Salvatore “Totó” Riina: una vida ligada al crimen desde la adolescencia
Había nacido en Corleone el 16 de noviembre de 1930 en una pobre familia de campesinos
ROMA.- Lo llamaban Totó “el terrible”, “el tirano”, “la bestia”, el “viddano” (paisano). Cuando fue arrestado el 15 de enero de 1993, después de haber estado 24 años fugitivo, un día histórico para Italia , sorprendió por su aspecto bonachón, más parecido al de un abuelito que al de un asesino despiadado.
Nacido en Corleone el 16 de noviembre de 1930 en una pobre familia de campesinos, Salvatore “Totó” Riina –que murió esta madrugada a los 87 años en la sección para detenidos del hospital mayor de Parma- conoció la cárcel muy temprano en su vida. A los 18 años tuvo su “bautismo” criminal, con una condena a 12 años por el homicidio de coetáneo tras una pelea callejera.
Su hermano y su padre murieron cuando era adolescente, en 1943, mientras intentaban extraer pólvora de una bomba que no había estallado dejada por los norteamericanos. Su maestro en la mafia fue su compaisano Luciano “Lucianeddu” Leggio, que lo hizo entrar en la Cosa Nostra y de quien enseguida se convierte en su “vice”. Su ascenso en la organización fue meteórico, a golpe de homicidios. En la banda entonces también estaba Bernardo “Binnu” Provenzano, otro nombre fuerte de la criminalidad, también de Corleone. La avanzada de Totó, cada vez más decidido y todopoderoso, fue hacia Palermo, ciudad sede del gobierno regional de Sicilia, el lugar de la política y de los negocios. Allí estaban los bancos y allí llegaba el río de dinero que se originaba con el tráfico de estupefacientes. Cosa Nostra era por definición “palermocéntrica”.
Obligado a irse de Sicilia por la justicia, el pequeño padrino de Cosa Nostra eligió quedarse, como fugitivo, en la isla. Ya prófugo, comenzó con la eliminación de sus enemigos: en 1969 junto a Provenzano y otros hombres de honor, asesinó a tiros de metralleta al boss Michele Cavataio y otros mafiosos, en la denominada “masacre de Via Lazio”. Dos años después Riina, también llamado “u’curtu” por su baja estatura, asesinó al procurador de Palermo, Pietro Scaglione. Involucrado a lo largo de su carrera criminal en más de 100 homicidios y condenado a 26 perpetuas, su escalada en Cosa Nostra se volvió inarrestable. Y comenzaron sus primeros asesinatos políticos: el ex secretario provincial de la Democracia Cristiana, Michele Reina y, en enero de 1980, el presidente de la región, Piersanti Mattarella, hermano del actual presidente de Italia, Sergio Mattarella.
Capturado Leggio, Riina asumió el triunvirato de la cúpula mafiosa junto a Stefano Bontate y Tano Badalamenti. Un triumvirato que duró poco. Después de dos sangrientas “guerra de mafia”, con centenares de cadáveres en las calles, él se convirtió en el capo de todos los capos de la Cosa Nostra, con un poder absoluto e indiscutido.
Feroz y despiadado, Vito Ciancimino, ex alcalde mafioso de Palermo que fue su referente político, lo llamaba “la bestia”. Condenado en ausencia en un maxi-proceso que tuvo lugar en 1992, en el que fueron fundamentales las revelaciones del gran primer arrepentido de mafia, Tommaso Buscetta, Riina decidió entonces dar el paso más audaz de todos: declarle la guerra al Estado italiano. Primero, sin embargo, aplicando el código de la “vendetta”, la venganza, mandó a matar a once familiares de Buscetta, un traidor.
Dando inicio a la trágica “estación de masacres” de 1992, llegó después el homicidio de Salvo Lima, el hombre en Sicilia del siete veces ex primer ministro italiano, Giulio Andreotti. El 23 de mayo y el 19 de julio del mismo año, el magnicidio de sus enemigos históricos, los jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, que marcaron un punto de inflexión.
Un inolvidable 15 de enero del año siguiente, el capomafia más sangriento de todos los tiempos fue arrestado en Palermo, a dos pasos de una mansión-bunker que, increíblemente, nadie allanó durante 18 días, un período perfecto para borrar pistas de relaciones opacas con el mundo de los servicios secretos y de la política, aún bajo estudio en Italia.
Con su muerte, en efecto, el líder indiscutido de la Cosa Nostra, que jamás se arrepintió de su ferocidad, se lleva a la tumba misterios que probablemente nunca serán desvelados. Quedó claro cuando pudo interceptarse una conversación con su fiel esposa, Antonietta “Ninetta” Bagarella –con quien tuvo cuatro hijos, Lucia, Concetta, Giovanni y Giuseppe Salvatore, todos nacidos en una de las mejores clínicas privadas de Palermo-, cuando le dijo: “Yo no me arrepiento, no me van a doblegar, también puedo hacer 3000 años (de cárcel)”.
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