Roanoke, la misteriosa colonia que se desvaneció sin dejar rastros
En 1587, el explorador John White dejó en ese territorio, hoy en Carolina del Norte, a más de 100 personas; regresó a los tres años y no encontró absolutamente nada
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Con el objetivo de cumplir los deseos de la reina Isabel I, Sir Humphrey Gilbert buscaba ampliar los designios de la Corona lejos de Londres. Tras morir ahogado en un infructuoso intento por colonizar San Juan Terranova, Walter Raleigh tomó el lugar de su medio hermano. Por orden de Su Majestad debía conformar las primeras colonias inglesas en Norteamérica.
“Ingleses, holandeses y franceses querían conquistar tierras en Norteamérica y por ello envían expediciones a esa zona del Nuevo Mundo. A raíz de la vigencia del Tratado de Tordesillas, Latinoamérica estaba en poder de Portugal y España por lo que allí tenían pocas oportunidades de asentarse”, explica Sofía González Calvo, profesora de Historia graduada de la Universidad Católica Argentina (UCA), a LA NACION.
Varias fueron las expediciones que Raleigh envió a Norteamérica, entre ellas una al mando de su primo Richard Greenville. Uno de los enclaves fue la isla de Roanoke, ubicada varias millas al sur de la Bahía Chesapeake, en Carolina del Norte. Allí, mientras buscaban oro, entablaron relaciones abusivas con los nativos locales, los secotan y los croatoan, y naturalmente terminaron de la peor manera.
En julio de 1587, John White, artista y amigo personal de Raleigh, desembarcó con un centenar de hombres y mujeres en la isla Roanoke. Esta vez tenían la orden de relacionarse de manera pacífica. Más de un mes después, luego de que su nieta Virginia Dare se convirtiera en la primera descendiente inglesa nacida en el Nuevo Mundo, navegó de regreso a Inglaterra para buscar suministros.
Pero los planes de White de viajar a su tierra natal y regresar rápidamente junto a su familia y los colonos se vieron modificados por la Guerra anglo-española (1585-1604). A pedido de la Corona, el alcalde del enclave norteamericano debió poner su barco a disposición para el enfrentar a lo que terminaría por denominarse la Armada Invencible de España.
“Cuando White volvió a Europa se vio envuelto en la guerra entre la España católica de Felipe II y la Inglaterra anglicana de Isabel I. No había recursos ni barcos para expediciones, todo se usaba en la guerra europea”, añade González Calvo.
Tras varios intentos fallidos con embarcaciones menores, finalmente White consiguió pasaje a bordo de una embarcación corsaria que iba a hacer una parada en Roanoke tras volver del Caribe en 1590. Pero los planes del gobernador de reencontrarse con su esposa Thomasina Cooper-White, hija Eleanor White y su pequeña nieta Virginia Dare se esfumaron.
Paradoja del destino, White desembarcó en Roanoke el 18 de agosto, día en el que su nieta hubiera cumplido tres años. Sin embargo, el asentamiento era un desierto: no había rastro de los 90 hombres, 17 mujeres y 11 niños. Tampoco había señales de combates ni de enfrentamientos. Solo el nombre de la tribu ‘Croatoan’ y las iniciales ‘CRO’ talladas en los árboles.
Las casas y las fortificaciones de los colonos habían sido desmontadas, hecho que indicaba que el abandono del lugar no fue una acción que se hiciera de manera apresurada. Previo a su regreso a Inglaterra, White había generado un código entre su gente: no debían salir del fuerte salvo fuerza mayor y si algo malo les sucedía, si eran atacados por nativos o españoles, debían dejar grabada una cruz de Malta en un tronco de algún árbol de la zona. No hubo ninguna cruz.
White interpretó que los colonos podrían haberse marchado a la “Isla de Croatoan” (denominada en la actualidad como Isla de Hatteras), a 83 kilómetros más al sur. Pero una tormenta potente en formación les impidió corroborarlo y al día siguiente el gobernador y sus hombres se marcharon del lugar.
Desde ese momento, una expresión -y una incógnita- nació: la Colonia Perdida de Roanoke. Y hasta nuestros días el paradero de los colonizadores se convirtió en uno de los grandes misterios no resueltos de la historia norteamericana, una fuente de especulaciones y teorías de lo más diversas.
James Monroe, el quinto presidente de los Estados Unidos, visitó el lugar en 1819. En ese momento todo lo que quedaba era el contorno de una acumulación de tierra, una edificación precaria que se cree fue realizada por los miembros de la primera colonia en 1585.
Con el paso de los años, se hicieron dos excavaciones cerca del lugar señalado tanto en 1890 como en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial. Ambas incursiones en el terreno no revelaron demasiado conocimiento. Luego , el Servicio de Parques Nacionales (NPS, por sus siglas en inglés) reconstruyó esa edificación de tierra que hoy forma la pieza central del Sitio Histórico Nacional de Fort Raleigh.
Incorporación a las tribus locales
Desde 1998, los integrantes del Proyecto Croatoan se han abocado a investigar y proporcionar evidencia arqueológica que respalda la teoría de que los colonos se unieron, o al menos interactuaron con la tribu Hatteras.
Algunos elementos hallados en las aldeas croatoan dan muestras sólidas de la estrecha conexión entre los dos grupos. Se encontraron artefactos y objetos que eran propiedad -o fueron fabricados- por los colonos ingleses y de ninguna otra manera podrían haber llegado hasta allí. Lo que no está claro es si la fecha coincide con el “extravío” de la Colonia Roanoke o datan de un período más tardío.
“La evidencia indica que [los colonos] se asimilaron a los nativos norteamericanos pero conservaron sus bienes”, sostuvo Mark Horton, arqueólogo de la Universidad de Bristol, y quien dirigió la excavación en el sitio de interés, en declaraciones que reproduce National Geographic.
Lee Miller se inclina por una hipótesis similar. Autora del libro Roanoke: Solving the Mystery of the Lost Colony (2000), la historiadora sostiene que algunos de los sobrevivientes de la Colonia Perdida habrían buscado refugio con los chowanoke, quienes a su vez fueron atacados por otra tribu, identificada posteriormente por la Colonia de Jamestown como los “mandoag” (naciones enemigas en voz anglonquina), probable referencia a los tuscarora o los eno, también llamados wainoke.
Muerte en el mar
Otra de las teorías sostiene que los integrantes de la Colonia Perdida de Roanoke habrían intentado regresar a Inglaterra por vía marina. Al marcharse al Viejo Mundo en 1587, White les dejó a los colonos unas embarcaciones menores a vela y remos para que hicieran exploraciones de la zona costera o para trasladarse al continente.
Con esas embarcaciones inapropiadas para travesías en alta mar, algunas voces sugieren que pueden haberse perdido y muerto por inanición en el agua. O simplemente por inclemencias del tiempo como tornados o huracanes.
Otras voces vinculan el final de los colonos con un encuentro con el archirrival español. Las embarcaciones podrían haberse encontrado con la poderosísima flota española que regresaba desde la península de la Florida.
A la ficción como una isla maldita
La sexta temporada de American Horror Story (FX, 2016) retoma leyendas tejidas alrededor de la isla Roanoke y ficcionaliza una supuesta maldición que pesaba sobre ella. ¿El motivo? Las atrocidades perpetradas por la esposa de White en esos tres años en que el gobernador dejó su colonia y regresó a Inglaterra.
En la serie, Susan Berger y Agnes Mary Winstead encarnan en distintos momentos a Thomasina White, la mujer de John White. Cuando el gobernador de la colonia asentada en la isla Roanoke regresa al Viejo Mundo en busca de suministros, su esposa queda a cargo de los colonos.
Lejos de seguir sus órdenes, los rebeldes insurgentes, liderados por el Sr. Cage (John Pyper-Ferguson), se reubican en otro enclave, la expulsan de la colonia y la abandonan en el bosque para que muera de hambre.
Salvada del ataque de un jabalí, la bruja Scáthach (Lady Gaga) le ofrece el corazón del animal a cambio de un alto precio: su alma. Al comer el órgano crudo, Thomasina recupera su vitalidad y, repleta de maldad, vuelve al campamento de quienes las desobedecieron con sed de venganza.
Con el paso del tiempo, una extraña mansión es construida sobre las tierras que una vez poblaron los colono. Sin embargo, todo es ficción.
Reubicación y destino incierto
Mientras un grupo de investigadores estudiaba en 2012 un mapa pintado en acuarela por el propio White, una nueva chispa encendió el misterio de la Colonia Perdida de Roanoke. Debajo de una mancha se toparon con la imagen de un fuerte en una de las costas de Albemarle Sound, a 50 millas al oeste de la isla de Roanoke. Sobre la parte superior de la mancha encontraron algo que se asemeja a una fortaleza, dibujada en lo que los analistas consideraron que era tinta invisible.
Los estudiosos consideraron que White pretendía ocultar la existencia del fuerte ante los españoles, quienes veían a Roanoke como un buen enclave para liderar las rutas comerciales de América del Norte así como también una vía de acceso próxima al continente. De hecho, Felipe II envió una misión para eliminar a la malograda colonia, pero nunca los encontraron.
Tres años más tarde, en 2015, un equipo liderado por el arqueólogo Nick Luccketti excavó el área marcada en la pintura de White, cerca del poblado de nativos norteamericanos llamado Mettaquem. Si bien no encontraron rastros del fuerte, sí descubrieron decenas de piezas de cerámica inglesa que habrían pertenecido a sobrevivientes de la Colonia Perdida. Para el arqueólogo, un número reducido de colonos, probablemente una pequeña familia, llevó las cerámicas consigo y se dedicaban al cultivo de una huerta mientras aguardaban en vano que los rescataran.
Muchos elementos han sido recuperados de los distintos sitios de excavación. Muchas teorías intentan arrojar luz sobre qué pasó con los miembros de la Colonia Perdida de Roanoke. Pero el destino de ese centenar de personas continúa siendo un misterio.
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