Se reaviva en Francia un agitado debate ideológico sobre el “islamo-progresismo”
PARÍS.– El término no es nuevo pero, como un búmerang, vuelve periódicamente a envenenar el terreno político-ideológico francés al punto de obligar a las máximas autoridades del Estado a intervenir para limitar los daños. Esta semana, el presidente Emmanuel Macron debió hacer serios esfuerzos para calmar la polémica desatada por una de sus ministras, que anunció haber lanzado una investigación para hacer desaparecer las prácticas de “islamo-gauchisme” (islamo-izquierdismo o quizás también islamo-progresismo) en la universidad.
La declaración, lanzada durante una entrevista televisada por Fréderique Vidal, ministra de la Educación Superior e Investigación, no solo causó estupor entre los miembros de la Conferencia de Presidentes de Universidad, que denunciaron de inmediato las “representaciones caricaturales” y “argumentos de charlas de café”.
El martes, el mismo Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) —que según Vidal debía encargarse de la investigación— criticó “los intentos de desligitimar los diferentes campos de la investigación”.
Por su parte, el palacio del Elíseo se apresuró a dejar en claro su posición, reafirmando el “apego absoluto a la independencia de los profesores e investigadores” del presidente Macron. “Esa concepción es compartida por el conjunto del gobierno y seguirá siendo defendida”, declaró su vocero, Gabriel Attal.
En la cúpula del Estado afirman que ni el presidente ni el primer ministro, Jean Castex, estaban informados de la iniciativa de la ministra que —según explicó— tenía por objetivo “distinguir entre lo que responde a la investigación académica y lo que está motivado por el militantismo y la opinión”.
“Su salida fue inoportuna en momentos en que, por culpa de la pandemia, los estudiantes universitarios viven momentos dramáticos”, señala una fuente gubernamental.
Pero si Macron tomó sus distancias, Vidal fue sin embargo fue apoyada por representantes políticos de la extrema-derecha y del ala derecha de la mayoría gubernamental. Entre ellos el ministro del Interior, Gérald Darmanin, que la calificó de “valiente”, dándole la razón.
Pero, ¿qué es ese famoso islamo-gauchisme que agita desde hace años los círculos intelectuales franceses? La expresión —cuyos contornos son bastante confusos— es utilizada frecuentemente para acusar a la gente de izquierda de ser ciega al peligro del extremismo islamista y demasiado preocupada por cuestiones de identidad y racismo. Quienes la utilizan son los defensores de un laicismo absoluto, que además reivindican una actitud realista ante el islam y el islamismo.
“Son infames los islamo-izquierdistas que acusan de islamofobia a aquellos que tienen el coraje de decir ‘queremos que las leyes de la república se apliquen a todos y, sobre todo, a todas’”, declaró la célebre filósofa Elisabeth Badinter, refiriéndose al eterno debate sobre el velo islámico para las mujeres.
“La expresión designa a aquellos que, en nombre de una visión comunitarista y norteamericanizada de la identidad combaten el feminismo universalista y el laicismo”, estima a su vez la ensayista francesa Caroline Forest, que lo utiliza comúnmente. Para aquellos que lo padecen, el término es solo un arma para descalificar una lucha legítima: hacer oír la voz de los musulmanes “racializados” y “discriminados”, afirman.
Sin ninguna justificación científica, el término —que funciona muy bien en el terreno mediático— se ha convertido en un montaje seductor y eficaz para intervenir en el debate cada vez más difícil entre los intelectuales franceses. En ese sentido, aún cuando se refiera específicamente al islam, el término islamo-izquierdismo comparte algunas similitudes con el inglés “woke”, generalmente usado como insulto por la gente de derecha contra la izquierda.
En este momento, justamente, Francia es objeto de una campaña crítica contra su secular tradición laicista y republicana por parte de esos medios intelectuales anglófonos partidarios del movimiento woke. Ese nuevo militantismo nacido en Estados Unidos, que coloca las injusticias que sufren las minorías en el centro de todos los debates, cuenta a prestigiosos medios anglófonos entre sus defensores más influyentes.
Víctima a su vez de un tropismo cultural, el periódico The New York Times publicó recientemente un artículo titulado “El nuevo enemigo de Francia: la izquierda norteamericana woke y sus universidades”, donde afirmaba que “los franceses no son capaces de enfrentar sus problemas raciales”, pasando así por alto que la negativa a dividir la sociedad en razas o comunidades es uno de los fundamentos de la república francesa, diferencia esencial con la concepción social de países como Estados Unidos o Gran Bretaña donde el comunitarismo es perfectamente aceptado.
En todo caso, el origen de la expresión es tan oscura como sus contornos. En Francia apareció por primera vez en 2002. En su libro, La Nueva Judeofobia, el sociólogo Pierre-André Taguieff lo utiliza para describir los lazos entre grupos de extrema izquierda y miembros de la comunidad musulmana. Se refería específicamente a grupos pro-palestinos donde neo-izquierdistas (trotskistas, anarquistas y activistas antiglobalización) manifestaban junto a islamistas del Hezbolá o del Hamas, que pedían la eliminación de Israel.
Según Taguieff, desde entonces, la expresión terminó siendo utilizada “para todas las salsas”.
Otra referencia histórica se encuentra en un artículo que Chris Hartman, líder del partido trotskista británico, Socialist Workers Party (SWP), escribió en 1994. En una larga reflexión sobre la naturaleza del islamismo y el estado de las luchas sociales de la época, afirmaba que la izquierda había cometido dos errores: haber considerado a los islamistas como “fascistas” y haberlos imaginado “progresistas”. En consecuencia, era necesario que la izquierda se acercara a los convencidos del islamismo para devolverlos a su girón. Es obvio que su posición era más ambigua que un simple llamado a aliarse con los islamistas. Sin embargo, fue esa interpretación la que predominó.
Muchos son los intelectuales que denuncian esas “expresiones-valija” que sirven para estigmatizar. En su libro Los intelectuales falsificadores, el geopolitólogo Pascal Boniface critica ferozmente esos conceptos igual de vacíos que inútiles en la formulación.
“La originalidad del concepto podría ser un argumento en su favor. Pero se trata en realidad de un sinsentido, como lo fueron en el pasado las expresiones hitlero-trotskistas o judeo-bolcheviques”. Ellas también pretendían ser descalificadoras y, como en este caso, también se basaban solo en fantasmas.
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