Se independizó del que es hoy el país más corrupto de Europa y un siglo después es el más transparente del mundo
Durante más de 100 años, hasta la revolución bolchevique, Finlandia formó parte de lo que hoy es la Federación de Rusia; cómo es ahora la vida cotidiana en un sistema sin corrupción
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La joven Irina M., de 22 años, recordó a LA NACION que cuando hace tres años se propuso obtener su licencia de conducción en San Petersburgo, Rusia, tenía que hacer primero un curso en una escuela privada, luego aprobar los exámenes y finalmente realizar el trámite burocrático. Pero mucho más sencillo y rápido fue directamente sobornar a un empleado y “comprar” el diploma del curso y la licencia oficial por el equivalente a 1000 euros, sin curso ni exámenes. Todo esto no era para Irina M. una sorpresa ya que en Rusia, su país natal, la sociedad está acostumbrada al pago de sobornos y a la corrupción en pequeña y gran escala, al punto que en el ránking de Transparencia Internacional figura desde hace años como el país más corrupto de Europa.
El cambio para Irina M. sucedió cuando cruzó la frontera norte y se radicó en Finlandia en 2017. El trámite en sí de la licencia es sencillo en la Ajovarma (la oficina finlandesa que gestiona licencias y carreteras), aunque los cursos previos y exámenes de manejo son extremadamente difíciles y exigentes, y el costo total ronda también los 1000 euros. Pero no existe absolutamente ninguna otra posibilidad de obtener el carnet de conductor. Y, por más que averiguó con sus amigos, a ninguno le entraba en la cabeza la idea de vías “alternativas”.
Así funcionan ambos países, en lo pequeño y en lo grande.
Lo llamativo es que, pese a que ahora transitan caminos diametralmente opuestos, hace poco más de un siglo el Imperio Ruso lo abarcaba todo, desde Finlandia hasta el estrecho de Bering (frente a las costas de Alaska), una inmensa superficie bajo control de un único zar que fue quien rigió los destinos del imperio. Luego llegó la revolución bolchevique.
Eran los tiempos en que se justificaba cualquier arbitrariedad del zar atribuyendo el problema a la corte. “El zar es bueno, los malos son los boyardos” [tsar jarashó, boyardi ploshe].
¿Cómo fue que luego de haber vivido bajo la normativa rusa, Finlandia logró ubicarse en las antípodas en el ránking mundial de corrupción? ¿Qué efecto tuvo en Finlandia el llamado proceso de “rusificación” (Sortovuodet, en idioma finés)? ¿Qué pueden aprender otros países de la experiencia de Finlandia que, además, es el país más feliz del mundo?
Esta pequeña nación nórdica, con 5,5 millones de habitantes en una superficie algo mayor que la de la provincia de Buenos Aires, es también conocida por sus 188.000 lagos, muchos de ellos congelados gran parte del año, que cubren el 10% de su superficie -la mayor proporción en el mundo-, un paisaje que sorprendió a Robertino Giorgetti cuando se radicó allí en 2019.
Giorgetti, de 33 años, nació y se formó en la Argentina, que está en el puesto 78 en el ránking de 180 países de Transparencia Internacional (Finlandia suele alternarse en los primeros lugares junto con los países escandinavos, y Rusia está en el puesto 129). En Tampere, la segunda ciudad con más habitantes de Finlandia, trabaja desde hace dos años como gerente general de un pub estilo irlandés, y no deja de sorprenderlo la vida en un país sin corrupción.
En junio estalló un escándalo que ocupó la portada de los medios finlandeses cuando se supo que la primera ministra Sanna Marin gastaba unos 850 euros mensuales (unos 30 euros diarios) para el desayuno de su círculo familiar en la residencia oficial, siendo que el Estado finlandés no prevé cubrir los gastos de la alimentación familiar.
“Cuando en ese momento le comenté a mis amigos finlandeses algunos casos de corrupción de la Argentina, la reacción fue de incredulidad. Me decían que era imposible, que estaba exagerando o que mentía”, recordó Giorgetti a LA NACION.
“El cuidado por la ética en la vida pública y privada es algo tan marcado que resulta casi contagioso. Y quizás algo que no es una infracción, y que uno haría sin ningún cuestionamiento en su país, acá no lo hace porque no está bien visto ni es socialmente aceptado. Y en eso los finlandeses tienen un orgullo nacional, como una rivalidad histórica en la que se sienten diferentes de los rusos”, agregó.
La influencia sueca
El vínculo entre Finlandia y su poderoso vecino es ancestral. Pero los historiadores consideran que aunque los primeros pobladores probablemente hayan venido de la Siberia, los casi 700 años de dominio sueco a partir de 1154, fueron los que definitivamente marcaron a las instituciones finlandesas. Y no pudieron ser opacados por un siglo de gobierno ruso (1809-1917).
“Una de las instituciones claves que estableció el reino de Suecia fue la Dieta, o Parlamento, donde estaban representadas la nobleza, el clero, la burguesía y, sorprendentemente, también los campesinos. Como el campesinado soportaba el 90% de la carga impositiva del reino, se consideraba que debía tener derecho a influir en las decisiones que los afectaban”, recordó a LA NACION el historiador Petri Karonen de la Jyväskylä University.
“Además, desde el punto de vista legal, ya en tiempos medievales, en Suecia todos tenían derecho a quejarse de las arbitrariedades de los superiores, y el rey estaba obligado a investigar los reclamos. El histórico derecho a la apelación es una muy buena explicación de la situación de igualdad ante la ley en la sociedad finlandesa de hoy”, agregó el profesor Karonen.
Otro factor que prolongó la impronta sueca fue que tras la ocupación rusa, el emperador Alexander I (1777-1825) permitió conservar antiguos privilegios, la forma de gobierno y la religión luterana. Finlandia se convirtió en un Gran Ducado con su propio gobierno dentro del imperio ruso.
El profesor emérito Ari Salminen, de la Vaasa University, uno de los académicos que estudió más a fondo el tema, sostuvo en diálogo con LA NACION que “hay una raíz común con los valores de los otros países nórdicos” en los pilares la lucha contra la corrupción: la defensa de la democracia y de los derechos de los ciudadanos, la igualdad ante la ley, así como la apertura y la transparencia en la administración del Estado.
Entre las claves de Finlandia, el profesor Salminen mencionó: “Las instituciones públicas son confiables para la gente, con premios y sanciones para los funcionarios. También existe una autoridad de vigilancia estricta y además una prensa independiente”.
“Rusificación”
Los finlandeses recuerdan con horror la época de la llamada “rusificación”, a fines del siglo XIX, que en idioma finés llaman Sortovuodet “tiempos de opresión”. Básicamente fue un intento de poner fin a siglos de autonomía local y colocar bajo control directo de Moscú todas las instituciones políticas, militares y hasta la iglesia luterana y los medios de prensa.
La resistencia activa de la población a la Sortovuodet no solo terminó llevando a la declaración de la independencia de Finlandia en 1917, sino que, por una cuestión de orgullo e identidad nacional, provocó un efecto acción-reacción fortaleciendo la identidad propia con banderas que Rusia había puesto en peligro: instituciones locales autónomas con una Dieta de representación diversificada, la afirmación de la ética luterana de la austeridad y el trabajo duro, y medios de comunicación independientes.
“Yo no sé cuánto es posible ‘exportar’ nuestra experiencia porque la corrupción siempre es un fenómeno cultural”, advirtió el profesor Salminen. “Si en otro país las raíces y las causas de la corrupción son diferentes, las mismas medidas podrían no tener éxito. No se trata de una fórmula de ‘talle único’”, agregó. “Pero buscar la eficiencia en la administración, desarrollar la ética del servicio civil, y contar con instrumentos de control independiente, pueden ser áreas para capacitarse y desarrollar en cualquier nación”.
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