Rodolfo Graziani, el “carnicero de Etiopía” que sembró el terror en África
El mariscal fascista fue el coronel más joven de la historia italiana, con 36 años; usó “gas mostaza” para cumplir las órdenes de Mussolini y murió sin ser juzgado como criminal de guerra
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A más de sesenta y seis años de su muerte, la figura de Rodolfo Graziani sigue despertando fuertes discusiones entre quienes recuerdan su trayectoria militar. Cuenta con un mausoleo construido por los italianos -con una causa judicial de por medio- pero las matanzas que encabezó en África lo alejan de cualquier honor: su apodo de “carnicero” fue el fiel reflejo de un sanguinario.
Al coronel más joven de la historia del Ejército Real Italiano, lugarteniente de Benito Mussolini y Virrey de las colonias italianas en África, o se lo venera como a un héroe de la patria, o se lo condena como a un exterminador y un colaboracionista alemán, y todo esto casi con la misma intensidad, fiel al estilo italiano.
El mausoleo donde yacen los restos del mariscal que también gobernó Libia y que fue ministro de Defensa del gobierno títere que los nazis impusieron en el norte italiano en 1943 se construyó en 2012 en Affile, una pequeña localidad romana de 1500 habitantes, y desde el primer día provocó un prolongado litigio judicial que el Tribunal Supremo resolvió hace muy poco, cuando anuló la sentencia por “apología del fascismo” que pesaba sobre el alcalde del pueblo, Ercole Viri, quien mandó a construir el túmulo en homenaje al prócer militar que ha sido alcanzado por la sangre de sus víctimas africanas.
“No nos importa el fascismo. Graziani ya era un coronel establecido en 1918, y no hizo carrera gracias al fascismo, todo lo contrario”, ha dicho Viri al periódico La Stampa. “Fue nuestro mejor soldado”, defendió, no ajeno a la polémica.
Un carnicero despiadado
Graziani ingresó a la Academia Militar de Módena en 1908 como un soldado raso y diez años después había sido nombrado coronel, con solo 36 años, el más joven de la historia, después de haber sido destinado en la Eritrea Italiana, la primera colonia de la península mediterránea en África, y tras participar de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Con el ascenso del fascismo al poder en 1922, el joven militar se ganó la confianza de Mussolini, quien lo envió a Libia a sofocar la resistencia anticolonial dirigida por Omar al-Mukhtar, el sagaz jefe de la guerrilla bereber anti-italiana conocido como “El león del desierto”.
Después de seis años de guerra colonial entre italianos invasores y guerrilleros libios, quienes padecieron el uso de armas químicas prohibidas como el gas fosgeno empleado para envenenar el agua potable, y la construcción de campos de trabajos forzados, los hombres de Graziani capturaron a Omar al-Mukhtar y lo ejecutaron en la horca. Fue el fin de la resistencia y el principio de una era del terror.
El éxito de la operación y la crueldad con que trató a los disidentes beduinos ―entre otras cosas, ordenó que cerca de cien mil civiles libios marcharan por el desierto hacia la costa del Mediterráneo―, le valieron a Graziani el apodo de “carnicero de Fezzan”, la región de Libia donde nunca antes había llegado un ejército occidental. No sería la primera vez que lo iban a llamar “carnicero”.
Con estos antecedentes, el ascenso de Graziani en la cúpula militar fascista, quien ahora detentaba el grado de general, recién comenzaba.
El virrey de Etiopía, el gas mostaza y un represión terrorista
Para cumplir con sus promesas imperiales, Mussolini mandó a expandir el dominio colonial italiano en el denominado Cuerno de África, donde el país tenía presencia desde finales del siglo XIX, como en Eritrea, y donde Italia había sido expulsada, también, en 1896, por la resistencia etíope.
La revancha fascista se puso en movimiento en 1935, y fue conocida como la segunda guerra ítalo-etíope, una de las múltiples causas que desencadenaron la Segunda Guerra Mundial.
Nombrado gobernador de la Somalía Italiana, que había sido repartida con los británicos, Graziani emprendió desde el sur la invasión de Etiopía, cuya resistencia encarnaba el emperador progresista Haile Selassie, quien ante la abrumadora superioridad bélica italiana debió exiliarse en Londres, su principal aliado occidental.
En mayo de 1936 las tropas al mando del mariscal Pietro Badoglio, rival de Graziani, entraron triunfantes en la capital etíope, Addis Abeba. Para esto, tanto en el frente norte como en el sur, los mandos militares habían bombardeado ciudades y aldeas con gas mostaza, un químico letal prohibido por la convención de Ginebra desde el final de la Gran Guerra.
Los aviones de la Real Fuerza Aérea italiana arrojaban bombas con gas mostaza, las cuales explotaban doscientos metros antes de llegar a tierra, expandiendo por el aire el químico mortal, que asfixiaba y quemaba la piel de las personas ante el más mínimo contacto. Tanto Badoglio como Graziani emplearon el mismo veneno para doblegar a la resistencia etíope. Habían sido autorizados por Mussolini.
Con la victoria frente a las desorganizadas fuerzas etíopes, Graziani fue nombrado Virrey de Etiopía y gobernador general de Addis Abeba. Faltaba muy poco para que el general se ganara su segundo apodo: el “carnicero de Etiopía”.
Ocurrió el 19 de febrero de 1937, cuando dos comandos etíopes quisieron asesinarlo, arrojándole una serie granadas de mano, durante un popular acto oficial. El general quedó herido gravemente, pero sobrevivió. Al borde de la muerte, desde el hospital ordenó una sangrienta represión dirigida a la población civil en todos los territorios ocupados, que figura entre las principales matanzas del siglo XX.
Durante tres sangrientos días reinó el terror en Etiopía; soldados italianos y mercenarios musulmanes masacraron a mujeres, niños y ancianos. Las víctimas inocentes se contaron entre 3 mil y 30 mil, según el bando que haya realizado el cálculo. Estos hechos no solo le valieron a Graziani ser caracterizado como el “carnicero de Etiopía”. También debió enfrentar en dos oportunidades una acusación formal de parte del gobierno de Etiopía en el exilio inglés, frente a la Sociedad de las Naciones (antecesora de la ONU), por crímenes de guerra.
El general, sin embargo, nunca fue condenado por estos hechos.
Las leyes raciales, Libia y el auxilio de Rommel
Después de firmar las Leyes Raciales que establecieron el giro antisemita del gobierno fascista, Graziani fue enviado nuevamente a Libia como gobernador. Debía preparar la invasión de Egipto.
El general contaba con una superioridad numérica de 3 a 1 frente a los británicos, pero no tenía medios mecanizados para movilizar a las tropas por el desierto y tampoco armas suficientes. Retrasó la invasión todo lo que pudo hasta que, frente a la insistencia desorbitada del Duce, emprendió la marcha. Fue, no solo su peor derrota, sino la operación táctico-militar más vergonzante de la historia italiana.
Al menos cien mil italianos cayeron prisioneros de los británicos, en inferioridad numérica pero mejor armados, y Mussolini, que destituyó a Graziani como si fuera el responsable estratégico del fracaso, debió pedirle ayuda a Adolf Hitler para salvar la Libia italiana. Allí entraron en escena los Afrika Korps, el cuerpo mecanizado alemán al mando del general Erwin Rommel, “el zorro del desierto”.
Vencido y destituido, Graziani volvió a Italia, y entre 1941 y 1943, mientras su país se desangraba y el mundo asistía al horror de los campos de exterminio nazis, él se sumergía en el más completo ostracismo hasta que, convocado nuevamente por Mussolini, luego de que los aliados tomaran Sicilia, ocupó el cargo de Ministro de Defensa Nacional de la República Social Italiana, o de Saló, el gobierno títere que formó el Duce en el norte de Italia.
El mariscal de Italia aceptó el cargo, reorganizó a las fuerzas armadas italianas, impuso la pena de muerte para los desertores y se mantuvo fiel a Mussolini, pese a que el desenlace de la guerra ya estaba escrito.
Se rindió ante los estadounidenses en Milán, el 29 de abril de 1945, un día después de que Mussolini y su amante, Clara Petacci, fueran fusilados por partisanos comunistas.
Capturado por los aliados, Graziani fue enviado a una prisión en Argelia, como si su destino africano se rehusara a quedar en el pasado. Sin embargo, los estadounidenses tampoco lo acusaron por crímenes de guerra.
Trasladado más tarde a un presidio italiano, esta vez fue juzgado, en 1948, por un tribunal de su país. Enfrentó los cargos de “colaboracionismo” con Alemania, por haber sido ministro de Defensa de un gobierno subalterno de los nazis durante los últimos años de la guerra. Fue condenado a 19 años de prisión pero, en 1950, salió en libertad. Ningún italiano podía considerarlo un traidor a la patria.
Etiopía insistió una vez más frente a la nueva ONU con el objetivo de que Graziani sea juzgado por las matanzas realizadas durante la masacre de Addis Abeba, pero otra vez no obtuvo resultados.
Retirado en la soledad de su hogar, con el apoyo de su mujer y su hija, el derrotado mariscal se dedicó a redactar sus memorias. Una docena de libros, escritos por él mismo, dan testimonio de su compromiso militar con Italia.
La política, sin embargo, no quiso soltarlo. En 1952 fue nombrado presidente honorario del neofascista Movimiento Social Italiano, pero él ya estaba retirado de toda actividad, sea política como militar.
Gravemente enfermo en su lecho de muerte, el 11 de enero de 1955, pide ver a un capellán, y dice: “Siento que puedo irme sereno, porque he cumplido con mi deber. He amado siempre a mi familia y he amado mucho a los italianos”. Tenía 72 años.
A más de sesenta y seis años de su muerte, la vida del militar que fuera el coronel más joven de la historia del Ejército Real Italiano sigue siendo objeto de múltiples controversias.
La historia, pese a las evidencias en su contra, no está zanjada, y el polémico mausoleo del pueblo de Affile, donde descansan sus restos, no es una apología del fascismo, según la máxima autoridad judicial italiana, sino el homenaje al “mejor soldado” de Italia.
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