzó a poner algo de ropa antes de que la esposaran, le vendaran los ojos y la subieran a un vehículo.
“Mi papá vio todo eso. No lo dejaron hablar…. Esa fue la última vez que lo vi”, dice. La joven, que entonces tenía 25 años y dos hijos, fue llevada en completo hermetismo a un centro de detención frente a Playa Blanca, ubicado a pocos kilómetros de su casa, en la comuna de Coronel.bAllí, sufrió torturas de diferentes tipos.
“Me dieron golpes de puño, golpes en los oídos. Me hicieron sacarme la ropa y me aplicaron electricidad en mis genitales y otras partes del cuerpo”, recuerda.
En un momento, Candelaria notó que su hermano Galo también estaba en este centro de detención. Lo habían agarrado 1 hora y media después que a ella, en la constructora en la que trabajaba. Los pusieron frente a frente y les preguntaron si se conocían. Galo lo negó y también lo torturaron, afirma Candelaria. Durante los tres días en que estuvieron en el centro de detención frente a Playa Blanca, los hermanos perdieron la noción del tiempo.
Días frenéticos
Mientras tanto, el padre de los jóvenes llevaba adelante una búsqueda desesperada. La directora audiovisual Josefina Morandé estuvo años investigando este caso para su documental El don Absoluto: la vida de Sebastián Acevedo, que se estrenó recientemente.
En él, aparece Elena Sáez, esposa de Acevedo y madre de Candelaria y Galo, en una grabación inédita que fue realizada en 1983, días después de los acontecimientos.
Sáez relata parte de la desesperación que vivieron buscando a sus hijos. “Ya no hallábamos dónde ir. El segundo día llegamos como a las dos de la mañana, en la última micro (bus). Le decía yo ‘esperemos, esperemos, negro…’ y él me dijo: ‘Mira, ¡lo que tú quieres es que te traigan a tus hijos muertos! Tenemos que seguir adelante’”, dice la mujer.
La desesperación de Acevedo se enmarca en una época oscura en Chile. 10 años antes había llegado al poder Pinochet tras derrocar al presidente socialista Salvador Allende.
Pinochet impuso un régimen que, de acuerdo con varias comisiones de verdad, dejó más de 40.000 víctimas, incluyendo ejecutados , detenidos desaparecidos y presos políticos. “Cuando él vio que se llevaban detenidos a sus hijos se desesperó porque existía una alta posibilidad de que nunca más aparecieran. Tenía terror de no volver a verlos nunca más”, le explica a BBC Mundo Marcela Morilla, productora general del documental dirigido por Josefina Morandé sobre Sebastián Acevedo.
Así, el obrero vivió días frenéticos. No durmió ni comió. Solo tenía cabeza para buscar a sus hijos. Luego de haberlo intentado todo -incluidas solicitudes de ayuda a las autoridades regionales y visitas a las estaciones de policía e iglesias-, se dirigió a un periodista local, llamado Mario Aravena, a quien le dijo que no entendía por qué mantenían “escondidos” a sus hijos. Luego, le advirtió a Aravena que si no los soltaban se “crucificaría o quemaría vivo”. Más tarde el periodista reconocería que no le creyó.
La inmolación
El viernes 11 de noviembre, Sebastián Acevedo compró dos bidones de gasolina y un encendedor. A las 15:30 horas, tras despedirse de su esposa, se dirigió a la catedral de Concepción.
Según la prensa local de aquella época, el hombre dejó su chaqueta en la puerta del arzobispado, su carnet de identidad y se fue diciendo que se iba a quemar. Al salir, se volcó uno de los bidones sobre su cuerpo mientras exigía información de sus hijos.
Cuando un policía intentó detenerlo, prendió el encendedor. Completamente en llamas, bajó las escaleras de la Catedral y cruzó hacia la plaza principal de la ciudad, gritando por sus hijos. Algunos transeúntes miraban sorprendidos mientras otros intentaban ayudarlo. Pero fue inútil.
En el documental de Josefina Morandé, el sacerdote Enrique Moreno, que estaba allí, recuerda que luego de que el hombre se desplomara, se le acercó para darle la extremaunción.
“Él me repitió ‘que la CNI devuelva a mis hijos, que la CNI devuelva a mis hijos’”, dice en el filme. Con el 95% de su cuerpo quemado, Sebastián Acevedo fue trasladado al hospital regional. Casi al mismo tiempo, su hija Candelaria fue dejada en libertad y Galo fue trasladado a la cárcel pública de la ciudad de Concepción.
“Patitas de canario”
Lo que sigue es un relato de María Candelaria para BBC Mundo sobre lo que pasó después de que la dejaran en libertad.
“El día en que mi papá se inmoló, me fueron a buscar al patio del centro de detención y me dijeron que había un sacerdote que estaba preocupado por nuestra situación y que, por lo tanto, me iban a sacar de allí.
Llegué a mi casa, golpeé la puerta y me hermana me dijo: ‘¿Tú no sabes lo que pasó? Tu papá se quemó en la catedral’.
Así que salí de la casa y me fui al hospital regional, para saber si era verdad.
Un taxi me llevó hasta el sector de urgencia. Pregunté por mi papá y me dijeron que sí, que estaba ahí.
Me pidieron que esperara. Salió el médico, un sacerdote, la enfermera… querían ponerme un calmante. Yo les dije: ‘No lo necesito, lo único que necesito es saber en qué condiciones está mi papá’.
Entonces le preguntaron a mi papá si quería recibirme. Les dijo que no, que no quería que lo viera como estaba, que prefería que yo me quedara con su imagen de siempre.
Me dieron la opción de hablar con él a través de un citófono.
Lo primero que me pidió fue que le dijera cómo me decía él cuando era niña. Quería corroborar que era yo realmente.
‘Patitas de canario’, le contesté.
Entonces me pidió que me preocupara de mi hermano, para que saliera de la cárcel. También me dijo que criara a mis hijos derechitos, que fueran personas honestas, rectas, con principios. Y también me pidió que cuidara a mi madre.
En definitiva, me hizo hacerme cargo de la familia.
Después de eso no supe nada hasta la medianoche, cuando me dijeron que mi padre había fallecido”.
¿Por qué su caso es importante?
La acción de Sebastián Acevedo impactó profundamente en Chile. A sus funerales acudieron alrededor de 15.000 personas. Y es que su figura despertó admiración en diversas organizaciones cristianas y de las que estaban en contra del régimen de Pinochet.
Tiempo después se creó en su honor el “Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo” que denunciaba las violaciones a los derechos humanos y que estaba liderado por el sacerdote católico chileno José Aldunate. Irene Cambias pasó a integrar este movimiento a los 21 años.
En conversación con BBC Mundo afirma que para ella Sebastián Acevedo es un ícono de la lucha pacífica contra la dictadura.
“Cuando él se inmoló, era consciente de que eran muchos los que estaban pasando por su misma situación… entonces no lo hizo sólo por sus hijos, sino por todo Chile. En ese momento ya habíamos hecho de todo: huelgas de hambre, marchas, conversas… y en Chile todavía habían muchos que no creían que se estaba torturando. Su inmolación fue una clara denuncia de que en Chile sí se torturaba”, indica.
Una opinión similar tiene la documentalista Josefina Morandé. “Este caso dejó al descubierto lo que estaba pasando. Ya no se podía esconder. Algunos trataron, como la ministra de Justicia (Mónica Madariaga) que llamó al doctor de Sebastián Acevedo para decirle que tenía que cambiar la causa de muerte. Y el doctor lo defendió y dijo que era una inmolación”, comenta.
Morandé asegura que, además, este caso es importante en el contexto de lo que estaba pasando en Chile en 1983. “Ese año fue muy importante porque empezaron a aparecer las primeras protestas. La gente empezó a salir a la calle a rebelarse. Y esta inmolación vino a coronar ese año”, dice.
A pesar de que Candelaria fue dejada en libertad el día en que su padre se quemó, dos semanas después fue detenida nuevamente. Esta vez, sin embargo, fue llevada a la cárcel pública y, al menos, se sabía dónde estaba, lo que era un alivio para su familia.
Ahí estuvo 1 año y 2 meses. Lo mismo sucedió con su hermano Galo, quien fue procesado por formar grupos paramilitares y por violar la ley de control de armas y explosivos, permaneciendo en la cárcel pública de la ciudad de Concepción durante los siguientes dos años.
Hoy ambos están convencidos que la acción de su padre no sólo les salvó la vida a ellos sino que también a muchos otros chilenos. Su sacrificio, dice Candelaria, fue un “acto de amor y rebeldía”.
*Por Fernanda Paúl
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