Rusia está perdiendo a decenas de miles de jóvenes profesionales globalizados
La mayoría de los rusos entrevistados dicen haberse ido porque las aplastantes sanciones internacionales hicieron imposible trabajar para empresas o con clientes extranjeros, o porque temían que Rusia pudiera cerrar sus fronteras
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ARMENIA.- En el café Lumen de la capital armenia, Ereván, los rusos son los primeros en llegar: ingresan no bien abren las puertas, se piden alguno de los cafés especiales, encienden sus laptops y se ponen a navegar por la diversidad de opciones que se les presentan para iniciar una nueva vida.
La música de fondo y el interior bañado por el sol ofrecen un tranquilizador contrapunto a la desesperada salida de su país, donde dejaron padres, mascotas y una sensación de hogar que el mes pasado se esfumó de la noche a la mañana, cuando Rusia invadió Ucrania.
“Esta guerra era algo impensable”, dice Polina Loseva, de 29 años, diseñadora web de Moscú que trabaja para una empresa de tecnología de la información (TI) de Rusia a la que prefiere no nombrar. “Entonces me di cuenta de que en realidad podía pasar cualquier cosa. De hecho, ya están metiendo a la gente presa por decir cosas inofensivas en Facebook, así que lo mejor era irse.”
Pero este es un éxodo diferente: decenas de miles de jóvenes profesionales urbanos y políglotas, que pueden trabajar de manera remota desde casi cualquier lugar, muchos de ellos del sector de la TI o creativos independientes de otras industrias.
Rusia está sufriendo una hemorragia de jóvenes profesionales que tienen la mirada puesta en el mundo y que formaban parte de una economía global que básicamente ha dejado aislado a su país.
Antes de que estallara la guerra, en Armenia había entre 3000 y 4000 rusos registrados como trabajadores: el mismo número que ingresó diariamente a Armenia desde el inicio de la invasión. Si bien varios miles de esos rusos pasaron por Armenia y siguieron camino hacia otros destinos, los funcionarios del gobierno armenio confirmaron que a fines de la semana pasada unos 20.000 se habían quedado en el país. Y hay decenas de miles más que buscan comenzar una nueva vida en otros países.
La velocidad y la escala del éxodo son evidencia del cambio sísmico que la invasión desencadenó dentro de Rusia. Aunque el presidente Vladimir Putin reprimía la disidencia, hasta el mes pasado los rusos podían viajar al extranjero con pocas restricciones, tenían un Internet mayormente sin censura que servía de plataforma a los medios independientes, una industria tecnológica próspera y una escena artística de clase mundial. La vida era buena, dicen los ahora emigrados.
A los recién llegados a Armenia se les superpone una sensación de pánico controlado con la culpa de haber dejado familia, patria y amigos, sumado al miedo de hablar abiertamente y el dolor de ver al país que aman haciendo algo que odian.
“La mayoría de los que se fueron se oponen a la guerra porque están conectados con el mundo y entienden lo que pasa”, dice Ivan, copropietario de una empresa de desarrollo de videojuegos con sede en Chipre. Iván y muchos otros exiliados rusos entrevistados en Armenia prefieren no dar sus nombres completos por temor a las represalias que podían sufrir sus familias que siguen en Rusia.
Polina Loseva y su novio, Roman Zhigalov, un desarrollador web de 32 años que trabaja para la misma empresa que ella, comparten una mesa del café Lumen con amigos que buscan alojamiento en Ereván.
“Hasta hace un mes no tenía intenciones de irme a ningún lado”, dice Polina, y rodea con su brazo el cuello de su novio. “Pero ahora no quiero volver. Ya no es el país donde quiero vivir.”
El bar está repleto de jóvenes rusos que teclean en sus laptops y chequean sus celulares. Algunos se conectan a Zoom para una reunión online, otros buscan un lugar accesible para alquilar, ya que no pueden acceder a sus ahorros y cuentas de banco.
Pero el desplome del rublo —que en determinado momento llegó a perder alrededor del 40% de su valor frente al dólar—, y el alto costo de la vivienda en Armenia —que se cotizan en dólares—, han obligado a algunos jóvenes profesionales que antes vivían en elegantes apartamentos en Moscú a tener que instalarse en hostales con cama cucheta y baño compartido.
La mayoría de los que han venido a Armenia trabajan en TI y otros sectores que dependen de Internet sin limitaciones y enlaces bancarios internacionales, dice el ministro de economía de Armenia, Vahan Kerobyan.
Pero entre los que han huido de Rusia también hay blogueros, periodistas o activistas que temían ser arrestados bajo la nueva ley draconiana de Putin, que hasta criminaliza el uso de la palabra “guerra” en relación con Ucrania.
Algunos de los recién llegados a Armenia dicen tener contratos de trabajo a distancia que les reportarán dinero durante varios meses, siempre y cuando encuentren la forma de acceder a esas transferencias de dinero. Otros dijeron que habían sido reubicados en Armenia empresas norteamericanas de servicios de TI, que les siguen pagando el sueldo. Pero muchos tienen problemas para reunir suficiente efectivo para el depósito de alquiler de los apartamentos.
Visa, Mastercard y PayPal han cortado todos sus lazos con Rusia, y para pagos electrónicos solo ha quedado la tarjeta bancaria rusa Mir, que se acepta en Armenia y en muy pocos otros países.
La mayoría de los rusos entrevistados dicen haberse ido porque las aplastantes sanciones internacionales hicieron imposible trabajar para empresas o con clientes extranjeros, o porque temían que Rusia pudiera cerrar sus fronteras.
María es editora de guías de viajes, tiene 30 años y llegó a Armenia hace más de una semana. Su principal preocupación es la hostilidad hacia los rusos en el extranjero.
“¿Qué pensará de los rusos la gente en Estados Unidos?” se pregunta con toda seriedad. “¿Nos odiarán?”
Como muchos de los hombres que se fueron, su esposo Evgeny también temía que lo reclutaran y lo mandaran al frente de Ucrania. Cuando la pareja se decidió a irse de Moscú, la mayoría de las aerolíneas ya habían dejado de volar a Rusia, y terminaron gastando casi todos sus ahorros en dos pasajes a Ereván.
Por Jane Arraf
Traducción de Jaime Arrambide
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