Coronavirus: respetar las medidas de confinamiento, un desafío que choca con la libertad de Occidente
PARÍS.- "Los franceses no están hechos para la libertad: abusarían siempre", escribió Voltaire en su libro Hechos singulares de la historia de Francia. Hoy, en plena tragedia mundial provocada por el coronavirus, esa sentencia del célebre pensador del Siglo de las Luces podría aplicarse a todos los occidentales, reacios a acatar las imprescindibles consignas de confinamiento. Con escasas diferencias, los gobiernos de los países más libres del planeta tienen serias dificultades para convencer a sus administrados de que "confinamiento" no quiere decir irse masivamente de vacaciones al borde del mar, hacer deportes en grupo en los parques públicos o circular por cualquier parte sin razón con la excusa de la asfixia que produce el encierro.
"Es simple: un solo ciudadano chino, uno solo, en algún sitio de su país, dio origen a esta pandemia gigantesca que ha puesto en emergencia a todo el planeta y provocado decenas de miles de muertos. ¡Es necesario que la gente entienda que debe permanecer en su casa!", lanzó anoche por enésima vez ante las cámaras de televisión el presidente del Consejo Científico Consultativo de Francia, profesor en epidemiología, Jean-François Delfraissy.
Decretado el jueves pasado en Francia por el presidente Emmanuel Macron, el aislamiento obligatorio tuvo que ser desde entonces endurecido paulatinamente, después de que los franceses -probablemente los más indisciplinados y desobedientes de Europa- partieron en masa hacia las zonas de veraneo, se dieron cita con monopatines, skates y bicicletas a orillas del Sena o en todos los paseos al borde del mar.
Ayer, con algunas excepciones, sin recurrir a la medida extrema del toque de queda, las municipalidades francesas habían cerrado el acceso a las playas y sus cercanías, mientras el gobierno dio instrucciones a sus fuerzas del orden para endurecer los controles y aplicar las multas necesarias.
Indisciplina
La indisciplina francesa se repite en el resto de Europa. En Italia, epicentro de una hecatombe sanitaria que no parece terminar, la mitad de los nuevos casos de contaminación registrados en el sur del país llegaron del norte. La causa: los miles de italianos que partieron raudos hacia las provincias del sur -hasta ese momento libres de contaminación- apenas el gobierno anunció las medidas de confinamiento.
En España, las autoridades hacen gigantescos esfuerzos para mantener a la gente en sus casas. En Bélgica las multas de hasta 350 euros e incluso la prisión no asustan a los ciudadanos, que no parecen entender el alcance del peligro. En Gran Bretaña, consciente de la aversión de sus administrados a ver limitadas sus libertades, el primer ministro Boris Johnson se ha resistido hasta ahora a aplicar medidas de aislamiento obligatorio, corriendo el riesgo de llevar a su país a una situación dramática de crisis sanitaria.
En Alemania, por primera vez desde que llegó a la cancillería hace 15 años, Angela Merkel se dirigió esta semana directamente a sus conciudadanos por televisión para recordarles que las medidas de aislamiento decididas por su gobierno "son indispensables", en el "momento más difícil y crucial del país desde la Segunda Guerra Mundial".
Pero la resistencia no es solo europea. En Estados Unidos, donde las autoridades de California adoptaron ayer medidas rigurosas de confinamiento y el gobierno federal toma conciencia aceleradamente de la amenaza que pesa sobre el país, miles de jóvenes inundaron las playas de Miami el fin de semana, en pleno spring break, en un estado de inconsciencia colectiva.
"Primero festejamos. Después, si tenemos que morir, moriremos", declaraba uno de ellos a la televisión.
La administración política de esta crisis es, probablemente, uno de los problemas más difíciles de resolver. El respeto de las libertades públicas de los ciudadanos, principio fundamental de las democracias, es poco compatible con la gestión sanitaria de un drama de esta amplitud.
Esa es la razón por la cual la mayoría de los gobiernos europeos optaron por el "gradualismo" en la toma de decisiones consideradas liberticidas por muchos.
"Italianos, alemanes, franceses y españoles no son taiwaneses, chinos o singapurenses. La concepción que europeos y asiáticos tienen de la libertad es profundamente diferente", afirma el politólogo Roland Cayrol.
Los poderes públicos europeos están haciendo la amarga experiencia. Esa diferencia cultural los obliga a endurecer paulatinamente las restricciones. Pero no solo eso: para poder actuar en situaciones donde el interés nacional, la seguridad y el orden público están seriamente amenazados, las democracias también deben respetar reglas derogatorias del derecho común. En Francia, esa extensión de poderes del Poder Ejecutivo se apoya en la teoría llamada "de circunstancias excepcionales" y debe ser autorizada por el Parlamento.
Prueba de fuego
En las democracias europeas, esas medidas excepcionales casi nunca tuvieron que pasar la prueba de fuego. Por el contrario, esa estrategia de emergencia ya fue utilizada en varios países de Asia y el Pacífico. Para luchar contra la propagación del coronavirus SARS, responsable de varios miles de muertos en 2002-2003, países como Taiwán o Singapur aplicaron medidas extremadamente coercitivas, como el uso obligatorio de una pulsera electrónica en el tobillo para aquellos que habían violado la cuarentena.
China acaba de hacer lo mismo para invertir la curva de progresión del Covid-19.
"Los sistemas democráticos occidentales no solo son mucho más liberales. También carecen de la experiencia en materia sanitaria que le dieron a Asia el SARS y otras epidemias", precisa Cayrol.
En las democracias europeas, los poderes públicos deben, en efecto, responder a desafíos paradójicos. Deben conciliar eficacia y respeto de las libertades. Tener en cuenta la exigencia social de protección sanitaria, pero también la desconfianza hacia toda medida compulsiva del Estado. Hallar la justa medida entre demasiado y muy poco. Escoger entre la persuasión y la obligación. Apostar por la pedagogía y la excelencia de las autoridades sanitarias. Todo, en un contexto de urgencia y una actualización permanente del conocimiento de un enemigo del que no se conoce casi nada.
Pero la desobediencia parece inscripta en la naturaleza humana. Ya lo decía el francés Blaise Pascal a mediados del siglo XVII: "Toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: no saber permanecer tranquilos dentro de una habitación".
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