Saqueo de obras, destrucción de monumentos y quema de libros: la guerra cultural, el otro “genocidio” de Rusia en Ucrania
Cientos de sitios culturales han sido dañados desde el comienzo de la ofensiva del Kremlin, en lo que el gobierno ucraniano ve un objetivo de borrar del mapa la identidad del país
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Según la premisa de Fahrenheit 451, el clásico de ciencia ficción del novelista norteamericano Ray Bradbury, la sociedad no debe tener cultura. Una brigada incendiaria del gobierno -un cuerpo de bomberos a la inversa, que usa lanzallamas en vez de mangueras y atiza el fuego en vez de apagarlo- debe rastrear y quemar los libros. El arte y el saber se sacrifican en nombre del sometimiento.
Lo mismo sucede en Ucrania con todo lo que tenga que ver con la cultura por donde pasan los rusos. Según los registros de la Unesco, la invasión rusa dañó al menos 240 sitios del patrimonio cultural del país desde el comienzo de la guerra. El gobierno ucraniano tiene una lista incluso más amplia, que incluye además otro tipo de instalaciones.
Algunos sitios fueron sacudidos hasta los cimientos, como tantos edificios en el país; otros fueron consumidos por las llamas, y otros se mantienen más o menos en pie, muchas veces con daños irreparables.
Se trata de iglesias, teatros, museos, bibliotecas, monumentos y otros bienes culturales. Hay daños registrados en sitios arqueológicos, edificios antiguos y también en instituciones modernas. Con las bibliotecas arden los libros, y con los museos las pinturas, aunque muchas son salvadas por el esfuerzo, la voluntad y la pericia de expertos y voluntarios.
“Aunque el aspecto humanitario de la guerra es crucial y debe seguir siendo prioritario, no podemos descuidar la cultura. El impacto de la guerra en la cultura ha sido considerable. La situación es mala y puede ser cada vez peor”, dijo a LA NACION Krista Pikkat, directora de Cultura y Emergencias de la Unesco. “La herencia cultural suele ser un daño colateral, pero a veces se la ataca específicamente por ser la esencia de la identidad de los países”.
In Mariupol, Russians destroyed a monument to one of the founders of the city, Metropolitan Ignatius pic.twitter.com/p7nbNoX1VT
— Anastasiia Bakulina (@nastyabakulina_) April 24, 2022
Las armas de los rusos son el conocido arsenal de misiles, obuses, drones y armas de fuego… el mismo que dejó miles de muertos y siete millones de desplazados. También hay saqueos y expropiaciones de tesoros culturales, como sucede en cada guerra como botín sobre las poblaciones civiles. Moscú declaró manu militari como rusos algunos de estos tesoros situados en Crimea, la península anexada en 2014, y en los territorios orientales invadidos.
La filial ucraniana del PEN Club Internacional denunció en un extenso documento que la maquinaria de guerra rusa “ha destruido o dañado no solo edificios culturales nacionales, incluyendo sitios históricos y religiosos, sino también pequeños santuarios comunitarios en pueblos y ciudades donde la gente se reúne para disfrutar del arte, la música, la literatura y otras formas de cultura”.
En un incidente en la región de Kiev, por citar uno de los casos más conocidos, la artillería rusa golpeó el Museo de Historia de Ivankiv, donde se exhibían las obras de Maria Prymachenko. Referente del arte naif, la artista fallecida en 1997 fue una de las pintoras más famosas del país y el año 2009 fue declarado por la Unesco como el año Maria Prymachenko. Parte de sus pinturas ya estaban en la capital, y parte fue rescatada por vecinos del lugar. Pero aun así se perdieron unos 25 trabajos.
Ataques deliberados
¿Cuánto daño es colateral y cuánto es deliberado? Pregunta ociosa cuando se trata de conductas de todos modos destructivas. Pero hay objetivos con certeza premeditados. Por ejemplo, la artillería rusa destruyó la histórica casa del poeta y filósofo ucraniano Hryhorii Skovoroda, situada en un poblado cercano a la ciudad de Kharkiv. Según denunciaron las autoridades, el lugar estaba totalmente alejado de cualquier objetivo militar evidente, como vías férreas o depósitos de municiones.
Skovoroda fue una figura relevante del renacimiento cultural ucraniano en el siglo XVIII, y en 2022 se cumplía el 300 aniversario de su nacimiento. Si bien la casa-museo que lo recordaba quedó arrasada por los morteros rusos, su estatua sobrevivió milagrosamente y se convirtió, mal que le pese al Kremlin, en símbolo de la resistencia.
Ucrania considera la destrucción de sus sitios culturales como parte de un genocidio. Según la definición de la ONU, como advirtió en varias ocasiones el ministro de Cultura, Oleksandr Tkachenko, el genocidio “también tiene que ver con nuestra identidad, representada en nuestra herencia cultural, nuestro idioma y nuestra historia”.
La mayoría de los sitios afectados por las bombas, lamentó Tkachenko durante el foro anual Ucrania Creativa, a fines de 2022, “son bibliotecas y clubes, como comprenderán, pero entre ellos hay un número extremadamente grande de lugares del patrimonio cultural que están dañados o destruidos por completo. Nos enfrentamos a un reto extremadamente grande sobre qué hacer”.
¿Qué hacer, en efecto, para proteger edificios y monumentos de las bombas y del fuego? En realidad, los ucranianos pusieron manos a la obra desde el primer día. Ya entonces circulaban fotos de estatuas cubiertas de pies a cabeza con bolsas de arena. Y es solo una de las maneras de preservar lo que se pueda hasta que pase la tormenta de obuses, y vengan días más luminosos y creativos.
“Además de evaluar los daños, brindamos asistencia en el terreno para proteger los bienes culturales y prevenir su destrucción. Por ejemplo, asesoramos en cómo mejorar las medidas de protección contra incendios e identificamos lugares seguros para las obras de arte en caso de que se precise moverlas”, dijo Pikkat. “También distribuimos generadores eléctricos y equipos de protección para cubrir fachadas o ventanas. El invierno agrega desafíos al sector, porque el daño a los edificios de los museos pone en riesgo las colecciones que albergan”.
The Russians looted the Kherson art museum and brought valuable works of the XVII-XX centuries to Simferopol. Kherson is under temporary occupation now. And then you ask why precious 🇺🇦 artworks in russian museums? Because they stole it. @suspilne_news pic.twitter.com/v2igpbKzj0
— Ukrainian Art History (@ukr_arthistory) November 7, 2022
No todo es destrucción pura y dura. Como la ocasión hace al ladrón, las fuerzas rusas vacían los museos como si estuvieran haciendo la mudanza de su casa. En el Museo de Arte Oleksii Shovkunenko, de Kherson, tres camiones y un micro escolar salieron cargados de obras en un solo día, el 1 de noviembre pasado. Al día siguiente salieron otros dos camiones. Y un día después volvieron con un micro por el resto del botín. Era un museo enorme, y requirió un esfuerzo a cuatro manos de los denodados saqueadores, que se embolsaron como premio 15.000 piezas. ¿El destino? Simferopol, en la anexada Crimea.
Como señaló la experta de la UNESCO, a menudo las obras y colecciones son desplazadas por las autoridades ucranianas a lugares seguros, a salvo de la violenta rapacidad enemiga. Según alertó el ministro Tkachenko, “probablemente estamos tratando con el mayor saqueo de colecciones de museos desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, también estamos tratando con la mayor evacuación de colecciones desde la Segunda Guerra Mundial”.
En un operativo conjunto que requirió preparativos silenciosos y maniobras clandestinas, lejos de los focos enemigos, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de España recibió, a fines de noviembre pasado, docenas de obras de arte de vanguardia ucraniano, rescatadas gracias a un acuerdo con el Museo Nacional de Arte de Ucrania.
Los camiones con las pinturas salieron despachados para poner distancia de seguros salvajismos, pero a poco de andar tuvieron que pasar por la ciudad de Lviv, blanco de ataques sorpresivos. La carrera de obstáculos continuó al llegar a la frontera con Polonia, que justo estaba cerrada por la caída de un misil. Cuando reabrieron los controles, el viaje por fin se encaminó a la capital española, en un recorrido de 3500 kilómetros. Ahora se exponen en una muestra temporal denominada “En el ojo del huracán. Vanguardia en Ucrania, 1900-1930″. Si es por huracanes, todavía faltaba el paso de los nazis y la invasión en curso.
A library in #Chernihiv after meeting with #Russian “civilization”.#StopPutinNOW #ArmUkraineNow pic.twitter.com/NuUDFpuIgR
— olexander scherba🇺🇦 (@olex_scherba) April 14, 2022
Destrucción total
Las bibliotecas tienen un lugar destacado en esta fiesta oscurantista. Como si de verdad se guiaran por los principios de Fahrenheit 451, en la Catedral de San Pedro Mohyla, en Mariupol, los ocupantes rusos sacaron una colección de libros y la quemaron en el terreno del fondo, en algo que mucho recuerda también a los nazis. Y en otras ciudades tomadas, ordenaron la remoción de manuales y otros textos de las bibliotecas escolares.
“Este es un rasgo característico de Rusia, destruir el idioma nativo, imponer sus propias reglas de vida. Las bibliotecas en las regiones de Donetsk, Kiev, Mykolaiv y Kharkiv fueron las más afectadas. Ciento una bibliotecas perdieron una significativa parte de sus fondos, y en 21 no queda un solo documento”, enumeró ya en agosto el viceministro de Cultura, Rostyslav Karandieiev.
Los ocupantes también amenazaron, detuvieron y mataron a directores de museos y demás gente de la cultura. Fueron excesos con nada de accidental y mucho de sangre fría. Días después de la invasión, el 1 de marzo, los soldados entraron en la casa de Leila Ibrahimova, directora del Museo de Historia de Melitopol, y la secuestraron. Fue liberada horas más tarde, luego de resistirse a confesar dónde estaban las colecciones de oro antiguo. Los ocupantes buscaron otra víctima y secuestraron a la curadora del museo, Halyna Kucher, quien también se negó a cooperar. No se supo más de ella.
En esta frenética guerra cultural, que corre en paralelo a la guerra territorial, Ucrania decidió deshacerse de los nombres rusos en el espacio público, cambiando los símbolos que realzan o recuerdan a los héroes del enemigo. Los hay sembrados por toda Ucrania, en parte por sus innegables lazos históricos, en parte por la población ucraniana de habla rusa, y en parte, quizás, por pura inercia de los años tutelados por Moscú, como en la era soviética. En todo caso, Ucrania decidió que sus visas expiraron.
Una de estas estrategias contraculturales ha sido cambiar los nombres rusos de calles, de los que tenía de sobra, para honrar a sus propios artistas y próceres, que por cierto no le faltan. Las estatuas también están mutando. A fines de diciembre removieron de su pedestal, en el centro de Odessa, la estatua de la emperatriz Catalina la Grande, y la sustituyeron por la bandera de Ucrania. Catalina II convirtió a Rusia en la potencia hegemónica del este de Europa, razón de más para querer expulsarla.
La lucha por la identidad ucraniana continuará, según parece, hasta el fin de la guerra. Pero, de acuerdo con Tetyana Pylyptchuk, directora del Museo Literario de Kharkiv, nunca debió ser así. “La cultura es la base de todo -aseguró-. Si la cultura se hubiera extendido como debería, probablemente la gente no estaría muriendo y no habría guerra”.
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