Rusia, Venezuela, Nicaragua... ¿por qué sobreviven las autocracias?
Hace casi diez años la tendencia global de democratización llegó a un punto muerto, mientras que los autoritarismos están afianzados y son más difíciles de revertir; qué riesgos implica
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Vladimir Putin tiene la poción mágica electoral. En los últimos 12 años, creció, como mínimo, 10 puntos porcentuales entre cada comicio presidencial. En 2012, obtuvo 64,35% de los votos; en 2018, 77,53%; en 2024, 87,28%, y, mejor aún, con una participación récord de 77,46% del padrón. El éxito llegó pese a que, en estos años, la Rusia de Putin atravesó recesiones, una pandemia con miles y miles de muertos ocultados y protestas multitudinarias. También un movimiento (y un líder) opositor como nunca había tenido el país en el siglo, dos invasiones a Ucrania, reclutamientos forzosos, levantamientos armados. En cualquier otro país, solo uno de esos fenómenos habría arrinconado a un mandatario hasta hacerlo perder los comicios. Pero nada detiene el tren electoral del presidente ruso.
Si el éxito impermeable de Putin continuara y si él quisiera presentarse a un sexto mandato (¿qué puede impedírselo?), sería poco sorprendente que, en 2030, registrara el 100% de los sufragios, con el 100% de participación. ¡Un hito en la historia contemporánea! Sí, un hito si fuera una democracia…
Los últimos casi 600 años de historia muestran que a los rusos les gustan los líderes fuertes y autoritarios. Unos 450 años de zares fueron seguidos por 74 años de revolución bolchevique y, luego, el régimen soviético. En los años 90, la primavera democrática –que entonces empezaba a iluminar a América Latina– cubrió la ex Europa del Este y Rusia. Occidente se ilusionó con el imperio de la libertad y los derechos humanos.
El camino no fue ni fluido, ni fácil, ni corto, pero la mayoría de esas naciones se esforzaron por cimentar la democracia y lo lograron. Rusia trató por un tiempo, pero recayó en su hábito autoritario, del que hoy nada parece alejarla, ni los cientos de sanciones occidentales ni el aislamiento de parte del mundo.
Otros países coquetean con esa recaída autoritaria, incluso algunos que integran el bloque que hizo de la democracia una vía excluyente para asegurar la paz después de medio siglo de guerras, la Unión Europea (Polonia, Hungría).
Ese péndulo entre democracia y autoritarismo no es exclusividad de Rusia o países de la exórbita soviética; ocurre también en Asia, América Latina, África. Y en muchos países tampoco es un vaivén; es, más bien, un camino de ida. Hace casi 10 años, según índices de varios continentes, la tendencia de democratización del mundo llegó a un punto muerto y las autocracias empezaron a crecer en número.
Hoy, esos autoritarismos están afianzados y son más y más difíciles de revertir, a pesar de esfuerzos internos y externos y a pesar también de que apenas compiten con las democracias en calidad de vida. De los 25 primeros países del índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, solo uno tiene rasgos autoritarios, Singapur. ¿Cómo sobreviven entonces las autocracias?
1. La paradoja de la democracia y los líderes fuertes
Venezuela fue, en las últimas décadas del siglo pasado, una de las democracias más sólidas de América Latina. Hoy pese a todo tipo de intentos diplomáticos de decenas de países, pese a la presión y condena de los organismos internacionales, pese a estrictas sanciones económica, pese a la resistencia de una oposición incansable, se encamina a ser una dictadura sin atenuantes.
China tiene una inclinación autoritaria similar a la rusa: emperadores, guerras civiles y un partido comunista todopoderoso, represivo y con capítulos totalitarios. Sin embargo, a principio de este siglo, Occidente se esperanzó con que el despegue económico chino y su integración comercial con el resto del mundo llevaría a Pekín a relajar su puño duro sobre los chinos. Con la llegada de Xi Jinping al poder, hace poco más de 10 años, ocurrió todo lo contrario y el régimen avanzó sobre el rincón de democracia más cercano, Hong Kong.
La democracia más grande del mundo, la India, despliega señales de autocratización explícita con el popular Narendra Modi, que este año va por una nueva rereelección. Túnez, la nación árabe que más pie democrático hizo con las primaveras árabes, hoy dio marcha atrás con los avances de transparencia institucional. Turquía, Pakistán, Nicaragua, El Salvador, Irán: todos están embarcados en algún grado de autoritarismo de poco retorno pese a las cruzadas de democracia y libertad lanzadas por movimientos opositores internos o por naciones occidentales.
El repaso de cinco informes de calidad democrática –V-Dem, IDEA, Freedom House, Economic Intelligence Unit y Polity– deja una radiografía cruda y contundente sobre un mismo fenómeno con dos caras: a la vez que las autocracias se fortalecen y atrincheran, las democracias son crecientemente desafiadas desde adentro por “fuerzas iliberales” y por la incapacidad de sus líderes de resolver los problemas diarios de las sociedades. Las cifras de 2023 son elocuentes.
2. Un diagnóstico crudo, un pronóstico amenazante
“Hoy, el 71% de la población global vive en autocracias, un aumento de 48% desde hace diez años”, dice el informe 2024 de V-Dem, el más usado por los académicos, y advierte que “los niveles de democracia experimentados por una persona promedio bajaron a los niveles de 1985″.
Polity, un informe que dejó de hacerse en 2017, agrega una variable histórica de todo el siglo XX. En la pos Segunda Guerra, vio un boom de autoritarismos que se desintegró junto con la Unión Soviética, a comienzo de los años 90. En ese momento, por primera vez en el siglo, el número de democracias empezó a superar a las autocracias.
Pero en la segunda década de este siglo el proceso se debilitó, en parte gracias a una de las grandes paradojas de la democracia: líderes autoritarios que llegaron al poder a través de elecciones y, una vez allí, se dedicaron a boicotear sistemáticamente las instituciones hasta neutralizar su capacidad de control sobre el Poder Ejecutivo. Nombres no faltan en ningún continente: Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Recep Tayyip Erdogan, Nayib Bukele, Viktor Orban, Modi.
Hoy, añade el reporte de V-Dem, son 42 los países en vías de autocratización; hace 20 años eran 11. Al revés, en 2003, 35 países habían comenzado un proceso de democratización; hoy son solo 18.
“La era de los conflictos”, el informe sobre calidad democrática en 2024 de Economist Intelligence Unit (EIU), desnuda un escenario global similar, identifica a 2015 como el año de mayor democracia del siglo y suma una advertencia sobre cuán difícil será de revertir la autocratización. “Los regímenes no democráticos se arraigan cada vez más y los regímenes híbridos tienen cada vez más dificultades para democratizarse”, diagnostica.
No todos los informes comparten las conclusiones parciales. V-Dem, un informe realizado por decenas de expertos sobre el estudio de 60 índices globales, por ejemplo, le otorga una de sus mejores calificaciones a América Latina: gracias a la recuperación institucional de Brasil, dice, la región es una de las que recuperó el impulso democratizante.
El informe EIU, sin embargo, advierte que América Latina “vive su octavo año consecutivo de declive democrático; 16 de 24 países cayeron [Guatemala, Honduras, el Salvador, Nicaragua, entre otros]”.
Por su lado, el informe anual de IDEA Internacional aplica un diagnóstico más neutral. “La mayoría de los países en América sigue desempeñándose en un nivel medio”.
3. El punto de quiebre
A la hora de buscar razones para este nuevo auge autoritario que las principales democracias del mundo no lograron anticipar, el informe de Freedom House enumera dos sobre las que la mayoría de los especialistas concuerdan. “Elecciones falladas y conflictos armados son las claves que alimentan este 18° año consecutivo de declive democrático”, explica.
Este año, en una especie de “mundial electoral”, más de la mitad de la población global votará en comicios regionales o generales y decenas de países optarán por sus nuevos jefes de Estado o de gobierno. Pero, irónicamente, el sufragio puede ser tanto vehículo de afianzamiento democrático como de supervivencia autoritaria, sobre todo si ese voto está fraguado.
La organización rusa Golos estudió los comicios en los que, hace dos semanas, Putin logró su quinto mandato, y llegó a la conclusión de que 22 de los 76 millones de votos que recibió fueron parte de una trama para aumentar el caudal electoral del presidente ruso.
“Todos los líderes autoritarios quieren decir que ganaron las elecciones abrumadoramente y ya no les importa mucho ser vistos como sucios. Solo les importa decir cuánta gente votó por ellos. Eso tiene un efecto aterrador sobre la población”, explica en diálogo con la nacion Javier Corrales, profesor de Amherst College especializado en regímenes autoritarios, sobre todo el de Maduro.
Las elecciones, según Corrales, también les da a estos líderes “una fachada democrática que hace difícil acorralarlos”.
“Dentro de las democracias más afianzadas, hay fuerzas iliberales que tienden a legitimar a estos dictadores híbridos. Por eso hoy, las democracias no logran reencauzar a los países en proceso de autocratización”, acota. Si Putin dio cátedra en cómo las elecciones pueden extender la vida de los autoritarismos, otros autócratas no se quedan atrás. Ortega encarceló a cualquier político que siquiera pensara en ser candidato presidencial. Erdogan hizo algo similar con sus principales rivales. Y Maduro está precisamente en eso… desde hace una década.
“Maduro apostó a perseguir y a dividir a la oposición, que es una táctica central de los autócratas. Pero las primarias de la oposición en octubre pasado [en las que arrasó Corina Machado] lo sorprendieron. Él pensaba que iba a tener unas elecciones como las de 2018, con la oposición fragmentada. Y luego, en el referendo por el Esequibo [en diciembre], el chavismo no logró movilizar ni a su gente. Por eso, para las elecciones presidenciales de julio próximo, se lanzó a reprimir”, dice Corrales.
Si la oposición resistiera y presentara candidatos, el académico cree que las elecciones podrían ser un punto de inflexión democrático como lo fueron en los comicios de Guatemala del año pasado, en los que Bernardo Arévalo sorprendió con su triunfo.
4. ¿Efecto contagio o efecto comparación?
En la fórmula de supervivencia de las autocracias hay también un “efecto comparación”.
“La mayoría de las democracias hoy tienen problemas para satisfacer a sus ciudadanos. Los autócratas se presentan como alternativas eficaces a ese déficit de las democracias”, dice a la nacion Thomas Carothers, codirector del Programa Democracia, Conflicto y Gobernanza del Carnegie Endowment.
Un estudio del Centro de Investigaciones Pew realizado el año pasado en 23 países y publicado el año pasado describe con precisión el fenómeno. El 59% de los entrevistados dijo estar poco satisfecho con cómo funciona la democracia. En las autocracias tal vez suceda lo mismo, pero el disenso y la crítica están suprimidos en cualquiera de sus formas, por lo que es difícil medir el verdadero estado de ánimo de sus ciudadanos.
Eso sucede en China y Rusia, dos de las 10 principales economías del mundo y dos de los tres países de mayor poderío militar hoy. Sus líderes, Xi y Putin, son además respetados y hasta admirados por decenas de líderes autoritarios o democráticos, en su mayoría pertenecientes al Sur Global. Eso lleva a algunos especialistas a especular sobre la posibilidad de un “efecto contagio” de la tendencia autoritaria en el mundo.
“Hay algo de copia, sobre todo en algunas ideas, y además estamos en un momento en el que los autócratas están más confiados y asertivos, pero el contexto local es lo que importa. Lo que hace Modi no es lo mismo que lo que hace Erdogan, por ejemplo”, dice Carothers.
5. Un mundo más peligroso
Para Carothers, más inquietante que el efecto contagio de las autocracias es su adicción al conflicto. “Los líderes autoritarios se inclinan más por los conflictos que los democráticos por su nacionalismo y por su necesidad alimentar sus relatos. Mientras más autocracias haya, más peligroso será el mundo”, advierte.
No todas las democracias son pacíficas. Pero las evidencias de autócratas en conflicto son crecientes. Las amenazas de China a Taiwán se multiplican desde hace unos años, Maduro está en pie de guerra con Guyana, Putin invadió Ucrania, Erdogan libra una batalla de años contra los kurdos, Modi alimenta la tensión bélica con China.
“La incidencia y escala de la guerra es mucho mayor entre regímenes híbridos y autoritarios”, agrega el informe 2024 de EIU.
Un repaso del Monitor Global de Conflictos, del Council for Foreign Relations, confirma a uno y otro. De los 28 conflictos que hoy agobian al mundo, 27 involucran a al menos un Estado de sesgo autoritario; el restante (la violencia narco en México) está protagonizado por un país en vías de autocratización.
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