Resignar libertades para vivir más seguros, un riesgo del 11 de Septiembre que potenció la pandemia
La imposición de medidas restrictivas en estado de emergencia puede suponer riesgos para las democracias
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Un evento que parece salido de una película cambia para siempre el mundo tal como conocemos y su impacto se siente desde aspectos de la vida cotidiana, como la aparición de procesos más engorrosos para volar en avión, hasta en experiencias más metafísicas, como cierta sensación de desasosiego de que la muerte le ganó una batalla a la vida.
La descripción aplica tanto para los atentados del 11 de Septiembre como para la pandemia de coronavirus, dos hitos sobre los que hay buenas razones para definirlos como los más determinantes del siglo XXI. Las diferencias entre ambos fenómenos son gigantescas y cualquier comparación puede resultar forzada. Sin embargo, es posible encontrar algunos hilos conductores, y entre ellos está el debate que se instaló sobre hasta dónde las personas están dispuestas a sacrificar sus libertades individuales por un bien colectivo, que en 2001 fue la seguridad y hoy es la salud.
“El 2001 y la pandemia son en cierto sentido parte del mismo problema, que es cómo poder compatibilizar la protección de derechos individuales y cierta idea de bienestar social”, resume Juan Negri, director de la carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella.
El 12 de septiembre de 2001 el mundo se sentía más vulnerable. ¿Si la sede del ejército más poderoso de todos había sido atacada qué quedaba para el resto? La Casa Blanca tenía que dar una respuesta contundente y la guerra contra el terror que declaró George W. Bush fue más allá que invadir países para desarticular a Al-Qaeda. Con la promulgación de la llamada Ley Patriota, montó un masivo sistema de vigilancia interna que permitía a su aparato de inteligencia hacer escuchas, entrar a domicilios y revisar cuentas bancarias sin órdenes judiciales. Estados Unidos, el campeón del mundo libre que había ganado la Guerra Fría, ahora vigilaba a sus ciudadanos con una cantidad de recursos que hubieran sido la envidia de la Stasi. Esa batería de medidas, que en un principio debían ser temporarias, se fueron renovando, y con algunas pocas modificaciones siguen vigentes.
“Las medidas temporarias tienen el desagradable hábito de sobrevivir a las emergencias, especialmente porque siempre hay una nueva emergencia acechando en el horizonte”, resume el historiador israelí Yuval Noah Harari en un ensayo en el que no estaba pensando en el 11 de Septiembre si no en la pandemia. Harari planteó así un dilema central: ¿la batería de medidas restrictivas que vinieron con la pandemia llegaron para quedarse? Los pases sanitarios, la vacunación obligatoria, las apps de rastreo, las múltiples formas en las que el Estado puede inmiscuirse en la salud privada, ¿son mecanismos que se irán con la pandemia o como pasó con el 11-S lo provisorio se volverá permanente?
“Si no somos cuidadosos, la pandemia puede marcar un hito en la historia de la vigilancia”, advierte Harari, que tiene en mente la velocidad con la que ha avanzado la tecnología respecto del 11 de Septiembre. Si hace 20 años se trataba de escuchas, de mirar cuentas bancarias o a lo sumo interceptar mails, hoy las posibilidades de vigilancia cuando cada ciudadano tiene un teléfono en su bolsillo son infinitas. Por primera vez en la historia de la humanidad, la tecnología hace posible que sea monitorear a todos, todo el tiempo, y la pandemia puede ser la tentación definitiva para gobiernos de ir a fondo con esta tecnología. Las posibilidades asustan: no solo por las apps de rastreo, los smartphones tienen también el potencial de transmitir datos biométricos, no falta mucho para que alguien a través de la forma en que miramos la pantalla puede saber si estamos sonriendo o llorando.
En regímenes como el chino la población no tendrá más remedio que aceptarlo, pero en las democracias liberales es todavía un debate que puede dar la ciudadanía. Una encuesta publicada esta semana de AP-NOORC muestra que dos décadas después del 11 de Septiembre los norteamericanos hoy son más temerosos de la vigilancia. Pero no siempre fue así. En los meses que siguieron a los atentados hubo un consenso muy amplio por parte de la ciudadanía y también de las fuerzas políticas de avanzar con medidas como la Ley Patriota y de darle mayor poder al Estado federal y a las agencias de inteligencia. Con la pandemia, sin embargo, el escenario parece distinto. A excepción de los primeros meses en los que primaba la incertidumbre, la batería de medidas restrictiva fue un fuerte motivo de conflictos en casi todos los países.
“Con el coronavirus no hubo ese consenso que hubo en el 11 de Septiembre, ni en Estados Unidos ni en países de Europa. Hoy es un tema que entró en la grieta”, explica Francisco de Santibañes, vicepresidente del CARI.
En Estados Unidos, por ejemplo, las medidas restrictivas a las libertades individuales alimentaron la disputa de republicanos y demócratas. Los estados gobernados por republicanos son mucho más flexibles con temas como el tapabocas y los incentivos para que la gente se vacune que los demócratas. Pero la grieta también aparece en países europeos como Francia, donde se vieron muchas protestas por el pase sanitario, y de otros lugares del mundo se replicó este conflicto.
“Respecto de 2001, estamos en un mundo distinto donde hay una mayor polarización política en Occidente y eso explica también la reacción tan diferente en los dos casos”, agrega Santibañes.
Un aspecto curioso de esa polarización es que los roles parecen haberse invertido. Los sectores de derecha que en 2001 justificaban las medidas restrictivas en nombre de la seguridad, hoy anteponen su libertad individual ante cualquier exigencia sanitaria. Y el progresismo, que en su momento había sido más critico con las técnicas de vigilancia, hoy parece más proclive a recortar libertades para proteger la salud pública.
En última instancia la grieta, alimentada por contextos políticos en los que las posturas radicales ganan espacios, es el reflejo de un cambio profundo entre los tiempos del 11-S y los tiempos de la pandemia. En 2001 Estados Unidos acababa de ganar la Guerra Fría, era una potencia sin rival y la democracia liberal se había impuesto como la forma definitiva de gobierno, el fin de la historia del que hablaba Fukuyama. Veinte años después, ese consenso ya no existe.
“El 11 de Septiembre fortaleció esa tendencia a la erosión desde adentro de la democracia liberal porque reforzó mucho la presidencia y los poderes ejecutivos en Estados Unidos”, explica Negri, que agrega que ese proceso alcanzó su punto máximo con Donald Trump.
¿Pasará lo mismo con la pandemia? Todavía esta por verse. Lo que sí está clara es que hoy las amenazas a las democracias liberales no vienen desde factores externos como Al-Qaeda o regímenes autocráticas, sino desde adentro mismo de ellas.
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